La Cábala por Adriana Ochoa

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San Luis estará frente a las urnas en una semana. El voto a gobernador abandera la competencia entre partidos. Aunque no lo digan, son las historias personales de los candidatos, sus ligas, dónde han estado y qué hicieron antes, las que pueden hacer las diferencias.

En una semana, los potosinos tendrán por delante las boletas para elegir a sus autoridades y representantes.

Los candidatos están ya en cierres de una campañas con muchos adeudos para con los electores. Nada hay para considerar innovador o digno de grandes expectativas y sí mucho hicieron para lamentar.

Si “el más preparado” de los candidatos a gobernador, Juan Manuel Carreras, hace una campaña rabona, impersonal, con líneas rojas extendidas en los temas opacos de la administración en la que participó y muchos flotadores, el listón quedó tan abajo que ni quien se deje algo para el recuerdo.

Tendrán los potosinos el gobierno que gane, como ya les ha ocurrido en ocasiones anteriores, no el que San Luis necesita para abandonar su lugar de colero acomplejado en la región.

Demasiado pedir que los participantes con registro de partido en esta elección se miraran al espejo antes de empezar campañas y se respondieran a sí mismos si tenían todas las razones y la legitimidad para ser candidatos. Y de ahí para el real.

Nuestros políticos no han permitido que exista en las leyes una contundente cura de humildad por parte de los electores para los partidos. Mientras así siga siendo el deficiente juego democrático en este país, nunca tendremos forma de aplicar un verdadero castigo a estos próceres. Si tuviéramos un instrumento legal efectivo contra políticos frívolos, corruptos, tramposos o incompetentes, hace buen tiempo que muchos de quienes andan cerrando campañas en estos días, para esto o para aquello, ya se hubieran ido, en definitivo.

Lo único que nos dejan es el voto, cuando no lo compran, lo consiguen bajo amenazas, lo disuaden o se lo roban. La única razón por la que en este país no se combate en serio la pobreza, es porque la pobreza es endemoniadamente útil para ganar elecciones manipulando la necesidad de la gente.

Pero quienes tienen el privilegio de votar como mejor les viene en gana se han vuelto desconfiados con las promesas de los políticos. De tanto ver que no cumplen, mienten o no tienen palabra, ya no los votan por lo que les digan que van a hacer, sino por lo que saben que el candidato no ha hecho en toda su trayectoria o lo que ha hecho mal.

Un candidato de trayectoria ya no puede esperar a que le crean los ciudadanos con sólo llegar y decir que hará esto o lo otro, cuando la gente sabe que en su vida no ha hecho nada de lo que ofrece, ni siquiera en el cargo anterior inmediato. Es aquí donde empieza la verdadera razón para votarlos o botarlos.

Cuando ya los políticos tienen en las encuestas de aprecio público igual o menos puntaje que los policías, pasa que la gente usa más el voto para castigar que para confiar. Con la pena, pero la propuesta pasa a segundo plano y la exhibición del otro cobra protagonismo. Exponer lo que el contrario ha hecho mal da más votos que promesas de hacer, ahora sí, todo lo que jamás se les vio en su carrera de servidores públicos.

Los estrategas de campañas explican que en un escenario de gobierno en descrédito, los ciudadanos votan por descarte, aún sin estar convencidos de lo que votan a favor; lo hacen para que se vayan los que ya no quiere tener en frente ni seguir pagando con sus impuestos. Ahí tienen su explicación del porqué la candidata que menor amenaza representaba para los priistas, les resulte peleona en las tendencias y sin gran despliegue de talentos ni de críticas al poco sancochado gobierno estatal que se va.

Una vez perdida la confianza en una clase política, la mejor manera de aprovechar un voto es otorgárselo al que más posibilidades tiene de desbancarlo. Ese es el voto útil en el que tiene tan cifradas esperanzas el PAN en su propuesta al gobierno local.

El priista Juan Manuel Carreras carga con su etiqueta de torancista aunque reniegue de ella y la considere una apreciación injusta, porque en efecto no es del entourage torancista de origen. Malas noticias para el Güero porque esa lapa ya no se la quita ni con palanca.

Su “torancismo” no lo hace el tiempo que sirvió en la saliente administración, ni la convivencia cercana con Toranzo, tampoco una afinidad porque son bastante diferentes. Lo marcan sus temarios, con líneas rojas para no traspasar a terrenos como los manejos del DIF estatal; los invernaderos de los chicos Toranzo; la asignación de contratos de alimentación en La Pila; las “aviadoras” residentes en EU pero muy queridas de la familia; los negocios del cuñadazo incómodo; la opacidad de las obras; la extorsión a presidentes municipales para que contraten a tal o tal y ni siquiera la asignación indebida de un contrato de la SEGE por casi 400 millones de pesos a un solo proveedor para equipar el sistema de red WiMax y abastecer de laptops a escuelas públicas para el gran programa Habilidades Digitales para Todos.

Pero no sólo ha procurado no menearle a los temas polémicos de la administración, sino que, como dicen los priistas, “no pudo poner ni un regidor” y las planillas de diputados, locales y federales, son de su ex patrón. Incluso ya se perfilan en su gobierno personajes no muy recomendables del torancismo.

Hay una tesis justificativa en su defensa, que venden como del propio Juan Manuel: Que un gobernador en realidad no inicia gobernando él a pleno desde el primer día, sino “hasta el segundo año”, y que después del primer informe ya verán lo que es control, control. Sería interesante saber de qué manual del despropósito sacaron este choro, porque rodeado como va, si llega, para el segundo año ya no podrá moverse ni dos pasos porque le tendrán pisada la sombra.

Si las urnas lo llevan a la más alta responsabilidad de este estado, que no espere al segundo año para mandar, por Dios. No está San Luis para un “Gobernador Nopalito”.

Su adversaria, la panista Sonia Mendoza Díaz, también tiene pertenencias y vínculos incómodos de llevar, sólo que proporcionalmente no tienen los alcances del anti-torancismo. El primero, el llamado “Círculo Azul” de dominio panista, el mismo que le costó la rencorosa y abierta lejanía de Octavio Pedroza Gaitán, su compañero en el Senado.

Pero el “Círculo” ha perdido diámetro de influencia ante la emergencia al interior del PAN de dos personajes de otra generación, el candidato a alcalde Xavier Azuara y el candidato a diputado federal Rubén Guajardo. Pragmática, directa y poco dada a filigranas, la panista no se hizo de disputa con ellos.

El otro personaje con quien la vinculan es Marcelo de los Santos, el ex gobernador. Inexacto, porque nunca fue marcelista ni del círculo del contable. Tampoco era su apuesta para la gubernatura: Marcelo apoyó a Mario Leal y cuando vio que el ex diplomático no levantaba, se volcó en la esperanza de que Xavier Azuara cambiara su objetivo de la alcaldía a gobernador, pero no se dio. Al final, se sumó públicamente a Alejandro, pero éste fue derrotado. El hombre alinea finalmente con Sonia.

Y Fernando Pérez Espinosa, “Calolo”, el candidato del PRD, también tiene un pasado que puede pesar a favor o en contra en las urnas. A veces se avienta duro en declaraciones contra el PRI, Toranzo y Carreras, pero aunque no quiere, le reflotan a un lado los restos de su naufragio como un largo aspirante tricolor.

Así, difícil que cuestione la corrupción del torancismo que nunca criticó como diputado; difícil que convenza con propuestas opuestas a lo que los electores le vieron promover, cabildear y votar como legislador.

 

Fuente: Pulso

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