La cultura en un país en guerra: violencia modifica la agenda

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Transcurría febrero de 2014. Apenas iniciaba el año y en Acapulco se llevaba a cabo la novena edición del Festival de Cine, con la presencia estelar de Sylvester Stallone.

Una crónica de ese momento hacía hincapié en los desmesurados esfuerzos por sacar del decadentismo a un encuentro de cine perfilado por Luis de Llano y sus “celebridades” deTelevisa, en una maniobra de regresar, como en túnel del tiempo, a las épocas de las estrellas de Hollywood que veraneaban en el famoso balneario.

¿Quién quiere un festival donde las máximas figuras en la alfombra roja sean Maxine Woodside y ‘Pepillo’ Origel? ¿Un festival de cine que se pretende internacional, pero que lleva a su seno la disputa entre Televisa y Televisión Azteca, poniéndole el pie a esta última y negándole los privilegios de los que goza la empresa de Emilio Azcárraga?

Nos preguntábamos entonces. Eran cuestionamientos legítimos en torno a un acontecimiento que parecía un reflejo vintage por parte de las autoridades locales en medio de una realidad violenta que impidió entre otras cosas que el entonces Gobernador Ángel Aguirre Rivero participara de las actividades del FICA, con las autodefensas en crecimiento, los microbuses de la prensa acreditada escoltados por fuerzas armadas de seguridad, creando una atmósfera donde costaba entender el propósito y la pertinencia de un festival de cine.

En lo que se denomina ‘Un tributo a Elvis Presley’, el imitador Héctor Ortiz, acompañado por la Orquesta Filarmónica de Acapulco, dirigida por el maestro Eduardo Álvarez, y su grupo The Classics, conformado por cinco músicos y cinco coristas, ofrece un concierto con los éxitos del intérprete estadounidense.

Como fondo, los clavadistas acapulqueños se disponen a dar una función a los presentes. No pudo venir el hombre que hizo de doble en el filme de Presley: está ciego de tanto tirarse al mar.

A cambio, vino la actriz Elsa Cárdenas, una anciana adorable que cuenta a quien quiera escucharla lo buen tipo que era Elvis.

“Son los vestigios de lo real, no los del mapa, los que todavía subsisten esparcidos por unos desiertos que ya no son los del Imperio, sino nuestro desierto. El propio desierto de lo real”, decía Jean Baudrillard en su célebre ensayo Cultura y Simulacro.

Un grupo de manifestantes en la FIL Guadalajara 2014. Foto: Cuartoscuro

El desierto de lo real era, entonces, la cultura en un campo de guerra que volvió a dirimirse con toda su fuerza en octubre de 2014, en el marco de la Feria Internacional del Libro de Acapulco adonde esta cronista fue invitada para mantener un diálogo público con el escritor argentino Alan Pauls, autor entre otros de la aclamada novela El Pasado.

En un gesto más humano que político –esa sensación en la boca del estómago que impedía asistir a un acontecimiento cultural cuando luego de los hechos de Iguala y la desaparición de los 43 estudiantes, quedaba al feroz descubierto el estado de violencia e indefensión que viven los habitantes de Guerrero-, decidí –perdón por el uso de la primera persona, pero corresponde hacerse cargo de la medida– renunciar a la feria.

Primaba la necesidad de hacer duelo, y de respetar el dolor de las familias que perdieron a sus seres queridos en tan tremendas circunstancias.

“El rostro desollado, sin los ojos, de un normalista llamado Jorge Luis Mondragón, posteado por mi colega Sanjuana Martínez, me hizo tomar la decisión de no asistir a ningún acto cultural en el estado de Guerrero hasta que no se castigue a los culpables de los crímenes horrendos que sembraron de ignominia un país que parece haber perdido el rumbo”, escribía entonces.

“Todos los guerrerenses deberían salir a las calles hoy a llorar, llorar y llorar, aunque como dice una canción de rock en Argentina: no puede ser que con agua se lave la sangre”, fue el desesperado intento por romper la apatía reinante, en un país que despliega una esquizofrenia por momentos increíble y siempre insoportable.

En esos momentos más calientes de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, un crimen horrendo que sigue sin esclarecer y que hubiera paralizado las actividades en cualquier otro país, la entonces directora de la Feria del Libro de Acapulco, Iris García Cuevas –basta ver su muro de Facebook para darse cuenta de su calidad humana, en solidaridad siempre con las víctimas y en la lucha constante por mejor la vida en el estado de Guerrero-, puso en la mesa un punto de vista nada desdeñable.

Protesta de periodistas en Él Ángel de la Independencia, en la Ciudad de México, por el asesinato del foto-reportero Rubén Espinosa. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

“Lo que rescato de todas las discusiones desde las redes sociales y los medios de comunicación respecto a si deben o no llevarse a cabo actividades culturales en Guerrero luego del asesinato de 6 personas en el ataque los normalistas de Ayotzinapa en Iguala y la desaparición forzada de 43 de ellos, es que en el fondo todos queremos lo mismo: justicia, paz social, respeto a la vida, castigo ejemplar a los abusos de poder para que no se repitan”, decía Iris.

“En lo que no nos ponemos de acuerdo es en la manera de conseguirlo y andamos tratando de convencernos unos a otros de que nuestro camino es el indicado. Tal vez sea hora de reconocer y aceptar que la diversidad está solo en la forma y que en el fondo estamos en la misma lucha pero desde distintas trincheras”, agregaba.

El poeta Pávido Návido se solidarizaba con la funcionaria cultural con un sentido mensaje: “Yo, como mi querida y admirada Iris Garcia Cuevas creo que cerrar espacios de cultura es seguir cediendo a la barbarie, creo que hay que abrazar a los sitios que más dolidos están, creo que quienes trabajamos de una u otra forma en la cultura debemos decirle a todos, pero particularmente a los jóvenes, que el país puede ser distinto, que hay otras posibilidades de ser que no son la bala y el terror”, manifestaba.

“Abrazo con mucho cariño y solidaridad a todos los organizadores de la Feria Internacional del Libro de Acapulco que con más esfuerzo, fe y coraje que con recurso, están logrando que por segundo año consecutivo en Acapulco haya un espacio para la palabra”, afirmaba.

El poeta Javier Sicilia, en cambio, la figura rutilante (junto con la escritora Laura Martínez Belli) –y no una modesta e ignota cronista– que decidió no ir a la Feria, lo explicaba distinto.

“No puedo ir a un evento de cultura cuando hay un gobernador que tiene 43 desaparecidos, de los cuales no puede dar cuenta; seis asesinados, más los heridos… Es imposible hacer un evento cultural con semejante barbarie ahí”, dijo al periódico Reforma.

En este contexto, sin embargo, el debate real nunca se dio. El debate profundo que obligue a los intelectuales a expresar sus posiciones claras en torno a los crímenes que no cesan y que desde las autoridades proponen a menudo una mirada que tiende a cuestionar a las víctimas más que a los victimarios.

Siguiendo la línea del poeta inglés John Donne en el sentido de “que ningún hombre es una isla en sí mismo”, con más de 100 mil muertos y un sinnúmero de desaparecidos en un país que se desangra merced a una guerra que cientos de especialistas califican por lo menos de absurda, ¿hay que apuntar al grado de moralidad que ostentaban los decapitados o desmembrados?

“Toda muerte me disminuye, pues estoy con la humanidad / Así que no pidas saber por quién doblan las campanas: doblan por ti”, escribió Donne en unos versos que cada día cobran mayor sentido.

SIN EMBARGO, NO HAY QUE DISPARAR ENTRE NOSOTROS

Foto: cuartoscuro

En la citada Feria Internacional del Libro, a la que sólo tres escritores decidieron no ir, hicieron presencia intelectuales de renombre como el argentino radicado en España Andrés Neuman, su compatriota y ya citado Alan Pauls, nuestro probo y militante compañero Humberto Padgett, entre muchos otros.

La Feria del Libro de Acapulco, podría decirse que transcurrió con éxito en el marco ya descrito y lo peor que podría hacerse en beneficio de la cultura y de la posibilidad de que las cosas mejoren en nuestro –como dice el historiador Enrique Krauze– “torturado México”, es comenzar a disparar entre nosotros.

Es decir, como en tiempos no tan remotos de nuestro continente, hacer listas de los que se van o se quedan, de los que asisten o no, es equivocar el centro de ataque y sin duda hacerle el caldo gordo a la ignominia, al crimen organizado, a la impunidad, a la corrupción reinantes.

SIN EMBARGO, LA CULTURA TAMBIÉN ES POLÍTICA

Decía el nazi Joseph Goebbels, en una frase que se hizo tristemente célebre: “Cuando oigo la palabra ‘cultura’ saco el revólver”, lo que muestra la gran potencia política y de transformación que poseen la literatura, la música, la pintura y todo eso que la humanidad conoce como “bellas artes”.

¿Qué hubiera pasado, por ejemplo, si aquella Feria Internacional del Libro de Acapulco hubiera trasladado su sede a la Escuela Normal Isidro Burgos de Ayotzinapa, cuna de los 43 estudiantes desaparecidos en Iguala?

¿Cuál hubiera sido el efecto de una sociedad que suele caracterizar –en general– por la anestesia, tan grande es el dolor de los hechos que a diario nos conmocionan?

A la Normal de Ayotzinapa asistieron el pasado 18 de julio actores, escritores y cineastas mexicanos, encabezados por Juan Villoro y Elena Poniatowska, para apadrinar a 117 nuevos maestros rurales egresados de la generación 2011-2015.

La noche del 26 de septiembre de 2014, cuando desaparecieron a los 43 estudiantes, se cernía en el clima de un acontecimiento cultural de honda esencia y de un hecho político militante a todas luces necesario, al punto de que los retratos pintados en óleo de los 43 jóvenes sirvieron de escenario a un acto por demás emotivo.

“Esta lucha ha sido la más difícil y larga. Muchos nos han abandonado y ahora nos culpan de esos hechos, pero en el mundo son millones los que ahora están con nuestro dolor, y seguimos a pesar de los miedos de nuestros padres, porque somos familiares o amigos de los que seguimos esperando su regreso (…) Nunca vamos a olvidar que nos faltan 43 y vamos a seguir con la exigencia de vida”, dijo entonces el secretario general del Comité Ejecutivo Estudiantil, Eduardo García Maganda.

“43 desaparecidos, han muerto otros, han desaparecidos camaradas. Su mirada que se queda, sus manos ya no están. Sus voces las necesitamos, la sangre de los caídos traerá algo nuevo porque callarse no quita el dolor”, dijo el director de la Normal Rural, José Luis Hernández de Rivera.

“Siguen adelante a pesar de tener todo en contra. El delito mayor hoy en México es ser joven, ustedes maestros van a enseñar a leer y a exigir, y defenderse, en un país en donde se sabe leer todo se cuestiona, un país que sabe leer aprende a reclamar lo suyo. Si se lo proponen, serán ilimitados, a su lado todos podemos echarnos a volar”, expresó Elena Poniatowska.

“No olvidar el dolor pero convertirlo en un futuro. Hoy, de las 32 normales rurales solo quedan 17; esto nos muestra la amenaza a estas rurales, solo la resistencia ha mantenido abiertas estas normales. Me parece increíble que en este estado se tenga que luchar para los que buscan enseñar a leer”, precisó Juan Villoro, en un acto al que también dijeron presente el actor Héctor Bonilla, el académico Armando Bartra Verjés, el cineasta Gabriel Retes Balzaretti, el periodista Luis Hernández Navarro, el caricaturista Rafael Barajas Durán “El Fisgón” y la intelectual feminista Marta Lamas.

AYOTZINAPA, EL TERRENO DE LA IGNOMINIA

El 22 de octubre de 2014 cientos de personas marcharon hasta el Zócalo del DF como parte de la Como parte del día de acción global por Ayotzinapa. Foto: Cuartoscuro

Ayotzinapa es y será por mucho tiempo el terreno de la ignominia de un México torturado y torturador. Un terreno al que decidió hacer suyo el escritor zacatecano Tryno Maldonado (autor, entre otros de Temporada de caza para el león negro y Teoría de las catástrofes), quien se trasladó a Iguala para permanecer durante varios meses dando clases a los normalistas.

El resultado fueron varios textos publicados en la revista emeequis y que narran la fuerte experiencia vivida en ese territorio donde la Guerra del Narco, la corrupción de las autoridades y los crímenes innombrables, demenciales, cobran un estado icónico para describir cabalmente la tierra de sangre en que nos hemos convertido.

“Lo que encontré en Ayotzinapa fue la mayor lección de vida que he recibido”, escribe Tryno Maldonado.

“Impartí talleres, lavé ollas, limpié los pisos de la Normal, ayudé en la cocina del campamento, cargué víveres, hice brigadas con los padres, participé en casi todas las marchas y me enfrenté al lado de los normalistas y familiares de los normalistas desaparecidos a la violencia ejercida por el Gobierno mexicano en distintos niveles y formas: desde el robo de mis notas personales y escritos por parte de infiltrados del gobierno; el acoso de los policías de todos los órdenes, hasta el franco ataque de los elementos del ejército, cuando al lado de los padres normalistas desaparecidos, marchamos en enero a las puertas de las instalaciones del 27 Batallón de Infantería en Iguala, el último lugar donde se tuvo la geolocalización del teléfono celular de Julio César Palotzin, uno de los 43 estudiantes desaparecidos”, escribe Tryno en una de sus columnas para emeequis.

Para el joven escritor (nacido en Zacatecas en 1977), no hay que dejar desvanecer Ayotzinapa, pues con ello nos quitarán “la dignidad de todo un pueblo”, el nuestro, el mexicano.

Hay que decir en este punto que la Feria Internacional del Libro en Acapulco tuvo la semana pasada su edición y en dicho marco el periodista y escritor Sergio González Rodríguez presentó el libro Los 43 de Iguala, editado por Anagrama.

“Tengo frente a mí –escribe el autor–, sobre mi mesa de trabajo, fotografías, documentos, informes, transcripciones judiciales, testimonios, grabaciones, videos acerca de la crueldad extrema que aconteció una noche de verano en una ciudad al sur de México, la cual, por un entrecruzamiento avieso de sucesos, predestinaciones, azares, intenciones, se convierte en un ejemplo exacto de la vigencia de lo perverso bajo la apariencia de lo normal: allí donde confluyen el poder y el contrapoder del orden global”, escribe el también autor deHuesos en el desierto.

“Debo hablar –afirma González Rodríguez– de lo que nadie quiere ya hablar. Contra el silencio, contra la hipocresía, contra las mentiras, habré de decirlo. Y lo hago porque sé que otros como yo, en cualquier parte del mundo, comparten esta certeza: el influjo de lo perverso ha devorado la civilización, el orden institucional, el bien común”, agrega.

¿QUÉ HACER? ¿QUÉ NO HACER?

Una de las imágenes retratadas en la inauguración de la Feria Internacional del Libro Universitario, en Xalapa. Foto: Cuartoscuro

La periodista española Laura García Arroyo, radicada desde hace 15 años en México y conocida entre otras cosas por su trabajo en el programa televisivo La dichosa palabra, organiza todos los años “El librotón”.

“El Librotón es un día del año en el que se recolectan libros que la gente ya no quiere. La idea es que si un libro te ha dado una enseñanza, una experiencia significativa, es muy bonito que la puedas compartir con otra persona”, contó la profesional en entrevista conSinEmbargo.

Los libros van dirigidos a dos bibliotecas del Valle del Mezquital, en Hidalgo, donde se promueven además diversas actividades que tienen que ver con la cultura, para combatir la deserción escolar en una zona semiárida y desértica, marcada por la emigración hacia los Estados Unidos.

La economía castigada de la zona no vence a los pobladores, quienes luchan para estimular la vida comunitaria por medio de la creación de un Centro Cultural en la localidad de Santiago de Anaya, que Laura amadrina.

“Me acerqué a ellos y participé de un Festival de las Palabras que hacen anualmente, también realizan encuentros de gastronomía, muchas cosas destinadas a estimular la vida de la juventud y de la comunidad en general, para que se ilusionen y puedan quedarse allí a desarrollar su trabajo y con ello hacer crecer la región”, explicó.

¿Constituyen actos semejantes una manera más concreta de acercarse con la cultura a las comunidades más vulnerables, que son las que más necesitan los libros, la música, las bellas artes?

Se cita El Librotón para compararlo con el malogrado Hay Festival, otro centro de atención en este debate de la cultura en guerra, toda vez que se llevaba a cabo en Xalapa, en el Estado de Veracruz, hoy tristemente conocida como “tierra asesina de periodistas”, merced a la política de ensañamiento hacia el ejercicio de la libertad de expresión por parte del cuestionado Gobernador priísta Javier Duarte de Ochoa.

El 6 de octubre de 2014, a pocos días de que se conociera la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, los intelectuales reunidos en Xalapa, en el marco del Hay Festival, se pronunciaban en una nota que publicáramos en SinEmbargo.

“Todo el país será una fosa común”, destacaba entonces la escritora Ana García Bergua.

Entre todas las declaraciones sobresalió la de Rosa Maldonado, del Colectivo por la Paz Región Xalapa, “una casi abogada y fundamentalmente ciudadana”, tal como se presentó aSinEmbargo, quien no se mostró sorprendida por los hechos de Iguala, “puesto que suceden aquí también, en el Estado de Veracruz, casi todos los días”.

“Es una política del Estado la represión y la desaparición forzada de personas para acallar movimientos sociales que luchan por la educación o el medioambiente. Se trata de una política que nos ha perjudicado mucho y que infunde el terror en la población”, afirmó la militante.

“Lo que ha pasado en Iguala es vista por los movimientos sociales en los diferentes Estados de la República como una consecuencia lógica de la política represiva de las autoridades. No nos sorprende, desafortunadamente. Acabo de recibir, aquí, en Xalapa, la llamada avisando la desaparición de una joven de 24 años. Sucede todo el tiempo”, afirmó.

En dicho contexto, se presentó cual estrella de rock el escritor británico Salman Rushdie, rodeado de guaruras y otorgando a la prensa unos 15 minutos de oro para dar tres o cuatro declaraciones que fueron reproducidas por todos los medios nacionales.

Sobresalió entonces una anécdota que quedará para la historia: un joven periodista de un famoso periódico del DF montó en cólera y maltrató a la encargada de prensa del Hay Festival porque no arbitró los medios para que él llegara a tiempo a la conferencia del autor de Los versos satánicos.

A un costado, mientras todo esto sucedía, se acercó a SinEmbargo un grupo de muchachos para pedirle que como medio contara “los crímenes contra activistas y periodistas que suceden en Veracruz a diario”.

¿Estaría allí Nadia Vera, la activista asesinada en la Colonia Narvarte, junto al reportero Rubén Espinosa y otras tres muchachas? ¿Estaría allí el propio Rubén?

El Hay Festival, en una reacción tardía de los organizadores provenientes de Inglaterra –tal vez incapaces de reaccionar inmediatamente ante una realidad que desconocían– dejó de hacerse en Xalapa y se comenta que la próxima edición mexicana se llevará a cabo en el Distrito Federal.

¿Qué periodismo es ese que pierde la compostura por Salman Rusdhie pero ignora los ataques y el sufrimiento de los acosados en el mismo territorio donde toda la banalidad de la fama literaria expresa su lado más pirotécnico?

Frente a la suspensión del Hay Festival en Xalapa, numerosos intelectuales de la zona se pronunciaron en contra y entre ellos la directora de la Feria Universitaria de Xalapa, la también escritora Magali Velasco.

“Lamentamos, finalmente, que colegas veracruzanos críticos de la situación, tanto por miedo como por temor a represalias, no hayan firmado la carta. Ellos serán quienes tengan la última palabra en el diálogo al que fuimos invitados. No seré una autoridad en el ámbito periodístico y cultural de la talla de la mayoría de señores y señoras que firman como responsables de esta campaña, pero sí soy veracruzana y, como otros veracruzanos con los que conversé esta mañana, no recibí la invitación al diálogo. Aunque nadie pida mi opinión, ejerzo mi derecho”, escribía Velasco.

“Cuando viví en Ciudad Juárez, sobre todo en el calderonismo, también fui testigo de propuestas de cancelación de congresos universitarios en protesta por la violencia y por los feminicidios;  como una forma de repudio a la ingobernabilidad, escritores y personajes declinaron participar en foros. Aquí en Xalapa y allá en Juárez la sensación es la misma: de castigo. El resto de la comunidad termina privada y condenada a la invisibilidad, al silencio.  No he visto grandes cambios con estas iniciativas. Todo lo contrario. Espacios ganados para la cultura, el arte, los saberes, son abandonados y difícilmente vuelven a activarse. Y mientras, la situación en nuestro país se torna cada día más indignante y dolorosa. ¿El costo político para el Gobernante en turno? Desfachatadamente mínimo”, agregaba.

“Qué bien que personajes impresionantes como Noam Chomsky presten atención a un fragmento de tierra mexicana golpeada una y otra vez por el cinismo y la tiranía. Tendríamos que firmar la carta contra la celebración de un Hay Festival en Veracruz (el quinto en 2015) y exigir a la vez, entonces y siendo congruentes con los argumentos expuestos por lo firmantes, que no se celebre en ninguna otra ciudad de México porque, ¿en dónde sí hay garantía del respeto a la vida y a la libre expresión?

No se me olvida que 43 muchachos fueron asesinados, tampoco el asesinato de Regina Martínez Pérez que cumple 3 años este abril. Habría que replantear cómo celebrar festivales de cultura, artes y literatura en un país como el nuestro. Habría que replantear también los eventos de la Ciudad de México”, desafiaba la joven intelectual veracruzana.

El 20 de noviembre del año pasado, durante la convocatoria de paro nacional, en Xalapa, Veracruz. Foto: Cuartoscuro

“Desde mi breve experiencia, los espacios para la discusión y para el encuentro como las Ferias de libro, como otros festivales, como el de Chihuahua del que fui testigo de su formación, o el Cervantino, sí sirven, claro que sirven. Y claro que reciben subsidio de las instituciones. Están obligadas a hacerlo. No les dejemos el espacio, no les permitamos que nos retiren, no les demos la grandiosa oportunidad de cerrar lo que con tanto esfuerzo tanta gente ha invertido trabajo y  alma. Llámenlo naif, optimismo patético, también hay enojo y cansancio y obligación ética. Un Gobernador no debería ser la reducción metafórica/esperpéntica de una comunidad”, clamaba.

Esta es la cultura en tiempos de guerra, la misma que hizo que durante muchos años recientes en Monterrey, cuna de una importante Feria del Libro, los escritores fueran escoltados a presentar sus libros y conminados a no salir del hotel por nada del mundo, merced a los bloqueos que se hicieron hábito en la querida capital regia.

La misma cultura que en acontecimientos culturales ya institucionalizados como la Feria Internacional del Libro en Guadalajara o la FILO de Oaxaca produce un efecto de una plena libertad de expresión donde los intelectuales participantes pueden decir lo que se les antoje, incluso en contra de las propias ferias.

Tal es el caso de Juan Villoro, quien en 2012, cuando el invitado de honor a la FIL fue Israel, no dudó en llamar “territorio ocupado” al encuentro librero más importante del continente y uno de los más relevantes del mundo.

“Fue muy molesta esta idea de frontera vedada con la implementación de unas medidas de seguridad que no sé si fueron necesarias”.

En la misma línea se pronunció el también escritor mexicano Ignacio Padilla, al marcar “la falta de disenso” en una feria “militarizada”, caracterizada como nunca por medidas estrictas de seguridad, detector de metales en todos los accesos, vallas alrededor de la Expo Guadalajara, destinadas a proteger la presencia de Israel como país invitado de honor.

“Sabíamos que si Israel era el invitado las medidas de seguridad iban a ser excesivas. Con respecto al Ejército en la calle, creo que todo México está militarizado. Lo que no pensaba encontrar en una fiesta de los libros es esa ostentación de armas por partes de las fuerzas de seguridad y a la que lamentablemente nos estamos acostumbrando en este país”, dijo entonces el joven autor del Crack.

Ambos pronunciaron sus opiniones en la propia FIL, sin que ninguna autoridad tomara represalias por ello, porque a nadie a estas alturas se le daría por pensar o afirmar que en tan prestigioso encuentro de las letras caben la censura o la persecución.

¿Es así en todas las ferias de la República?

¿Hay que animar actos culturales que no pongan como eje central el tema de la libertad de expresión, la persecución a quienes piensan diferente y los crímenes que se acumulan a diario como en una verdadera maquinaria de la muerte?

El debate está en el aire. Corresponde nutrirlo y propiciarlo. No menos de eso se merecen tantas víctimas en nuestro querido México contemporáneo.

 

Con información de: Sin Embargo

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