LA DOBLE MORAL DE LA “NOBLEZA” ECONÓMICA

DESTACADOS, OPINIÓN, RADAR

El Radar por Jesús Aguilar

En las cúpulas de la sociedad, donde los apellidos pesan más que los nombres propios, los empresarios de alta alcurnia suelen proyectar una imagen de éxito imbatible. 

Sin embargo, al examinar con mayor detenimiento sus trayectorias, emerge un patrón inquietante: una doble moral que combina privilegios heredados y fracasos personales enmascarados tras una fachada de lujo y medios de comunicación.

La periodista y autora Chrystia Freeland, en su libro Plutocrats: The Rise of the New Global Super-Rich and the Fall of Everyone Else (2012), describe cómo los magnates contemporáneos construyen sus fortunas gracias a un sistema que perpetúa desigualdades estructurales. 

Freeland también señala que, para muchos de estos individuos, mantener una narrativa pública favorable es tan importante como la acumulación de riqueza. Esto explica por qué ciertos empresarios recurren a los medios de comunicación, no como una herramienta de información, sino como un mecanismo para preservar su imagen y blindar sus intereses.

Un ejemplo paradigmático es el caso de algunos magnates en América Latina y México, quienes controlan cadenas de televisión, periódicos o estaciones de radio, posicionándose como “guardianes de la democracia” mientras utilizan estos espacios para proteger sus negocios y consolidar su poder. Sin embargo, esta doble moral se torna evidente cuando, tras sus muros de cristal, sus vidas personales y profesionales se desmoronan. Estudios como el ensayo de Pierre Bourdieu, La distinción: Criterios y bases sociales del gusto (1979), refuerzan la idea de que las élites buscan reproducir su estatus a través del capital cultural heredado, pero carecen frecuentemente de la capacidad de innovar o crear por sí mismas.

Incursiones fallidas en política, práctica y partidista, ejercicio de influencia sin motor, apuestas caducas en la renovación de sus medios y “convenientes” tolerancias a personajes nefastos que creen que son personeros de su guadaña, cuando solo son pasajeros traidores en viajes donde la ruta la marcan ellos, aún con sus tremendos devaneos con la oscuridad.

Un caso específico que ilustra esta dinámica es el de empresarios que heredan imperios familiares pero fracasan al intentar diversificarlos o adaptarlos a los cambios del mercado. 

Eliminan por fracasos de gestión, manipulación psicológica o estados alterados a gente útil y fiel con tal de mantener la burbuja de infame lamegüevismo con la que se esconden en sus vicios de carácter y de profundas debilidades personales.

Según un reporte de Forbes en 2023, más del 60% de las empresas familiares no logran superar la segunda generación de liderazgo. Este fracaso no se debe necesariamente a falta de recursos, sino a la ausencia de visión y a una dependencia excesiva de la fortuna y el apellido.

Además, el control de los medios les permite a estos empresarios maquillar su incompetencia y proyectar una narrativa de éxito. Por ejemplo, el socólogo y economista italiano Vilfredo Pareto describió en sus teorías sobre las élites cómo estas tienden a renovarse mediante el reciclaje de privilegios, pero también advierte que su incapacidad para innovar puede llevar al colapso de su hegemonía.

La paradoja de estos empresarios es que, a pesar de sus vastos recursos, no logran consolidar una identidad propia. En palabras del psicoanalista Erich Fromm en El miedo a la libertad (1941), “la dependencia de una identidad heredada puede convertirse en una prisión”. En este contexto, muchos magnates terminan atrapados en la insatisfacción y la comparación constante con sus predecesores.

En el caso en el que no solo hay una leyenda detrás del nombre del padre y fundador de un proyecto sino también el legado desigual con los hermanos mayores el tema es aún más trístemente profundo.

En la actualidad, las redes sociales y los medios digitales también desempeñan un papel crucial en esta fachada. La aparición de perfiles públicos cuidadosamente curados refuerza la imagen de perfección y éxito, mientras oculta las grietas internas. Sin embargo, esta estrategia también puede volverse en su contra. Como demuestra el socólogo Zygmunt Bauman en Modernidad líquida (2000), la constante exposición en una sociedad hiperconectada aumenta la vulnerabilidad y dificulta mantener una narrativa uniforme.

La caída de estas élites, cuando ocurre, suele ser estrepitosa y ampliamente documentada. Casos recientes en Europa y América Latina revelan cómo la corrupción, los malos manejos financieros y los conflictos familiares erosionan imperios que parecían indestructibles. El periodista Michael Wolff, conocido por sus crónicas de las élites políticas y empresariales, enfatiza en su libro Fire and Fury (2018) que la desconexión entre la imagen pública y la realidad interna es una receta para el desastre.

Es esta doble moral dolorosa y negarla es el primer síntoma de una extinción inminente, tanto de sus estelas personales como del peso de sus proyectos y vida de sus medios, hoy muchos empresarios de alta sociedad radica en su dependencia de una fachada cuidadosamente construida que les permite aparentar éxito mientras enfrentan fracasos internos. Aunque sus privilegios les otorgan ventajas iniciales, su incapacidad para trascender el legado heredado y construir un éxito genuino los condena, en muchos casos, a vivir en la sombra de su propio apellido. Como sociedad, es crucial cuestionar estas narrativas y promover un modelo de liderazgo basado en el mérito y la transparencia, en lugar de perpetuar estructuras que solo benefician a unos pocos, el tiempo se agota como una verdadera via alterna para poder sobrevivir a si mismos… 

POSTDATA

Hoy cumplo 33 años al aire, ejerciendo mi vocación con pasión y cada vez más corazón responsable, gracias a todas y todos los que han contribuido a que sea posible. Especialmente a Miguel Maya y Gilberto Solís, por darme el espacio y condiciones para mantenerme vigente.

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