Hará algunos meses que escuché hablar de los vientres de alquiler en un evento social donde se celebraba el embarazo de una mujer. En la mesa de al lado alguna tertuliana comentó a otra a voz en cuello: – Bueno igual si no te quieres arruinar, rentas un vientre y le pagas-.
Me dejó sorprendida, no sólo el hecho de hallar el tema fuera de la discusión con colegas feministas en los foros de denuncia, sino el tono, la estridencia, el gesto entusiasta de la señora en sonar “moderna”. Sus palabras eran prueba fehaciente de que la explotación reproductiva es ya un acto de estatus como en su momento fue comprarse un auto de lujo, un bolso o hacerse una cirugía estética, es decir, seduce la idea de pensar: “Tengo tanto dinero que puedo pagar quien tenga un niño por mí”.
Que a la ciudad en la que habito haya llegado la idea, inclusive la propuesta legislativa bajo el argumento de que a la gente le falta este “servicio”, es un ejemplo de la labor eficaz de los interesados en medrar con la integridad de las mujeres, la valórica que impera presume ya una larga lista de gente famosa que adquirió uno o más críos a costa de la explotación: John Legend, Miguel Bosé, Sara Jessica Parker, Priyanka Chopra, Ricky Martín, Cristiano Ronaldo, Paris Hilton, Nicole Kidman, Robert De Niro, Tyra Banks, Jessica Chastain, Cameron Diaz, Lucy Liu, Elton John, Jimmy Kimmel… si la gente exitosa se los compra será que se puede y está bien.
Provee a todo esto asumir que las mujeres son cuerpos, entre más pobres más objeto, siguiendo a la Suprema Corte en sus recientes decisiones: los derechos humanos son de quienes pueden solventarlos y de las “gestantes” es el de ponerse un precio e intentar no morirse en medio de un embarazo, por eso las agencias en sus preguntas frecuentes ponen ¿Cuánto cuesta un vientre de alquiler? Y responden: entre 35 mil y 150 mil euros.
¿Se imagina usted que en su lugar escribieran, cuánto cuesta una mujer? El precio sería menor, porque las cifras incluyen ejecutar los procedimientos médicos cuantas veces se requiera hasta conseguir el embarazo y abortarlo si así lo decide quien paga, al igual que sobre el lugar donde reside, el alimento que ingiere, las vacunas, las medicinas, el tipo de parto y hasta la compensación en caso de morir.
Aunado a ello ahora en México hablamos de no ser “punitivista”, en opinión del Grupo de Información en Reproducción Elegida (GIRE), prohibir la práctica no la evita y entonces más bien el Estado debería ofrecer protecciones a las partes, porque además esta práctica: “…rompe con la manera tradicional en la que hemos aprendido el derecho civil y el derecho familiar. Siempre se ha presumido la maternidad de quien tiene el embarazo y el parto; la gestación subrogada viene a revolucionar esta situación”.
Pero esto es mentira. los vientres de alquiler revolucionen la presunción de la maternidad, sino que la pervierten y la tergiversan. Por biología, madre es la mujer que pare, ese hecho, el Derecho no lo pone en duda ni lo interpreta, sencillamente lo registra como parte de los primeros pasos en la protección de la infancia.
Si estamos esperando a que levante la mano el diputado o diputada federal dispuesto a recibir un tipo penal de explotación reproductiva para integrarlo a la Ley General de Trata en México para llevar a prisión a intermediarios y compradores es porque lo que proponen, sin eufemismos suena a como es: quieren que el Estado regule una forma de esclavitud, siendo que originariamente hay que degradar en su reconocimiento de derechos fundamentales a la mujer y adjudicarle una “autonomía”, utilitaria para quien saca ventaja de su necesidad y se queda con un niño o niña adquirido y pagado con dinero.
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Claudia Espinosa Almaguer