Viral, aunque no por las razones más afortunadas, se volvió aquel dicho de Enrique Peña Nieto, cuando en el marco del aniversario del Fondo de Cultura Económica se le ocurrió manifestar que en su opinión ‘la corrupción es cultural’, dando con ello a entender que no había nada que hacer al respecto y que estábamos condenados a ser por siempre y para siempre un país de corruptos. Ignoro si alguna vez la popular frase llegará a aparecer en billetes o monedas junto a la figura del hoy mandatario, pero sí que en ese momento desató una serie de críticas y respuestas que obligaron a una posterior autocorrección disfrazada de ampliación del dicho.
Hoy vemos que la corrupción no es cultural, o por lo menos no solo cultural. Lo vemos, además, con un ejemplo bastante ilustrativo y entendible para amplias audiencias: la FIFA. En esta organización, muy diferente en su naturaleza a los estados-nación pero también muy poderosa y movilizadora de grandes cantidades de recursos, la fiscalía estadounidense ha destapado una auténtica cloaca que involucra a varios de los más altos dirigentes del futbol mundial.
La FIFA aglutina a casi 200 países, la mayoría de los cuales tiene poca infraestructura y poca práctica profesional (si no ninguna) del balompié. Sin embargo, aun el voto del más pequeño vale exactamente lo mismo que el de cualquiera de las grandes potencias. Un principio que parece muy democrático, hasta romántico y loable, pero que termina generando un sistema de incentivos nefasto.
Resulta, para quien no lo sepa, que muchas decisiones del órgano rector del balompié, tales como designaciones de dirigentes internacionales o de sedes para eventos con derrama económica multimillonaria, se dan a punta de sobornos. Y esos sobornos se dan, sobre todo, con los federativos de esos países pequeños sin infraestructura ni importancia real en el mundo del futbol, pero cuyo voto vale lo mismo que el de Brasil, Alemania o Italia. Federativos que, por cuestión de escala, son presas fáciles, pues ven ahí el dinero que no verían ni en cien años en sus pequeños despachos con una vida honrada.
Así, el multicuestionado mundial de Qatar, y el también polémico mundial de Rusia, habrían sido designados por una mayoría de pequeñas federaciones comprada a punta de billete verde, y la reciente reelección de Sepp Blatter al frente del organismo se habría dado en los mismos términos.
Lo investigado por la fiscalía estadounidense no es en realidad sobre tales designaciones, pero ellas están sin duda como trasfondo y posible motivación política (considero ingenuo pensar que no hay una motivación política detrás de todo esto). Sin embargo, en la corrupción que aquí comento y en la que investigan los estadounidenses hay un par de puntos en común que me llaman la atención.
En primer lugar, una estructura que maneja enormes cantidades de dinero, pero lo hace de manera discrecional, sin rendir cuentas a nadie ni necesidad de transparencia alguna. En su país sede, incluso, operando bajo un estatus legal que le beneficia de manera desproporcionada, como si se tratara de una organización altruista de médicos que trabajan sin cobrar.
También el involucramiento de funcionarios de distintos orígenes étnicos y culturales. Ciertamente, la compra de votos se da principalmente en África, Centroamérica y el Caribe. Sin embargo, está imputado el neoyorkino Chuck Blazer, y uno de los grandes beneficiarios y promotores de la burda dinámica es el suizo Blatter, aun si por lo pronto no ha sido citado por la fiscalía.
Luego, si el estadounidense y el suizo han mostrado ser corruptos, ¿la corrupción sigue siendo sólo cultural? ¿No se antoja más lógica una explicación en torno a factores estructurales, como la gran cantidad de recursos que se manejan de manera tan discrecional, sin contrapeso ni transparencia alguna? Luego, ¿de verdad no hay nada que hacer? Creo que este bochornoso escándalo mundial nos puede dejar a los mexicanos varias reflexiones. Tomemos nota.
Finalmente, un comentario sobre el día de las elecciones, que ya es el próximo domingo. Supongo que no hablo sólo por mí cuando digo que en más de una boleta, si no es que en todas, este día me llega con serias dificultades para elegir un candidato o partido a quien dar el apoyo.
Dicen muchos anti anulistas que esta elección debe ser un refrendo o no a Peña Nieto y el PRI, pero ¿qué hacer si uno no quiere más de lo mismo de estos tres años, mas no ve en la debilitada oposición una alternativa realmente mejor? Dicen que se vote por el ‘menos peor’, pero el problema, como dice José Antonio Crespo, es sistémico: no sólo de individuos sino de partidos y normas corrompidas. Eso es lo que uno no quiere avalar este domingo. Ese es nuestro dilema.
Twitter: @leonhardtalv