A LO QUE TE TRUJE
LA FOTO DEL SEXENIO
Una fotografía captó sin querer el estilo de gobernar del presidente Andrés Manuel López Obrador. En la imagen, aparecía varado en un Jeep militar, atorado en la brecha entre Chilpancingo y Acapulco debido a los estragos causados por el huracán Otis. En este aprieto, aparecía inseguro y preocupado, con la mirada fija en el barro, mientras militares y ayudantes luchaban por sacar el vehículo del atolladero. López Obrador se encontró inmovilizado, atrapado en una trampa natural, fruto de una decisión precipitada e impulsiva.
En un giro del destino, un vecino cercano acudió en su ayuda con una camioneta, ya que sus intentos de escapar del aprieto resultaron inútiles. Horas antes, por la mañana, reconoció el corte de comunicaciones provocado por el huracán y la indisponibilidad de información de Otis. Indicó la posibilidad de visitar Guerrero y mencionó que varios secretarios estaban en camino para evaluar la situación. Mientras tanto, decidió permanecer “en espera”. Aunque esta decisión parecía racional, ya que la toma de decisiones sensatas se basa en un análisis exhaustivo de la información disponible, López Obrador se desvió de este camino.
En lugar de centrarse en coordinar los esfuerzos de emergencia en Guerrero y garantizar una gestión eficaz de la crisis, se embarcó impulsivamente en un viaje caótico y desorganizado a Acapulco, dejando un vacío en el liderazgo presidencial. Durante este tiempo, no estaba claro quién tomaba las decisiones cruciales. Fueron los militares y la Comisión Federal de Electricidad quienes llenaron el vacío de liderazgo, proporcionando actualizaciones a los medios de comunicación sobre sus acciones para acallar la posible desinformación.
La propia Presidencia permaneció en silencio. López Obrador, conocido por querer estar en el centro de todo, se volvió inalcanzable durante este periodo. Los reportes indicaron que su viaje a Acapulco duró aproximadamente 10 horas, sin información concreta sobre sus actividades o alguna evidencia de que hubiera visitado las zonas afectadas. Esta falta de transparencia puso de manifiesto su comportamiento irresponsable en un momento de crisis.
Irónicamente, López Obrador había declarado temer sólo tres cosas: su salud, Estados Unidos y los desastres naturales. Aunque podía controlar las dos primeras, la tercera estaba fuera de su control. No obstante, su gobierno disolvió el Fondo de Desastres Naturales en 2020, a pesar de la vulnerabilidad del país ante tales acontecimientos. Argumentó que el fondo en sí desapareció, pero los recursos siguieron disponibles, según la SHCP. Está por ver si estos fondos bastarán para cubrir los cuantiosos daños causados por Otis, pero la historia sugiere que pueden quedarse cortos.
Además, Otis puso de manifiesto las deficiencias en la prevención de catástrofes. Aunque se trató de un huracán atípico que cobró fuerza rápidamente debido a cambios inusuales de temperatura, hubo una oportunidad crítica para actuar. Por desgracia, poco se hizo para mitigar el desastre inminente. La tardía respuesta de las autoridades, tanto federales como estatales, fue inexcusable. La afirmación de López Obrador de que no tenía información es inaceptable, ya que el gobierno disponía de los medios para una comunicación segura, incluidos teléfonos vía satélite y canales militares.
La fotografía de la brecha personifica la incapacidad del Presidente para tomar decisiones eficaces, no como un momento singular, sino como consecuencia de su enfoque personalizado y desorganizado de gobierno, caracterizado por la falta de delegación, recursos inadecuados, medidas preventivas insuficientes y, en muchos casos, ausencia de capacidad. Su rescate por un miembro de la comunidad con una camioneta retrata sucintamente su forma de navegar por las crisis.