Las elecciones regionales llevadas a cabo este domingo en España hacen patente un nuevo escenario político para aquél país que ya se veía venir en las mediciones demoscópicas desde hace algunos meses. El espectacular surgimiento y crecimiento del izquierdista Podemos, acompañado más recientemente por la nacionalización del otrora regional Ciudadanos, ha destruido de momento el tradicional bipartidismo PP-PSOE que marcó al sistema político español desde los años 80.
España, país sumamente castigado por la crisis económica originada en los mercados financieros en 2008 –y que ahí se extendió como fuego en un reguero de pólvora por el sector de la construcción–, tiene una población altamente indignada no sólo con la propia existencia de la crisis, sino con el manejo de la misma por parte de su clase política. La austeridad impuesta desde La Moncloa (y desde Bruselas) socializó los efectos de la crisis: desempleo, desahucios, servicios públicos en decadencia y una creciente brecha entre ricos y pobres se volvieron el día a día para un cansado ciudadano ibérico, que ya para 2011 advertía a su sistema político del hartazgo al son del 11-M.
Por si fuera poco, los españoles en medio de todo ello han tenido que acostumbrarse a escuchar de manera cotidiana sobre escándalos de corrupción, que más lastiman cuanto mayor es la desigualdad y la pobreza en una sociedad. El timing, luego, fue devastador. A las dificultades para sobrevivir de cada vez más ciudadanos, había ahora que hacerlas convivir con escandalosas historias de enriquecimiento de los políticos (¿les suena familiar?), y eso no hizo sino echar más leña al fuego.
Es en este contexto que surgió Podemos, partido que recogió la indignación del 11-M y creció como la espuma básicamente con un discurso antagónico con la clase política tradicional, esa clase política incapaz de dar alternativas a la nociva austeridad para el pueblo mientras ella vive en Jauja. Le llama despectivamente ‘la casta’, haciendo referencia a que no se toca con el resto de la sociedad.
Con un apoyo mediático (televisivo, sobre todo) sorprendente, y muy al estilo de la ‘nueva cultura política’, Pablo Iglesias ha asumido el liderazgo del movimiento y ha dado promesa creíble de que, si Podemos gobierna, las cosas pueden ser distintas. Promesa que ha generado ilusión en no pocos, a pesar de los embates de algunos otros medios contra el partido y varios de los colaboradores de Iglesias, alguno de los cuales ya tuvo que hacerse a un lado. Esa ilusión es lo que explica los resultados del domingo.
Pero ahora, con esos resultados, empieza la prueba de verdad para Podemos. Porque claro: una cosa es anunciar cambios en la política pública, otra es implementarlos una vez que se está en el gobierno. Y otra más, que esos cambios tengan el efecto deseado.
Los partidos con los que el naciente partido tiene que hacer coalición en las diferentes comunidades autónomas –pues no alcanza a gobernar en solitario–, el gobierno central español, una multitud de actores que podrían ver sus intereses afectados y hasta Europa limitan el margen de maniobra –si no creen que Europa presiona y limita, pregúntenle a Tsipras.
Llegar con una plataforma agresiva como la de Podemos pone el listón muy alto. Como dicen los chinos: uno es amo de lo que calla, y esclavo de lo que dice. Dicho de otro modo, hay que tener cuidado con las expectativas que se genera, porque a la larga se pueden volver contra uno.
Empieza la hora de la verdad, y la prueba no se antoja para nada fácil, pero por ahora Podemos ha inyectado una frescura que hacía mucha falta al sistema de partidos español. Un toque de atención para el resto de la clase política, pues se demuestra que el ciudadano no se conforma con ver sólo opciones sin sustancia en la boleta.
Twitter: @leonhardtalv