Erika, es una joven migrante hondureña, madre de familia de dos pequeños de 6 y 8 años, a quienes dejo con su madre para emprender el viaje hacia el sueño americano, sin conocer a nadie se sumo a un grupo que buscaba quien los cruzara el Rio Bravo, supo el alto precio que debía pagar, cuando le obligaron a ingerir “La Mexicana”, un potente anticonceptivo con efectos de tres a seis meses, segun comenta Erika haber escuchado.
Cabizbaja y apenada por lo que ha debido pasar en su travesía, Erika cuenta que al llegar a la esquina y sumarse a un grupo de personas que buscaban iniciar el viaje, de pronto llego quien les ofreció llevarlos, apartando solo a un grupo de mujeres, a las más jóvenes.
Ya en camino y antes de salir de su país, Erika y el resto de las mujeres “apartadas”, sin su consentimiento fueron unas inyectadas y otras obligadas a ingerir potentes pastillas anticonceptivas, con lo que aterradas comprendieron lo que les esperaba.
Sin el ánimo de denunciar, e increíblemente serena a tres semanas de haber iniciado el viaje y con éste su suplicio, Erika detalla, que en el trayecto, “los cuidadores”, que son mismos compatriotas, las intercambian sexualmente por bebidas embriagantes, drogas, armas y lo más importante para ellas, su “seguridad” para llegar a un poblado más.
Al estar ahí la historia se repite y pasan “de mano en mano pagando la cuota”, pero no solo la de ellas, sino la de los abusivos compañeros “que las protegen”, en complicidad con los “polleros”, por eso es tan importante su protección, pues una mujer embarazada “dicen ellos; que no tiene el mismo valor”.
Al preguntarle por efectos secundarios del potente anticonceptivo que las obligan a usar una sola vez, Erika dice que no hay tiempo para poner atención a ello, su cuerpo diariamente es vejado; entre el largo andar, el mal comer, mal dormir, no sabe si los dolores de cabeza y de abdomen que siente son por falta de comida, por la repulsión, por golpes que “accidentalmente” se da o por qué, tampoco sabe si ha adquirido alguna enfermedad venerea.
Han sido tantas las cosas que Erika a vivido en los últimos días, que del horror paso la normalidad, dice que ahora ya no le importa, “es algo que tenemos que pasar, yo no creía cuando escuchaba todo esto que decían mujeres que mejor se regresaban, hasta que me toco vivirlo”.
Erika cuenta de una joven mujer de un poblado vecino al suyo, que emprendió el viaje y tal fue su sufrimiento que decidió regresar, contando que fue violada incesantes veces, que fue moneda de cambio, de pago de cuotas, de vejaciones continuas durante dos meses en que estuvo cautiva, finalmente al ser rescatada fue devuelta a su país, pero era tal el horror de su desgracia al contarla que resulto inverosímil no solo para Erika, sino para muchas mujeres más.
Esta mujer, cuenta Erika, quedo imposibilitada para ser madre y esposa, tal fue el impacto de su desgracia, que a los tres meses de haberla regresado se quito la vida, conto entre su historia, que fue obligada a ingerir “la Mexicana”, al igual que muchas otras a manera de condicionante para llevarlas en travesía hacia Estados Unidos.
Pese a esa historia, Erika emprendió su viaje, a su paso por San Luis Potosí, ora y finalmente llora para que la travesía termine, ora por sus hijos, y ora porque su esposo que está en Atlanta, la reciba bien, dice que él nunca sabrá lo que hasta ahora ha pasado, teme si sabe la rechace y lo vivido no habrá valido la pena.
EL SOL DE SAN LUIS