Unos 30 agentes armados, con chalecos antibalas, abrieron el portón principal de una vivienda en la colonia Melchor Ocampo, en el centro de Ciudad Juárez, donde se desarrollaba una fiesta. Sacaron a unos 50 jóvenes acusados de disturbar el vecindario. Pero no era sólo una fiesta lo que sucedía. Ese sábado 16 de marzo un movimiento musical naciente en Ciudad Juárez estaba resistiendo a la “cultura de la muerte y la industrialización”. La Nueva Ola Fronteriza, como lo han bautizado sus creadores, es el más reciente esfuerzo por rescatar el tejido social en Ciudad Juárez mediante la música. El colectivo formado por tres músicos y productores, está luchando junto a otros, por crear espacios que seduzcan más a los jóvenes que las drogas, el sicariato y el narcotráfico.
El fundador del colectivo y del proyecto es Pájaro Sin Alas, Rodolfo Ramos Castro, un estudiante de sicología de 20 años, con peinado afro, lentes de pasta y pantalones ajustados. Rodolfo dice que a pesar de no haber iniciado con una intención meramente social se ha ido “acoplando” al discurso.
“Me he tenido que adaptar a ese discurso de rescatar el tejido social, pero me doy cuenta de que este contexto de violencia me influye, como a todos, creo”, explica Rodolfo.
El Pájaro Sin Alas describe su ciudad como “una ciudad industrial con nulas muestras de cultura”. “Rescatar a Juárez del contexto de violencia no es lo que hace que yo haga música, pero sí me hace querer crear una identidad de juarense. Monterrey la tiene, Tijuana la tiene, y aquí no hay”, comenta.
Para Rodolfo el incidente del 16 de marzo es un perfecto ejemplo de los tiempos que vive Ciudad Juárez. “La fiesta la reventó la policía. Se cortó un evento netamente juarense y para los juarenses, un intento por crear identidad. Yo estaba en mi segunda canción cuando entraron a parar la fiesta”.
A falta de espacios para crear y exponer música, los colectivos como La Nueva Ola Fronteriza han tenido que echar mano de casas particulares. Aquel sábado por la noche, las patrullas pararon el evento y sacaron a los jóvenes de la vivienda, pero ninguno fue arrestado porque no existían realmente elementos delictivos.
Fotos por Pako Servín.
En 1997, Ciudad Juárez atravesaba por una crisis de inseguridad, que aunque distinta a la de estos tiempos, flagelaba igual a los jóvenes y familias de todos los estratos sociales. El pandillerismo se había multiplicado exponencialmente y las bandas eran cada vez más violentas. Había llegado el punto en el que la ciudad estaba tan plagada de pandillas que, casi dividida en cuadrantes, no se podía circular a pie libremente sin ser víctima de una ganga u otra, por el simple hecho de sospechar que se era miembro de alguno de sus rivales. Ese año se creó CCOMPAZ, Ciudadanos Comprometidos con la Paz. La organización, fundada por Alma Rosa González, nació con la intención de pacificar la ciudad mediante la música. Se instalaron en las colonias más conflictivas, arriesgándose al robo, asalto e incluso amenazas de muerte. Pero, según relata González, al ver los resultados valió la pena.
“Nos dimos cuenta que la música se convierte en una pasión para muchos de ellos y sus mentes se enfocan, por eso ya no voltean a ver los vicios”, explica.
Pero a más de 10 años de su inicio, el pandillerismo se ha convertido en una fuerza mayor desde su unión con el crimen organizado. De esto han sido testigos.
Durante 2010, Ciudad Juárez fue tildada como “la más violenta del mundo” debido a que registraba un promedio de 13 asesinatos diarios. En ese mismo año los integrantes de CCOMPAZ se instalaron dentro de una secundaria en la Colonia Azteca, lugar del Barrio Azteca, el cual sirve como brazo armado del Cártel de Juárez en México y Estados Unidos. “Nos tocó que se metieran a la secundaria sicarios armados, como escondiéndose. Esa tarde teníamos una presentación de un ensamble de música clásica y evacuamos a todos los niños”, relata González. La fundadora recuerda que luego de la llegada de miembros del Ejército Mexicano, las madres se tomaron de las manos. “Estaban traumatizadas”, cuenta. “Pero los niños tocaron esa tarde como si nada hubiera pasado. Luego los llevamos a comer y platicaron de cómo les fue en el evento y nadie habló sobre el incidente. Dejaron de lado la violencia”.
Para González ese fue un mensaje del poder que tiene la música en la mente de los niños. “Los distrae y los saca de una terrible realidad”.
La Nueva Ola Fronteriza “es psicodelia, todo es al límite aquí”. Rodolfo, el creador del colectivo así la define. En su búsqueda por consolidar una identidad de la ciudad, Rodolfo El Pájaro Sin Alas, sustrajo el término de la música popular de los 60s, con sus teclados psicodélicos, sus letras pop y lo mezcló con ritmos de cumbia, de reggaetón y de maracas. “Queremos hacer saber que como fronterizos no nos identificamos plenamente con lo mexicano, pero tampoco con lo gringo. Aquí todos se influencian por la música europea o norteamericana, pero esos no somos nosotros”, explica Rodolfo.
El colectivo está formado por Airek, Flower Drive y Pájaro Sin Alas, tres ex miembros de una banda de rock llamada Purple Haze, aludiendo a la música de Jimmy Hendrix. A pesar de que cada proyecto es distinto entre sí, conservan una misma línea: los teclados y sintetizadores psicodélicos.
Pájaro Sin Alas suena a algo que se escucharía en las tiendas de ropa de moda en California o en la Ciudad de México. Sus letras, con una vocal grave, hablan de amor, de sueños y de viajes. El sonido es tal, que antes incluso de ser escuchado en la radio local o nacional, ha llegado a la radio pública en Alemania. Entre las más escuchadas de Pájaro Sin Alas está la versión electro-cumbia de una canción del productor norteamericano Toro y Moi. La mezcla, según Rodolfo, es consecuencia de los lugares donde busca inspiración. “Me gusta vivir en Juárez, me gusta subirme a la rutera (transporte público) y escuchar lo que el chofer está tocando en la radio o en un CD”, dice.
Incluso, explica, el nombre de Pájaro Sin Alas tiene un origen fronterizo. Por ser la principal urbe en el estado de Chihuahua, Ciudad Juárez recibe a cientos de indígenas rarámuris de la Sierra Tarahumara, y fue uno de ellos quien dio nombre al proyecto de Rodolfo. “Iba por la calle caminando y escuché que una mujer rarámuri le llamaba pájaro sin alas a una rutera, me llamó la atención porque tiene un significado muy metafórico con el que me identifico”.
Los proyectos musicales que existen en Ciudad Juárez, como CCOMPAZ, son “expresiones de resistencia”, dice González.
“Aquí hay muchos niños alejados de la escena cultural, escuchan solo corridos del narco y así se educan”, comenta.
No obstante, el maestro Eder Holguín, quien enseña música contemporánea en CCOMPAZ, afirma que se han ido abriendo espacios para la expresión cultural, lo que significaría que se han cerrado puertas a la cultura de la violencia.
“Aquí no existe realmente la cultura, pero nuestro papel como músicos y maestros, es abrir espacios. Hasta ahora nos sentimos orgullosos de que lentamente, pero la cultura ha ido despertando”, comenta.
Eder asegura que la música enseña dos cosas esenciales para alejar a los jóvenes de la violencia, el narcotráfico y las drogas: “disciplina y valores”. “Nuestra meta es tener un espacio propio y grande a futuro, para desde ahí sustraer a la juventud de la cultura de la muerte”. De acuerdo a estudios sociológicos realizados por organismos no gubernamentales como el Colegio de la Frontera y otros, una de las principales razones por la que un joven decide participar en el narcotráfico es el dinero. Habiendo crecido con carencias de lo más necesario como el vestido y el alimento, los jóvenes de colonias marginales encuentran dinero fácil en transportar o vender droga, e incluso en el asesinato. Pero para González, el acercamiento de su organización les ofrece otra cosa: “Si los narcos les ofrecen dinero, nosotros les ofrecemos aplausos y eso no se compra con nada”.
Con información de: Vice