LA VOZ DE UN GIGANTE DORMIDO. MARCHA POR EL CAMPO.

LA VERDAD Y EL CAMINO

Por: Aquiles Galán.

“La tierra es de quien la trabaja.” — Emiliano Zapata

Cuando hablamos del campo, muchos lo imaginan pequeño, casi invisible. Pero no. Hubo un tiempo en que el campo fue motor del país. Hoy, en lugar de cuidarlo, lo empujamos a la marginalidad: menos oportunidades, menos apoyo, menos precio justo por su trabajo.

El 24 de noviembre de 2025 vimos que esa fragilidad tiene respuesta. Miles de campesinos y transportistas cerraron carreteras y bloquearon casetas. También hubo presencia en rutas hacia San Luis Potosí. El mensaje fue simple y contundente: no pueden exprimir a quien nos alimenta y esperar que se quede callado.

¿Por qué estalló esto ahora? No es solo por una ley. Es por muchas heridas acumuladas: precios que no alcanzan para cubrir la siembra, promesas de apoyo que llegan a medias, proyectos que nunca aterrizan y la competencia brutal del mercado internacional. Y en el centro del enojo está la reforma a la Ley de Aguas Nacionales…esa que en los discursos busca ordenar el agua y proteger el derecho humano, pero que en los campos suena a amenaza para el patrimonio familiar.

Los campesinos temen ha algo lógico: que el agua deje de ser un derecho ligado a la tierra y pase a ser un permiso frágil, difícil de vender, heredar o usar sin trámites caros. Imagínalo: pagar estudios, regularizar pozos, cumplir requisitos que muchos no pueden costear. Para quien vive del jornal y del ciclo de la cosecha, eso no es administración: es riesgo de perder la única riqueza que tienen.

También está la desconfianza. Cuando las reglas se fijan “desde arriba” y sin explicaciones claras, la gente responde. Y respondió el 24. No solo por la ley; por dignidad, por previsibilidad, por la seguridad de que su tierra conserve valor y su trabajo tenga sentido.

¿Qué puede pasar si la ley avanza sin cuidado? Lo peor: bajar el valor de la tierra, reducir producción en temporadas secas, y empujar a familias rurales a la deuda o a vender. Además, vendrán pleitos legales y una larga incertidumbre que nadie necesita. Pero también hay otra verdad: el derecho al agua es real y urgente. No es rechazo a esa idea; es rechazo a la forma.

La salida no está en echar abajo la ley ni en mantener la improvisación. Está en dialogar de verdad. En acordar transitorios que protejan a los pequeños productores. En acompañamiento técnico y apoyos financieros reales. En precios justos que permitan planear la cosecha y la vida. En mesas con ejidatarios, autoridades locales, académicos y CONAGUA, pero con voz y poder de decisión para quienes trabajan la tierra.

Si queremos justicia hídrica, que sea con justicia social. De lo contrario la letra de la ley será perfecta en el papel y terrible en el campo.

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