Ladies que lo tienen todo, muchos que no tienen nada

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Hablaba la semana pasada en esta columna sobre el patrimonialismo con el que se ve en México a la administración pública. Lo hice para profundizar en el tema del patronazgo que se presenta cuando los funcionarios colocan a ‘su gente’, o a su familia, aprovechando su posición y la falta de reglas claras y observadas respecto del empleo público. Pero esta semana quiero resaltar otra faceta del patrimonialismo a propósito de la historia de la llamada ‘Lady Profeco’, y hacer alguna reflexión al respecto.

El origen de este tipo de historias –que son de lo más comunes, pero en pocas ocasiones trascienden en redes sociales– es, como lo adelanté, el patrimonialismo. Esa actitud casi generalizada entre la clase política y los altos funcionarios de ver a la administración pública como cosa propia, y no como cosa pública. Esto que, como consecuencia, les lleva a faltarle al respeto a la vocación de servicio público que debería prestar de la mejor manera posible esa administración. Y, sobre todo, que los hace privatizar los beneficios de lo que no es privado, corrompiendo aún de formas relativamente ‘inocentes’ –en ocasiones sólo con la intención de ayudar a algún familiar o amigo– el espíritu de las instituciones.

En México, sin embargo, el escenario se complica aún más, pues no sólo se presenta un agudo patrimonialismo en la administración pública, alejándola del ideal weberiano de una burocracia neutral, legal y racional, sino que los canales de participación e interlocución entre las instituciones y el ciudadano suelen ser escasos o tener muy poca credibilidad. Es decir, que no sólo los que están adentro de la administración la ven como si fuera suya, sino que los que están fuera no sienten que tengan ninguna interlocución real con las instituciones. Lo que hay, entonces, es una polarización total: quienes tienen todo el acceso –aún para lo indefendible– y quienes no tienen nada.

Así y sólo así es que se pueden entender algunas cosas en este país. Así y sólo así se entiende, en medio de un país que reclama acciones reales y no clientelares contra la desigualdad en sus más de 2 mil 500 municipios y no sólo en 400, en medio de un país con tremendas necesidades básicas mal atendidas, y en medio de un país donde la procuración e impartición de justicia hacen de todo menos justicia para noventa y tantos por ciento de los casos (el tamaño estadístico de la impunidad), que una niña malcriada truene los dedos y cierre un establecimiento con alarde de prepotencia, todo por ser hija del titular de la Profeco.

Las necesidades de miles no encuentran respuesta. El capricho de una, sí. Así funciona México. De ese tamaño son nuestros déficits y desequilibrios. Y en tanto no atendamos estos dos factores que cito, la cosa no puede sino seguir igual en el mejor de los casos.

Mientras los políticos y funcionarios crean que pueden hacer lo que les da la gana en una administración sin reglas claras y mecanismos ‘con dientes’ para su cumplimiento, y mientras los únicos canales de participación eficaces consistan en tener un pariente en el gobierno, las Lady Profeco se seguirán multiplicando ante el enojo, impotencia e indefensión de los demás. Sus parientes en el gobierno, para colmo, seguirán sarcástica y desfachatadamente asegurando que ‘nunca les pasó por la mente renunciar’, y nadie con el poder de exigírselos lo hará. Seguirán, acaso, echando a la calle a algunos de sus empleados, nunca a ellos.
 
A ver cuántos desequilibrios sigue soportando este país. A ver cuántos, a ver hasta cuándo.

 

Carlos Leonhardt
@leonhardtalv

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