¿LOCOS POR EL PODER?

DESTACADOS, OPINIÓN, RADAR

El Radar

Por Jesús Aguilar

X @jesusaguilarslp

El poder es uno de los fenómenos más fascinantes y perturbadores en la historia de la humanidad. Los grandes líderes, desde los emperadores romanos hasta los gobernantes contemporáneos, han demostrado cómo la acumulación de poder puede trastornar la percepción de la realidad, llevando en muchos casos al aislamiento, la megalomanía y, en su punto más extremo, a la destrucción de sus propias sociedades. 

¿Qué sucede en la mente de un líder que se aferra al poder hasta perder todo contacto con la realidad? 

¿Cuáles son los mecanismos psicológicos y sociales que facilitan este proceso?

¿Cuántos ejemplos les llegan a la cabeza en el país y en San Luis Potosí?

El Poder y la Distorsión de la Realidad

El psicólogo David Owen, en su libro The Hubris Syndrome: Bush, Blair and the Intoxication of Power, describe cómo el poder puede generar una “intoxicación” que transforma la personalidad de un individuo. Owen, quien también fue político, argumenta que el síndrome de hubris se manifiesta cuando un líder comienza a mostrar una confianza excesiva en sus propias decisiones, desestimando la crítica y aislándose de la realidad. Este fenómeno se ha observado en líderes como Margaret Thatcher en sus últimos años de mandato y en presidentes como Richard Nixon, cuya paranoia y desconexión con la realidad lo llevaron a la caída.

El neurocientífico Ian Robertson, en The Winner Effect, explica cómo el poder altera la química cerebral, incrementando los niveles de dopamina y reduciendo la capacidad de empatía. Este efecto es similar al de las drogas, generando una adicción al control y a la admiración, lo que dificulta que los líderes renuncien voluntariamente a sus posiciones.

¡Qué lindo soy, qué bonito soy, cómo me quiero!

El entorno del líder es fundamental en este proceso. Sin contrapesos reales, sin oídos abiertos y ojos claridosos, es imposible mantener los pies en la tierra.

La ausencia de mecanismos de contrapeso, la adulación de su círculo cercano y la falta de críticas objetivas refuerzan la idea de que el gobernante es infalible. 

El sociólogo Max Weber argumentaba que la autoridad carismática puede volverse peligrosa cuando el líder empieza a creer que su legitimidad proviene de una supuesta misión histórica o divina.

Además, la cultura política de un país influye en la duración del poder. En sistemas democráticos sólidos, las instituciones limitan la posibilidad de que un gobernante se perpetúe. Sin embargo, en regímenes autoritarios o democracias debilitadas, el líder puede manipular las leyes para extender su mandato, como lo han hecho Vladimir Putin en Rusia y Daniel Ortega en Nicaragua. Todos sabemos en qué pifia terminó la ley antinepotismo de la Presidenta Claudia Sheinbaum, manipulando los tiempos para obtener márgenes.

De aquí me sacan… ¡muerto!

El deseo de perpetuidad en el poder surge cuando el líder comienza a identificarse con el Estado. La psicóloga política Fathali Moghaddam, en The Psychology of Dictatorship, explica que los líderes autoritarios desarrollan una visión en la que el destino de la nación depende exclusivamente de su permanencia. Esto se traduce en la eliminación de opositores, el control de los medios de comunicación y la manipulación de la narrativa histórica para justificar su mandato.

Un claro ejemplo de esto es el caso de Hugo Chávez en Venezuela, quien modificó la constitución para reelegirse indefinidamente, justificándolo como una necesidad para el bienestar del pueblo. Similarmente, líderes como Xi Jinping han reformado las leyes para eliminar los límites de mandato, consolidando su control sobre el país.

¿Es el Poder una Enfermedad?

Si bien el poder no es inherentemente negativo, su acumulación sin límites tiende a corromper incluso a los líderes con las mejores intenciones. El aislamiento de la realidad, la intoxicación de poder y la pérdida de empatía son síntomas de un fenómeno psicológico que ha llevado al colapso de imperios y democracias a lo largo de la historia.

La pregunta clave es: ¿cómo evitar que el poder trastorne a los gobernantes? La respuesta radica en la fortaleza de las instituciones democráticas, la participación activa de la sociedad y la limitación de los periodos de gobierno. Solo mediante estos mecanismos se puede prevenir que el líder, cegado por la megalomanía, arrastre consigo a toda una nación hacia el abismo.

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