En 1815 la odontología era una especialidad médica incipiente y los ricos tenían la boca en muy mal estado, con dientes picados y muelas podridas.
Pero en Reino Unido encontraron una solución al problema: reparar las dentaduras con las piezas extraídas a los soldados muertos en la batalla de Waterloo.
A finales del siglo XVIII y principios del XIX “todo el mundo estaba incursionando en la odontología”, dice Rachel Bairsto, curadora del museo de la Asociación Dental Británica, situado en el centro de Londres.
Y con todo el mundo se refiere a joyeros, químicos, peluqueros, incluso a herreros.
Era un tiempo en el que el consumo de azúcar había aumentado entre la población más pudiente y se empezaban a probar los primeros tratamientos de blanqueamiento dental, con soluciones ácidas que terminaban dañando el esmalte.
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Los dientes se arrancaban a diestra y siniestra, y la demanda de piezas paradentaduras postizas crecía sin parar.
El negocio, pues, estaba en auge.
Además, Bairsto asegura que existen evidencias de implantes de dientes humanos antes de la batalla de Waterloo, un combate librado entre el ejército francés comandado por el emperador Napoleón Bonaparte y las tropas británicas, holandesas y alemanas dirigidas por el duque de Wellington, el 18 de junio de 1815, cerca de la localidad de Waterloo (Bélgica).
Con el anuncio en inglés de la imagen superior, publicado en 1792, se pedían dientes del extranjero -del “continente”, en alusión a Europa continental-, para después insertarlos en dentaduras postizas destinadas a ricos con bocas poco saludables.
Y las caricaturas de la época, como las de la imagen inferior, de 1787, ironizaban sobre los dientes arrancados a los estratos más pobres de la sociedad para beneficio de los más pudientes.
Eran donantes vivos.
En aquel tiempo la base de las dentaduras protésicas era de marfil y se le insertaban dientes humanos. Otra opción era fabricar los dientes también con ese material.
Una pieza así podía costar en 1780 más de US$150, dice Bairsto. Si no tenían dientes humanos eran más baratas, pero aun así inacesibles para la mayoría de la población.
Y a pesar del alto precio, lo más probable es que no duraran mucho, ya que se colocaban en bocas poco saludables.
En las imágenes de abajo se pueden ver dos ejemplos, con la pieza superior e inferior sujetas por muelles.
Eran ingeniosos para la época, pero probablemente incómodas para usarlas y comer con ellas, así como propensas a caerse con facilidad.
Los modelos más deseables era los que tenían dientes humanos, pero los donantes vivos eran limitados y los ladrones de tumbas podían ofrecer un suministro restringido.
Así que la perspectiva de usar miles de dientes británicos, franceses y prusianos encajados en las bocas de los recién fallecidos soldados que yacían en el campo de batalla de Waterloo se volvió sumamente atractiva para los saqueadores.
Había miles de cuerpos en un único lugar, dice Bairsto. Y los dientes los habrían arrancado con pinzas, provistas no solo por las tropas sobrevivientes y los lugareños sino por oportunistas llegados del resto del país para revolver la basura y buscar oportunidades de hacer dinero.
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Bairsto cree que habría menos muelas, porque eran más difíciles de extraer.
Al día de hoy no hay duda de que estas piezas son “dientes de Waterloo”, pero Bairsto dice que fue una lucha hallar las pruebas que respaldaran el concepto.
Y es que cree que posiblemente los portadores de los dientes en esa época no sabían de la procedencia de las piezas con que se completaban sus dentaduras postizas.
Para mediados del siglo XIX el uso de dientes humanos en dentaduras protésicas había disminuído.
En parte debido a la Ley de Anatomía de 1832, que otorgaban los permisos para mover cuerpos humanos, y en parte porque aparecieron en el mercado nuevos productos alternativos.
Pero en la lista de precios de 1851 de la imagen de arriba se ve que los dentistas aún compraban dientes humanos y piezas de marfil.
Y los técnicos andaban experimentando con distintos sistemas para fijar los dientes en las prótesis, como los pasadores metálicos.
Fue en ese tiempo cuando llegó al mercado el diente de porcelana.
El joyero Claudius Ash hizo significativos avances en el área durante la década de 1830, cuando desarrolló sus “dientes tubo”.
El siguiente gran progreso fue el reemplazo del marfil por la vulcanita a la hora fabricar las bases de las dentaduras. El material, un compuesto hecho de goma india, fue desarrollado por los hermanos estadounidenses Charles y Nelson Goodyear en 1840.
Era relativamente barato, y muy rosado.
Además, por entonces incluso se podía acudir al joyero para que te ajustara la dentadura, señala Bairsto.
Tuvieron que pasar 45 años más para que Reino Unido introdujera la primera formación para odontólogos.
Y otros 20 más para que se aprobara la primera legislación relacionada con esta práctica (1878) y para que se creara el primer registro de dentistas (1879).
Pero no sería hasta bien entrado el siglo XX cuando los materiales acrílicos sustituyeron a la vulcanita y cuando se añadió fluoruro al dentífrico.
Fue entonces cuando la salud bucal comenzó a mejorar.
Fuente: BBC.