El pintor postimpresionista Paul Cézanne comentaba que una obra de arte que no se origina desde una emoción no es arte, algo de lo que puede presumir el cine con toda seguridad. Con su habilidad para agitar sentimientos desde la alegría hasta la tristeza, la industria cinematográfica no solo ejerce de entretenimiento, sino describe también la sociedad en la que vive.
Las películas reproducen historias reales, imaginan tramas imposibles y plasman, de manera sutil o explícita, las preocupaciones y lo que aterra a cada generación. Así, el miedo ha mutado desde monstruos sádicos como Drácula o Frankenstein hasta retratar el lado oscuro del ser humano en películas como Psicosis o El silencio de los corderos.
El lado oscuro humano
El miedo a encontrarse con un monstruo o un asesino puede ser superado si, durante un ejercicio de introspección, descubrimos que ese, somos nosotros mismos. Jugando con esa parte animal que nadie quiere saber que tiene, el cine ha explotado este temor con sutileza en películas como El club de la lucha (1999). “El temor hacia uno mismo lo relaciono con que vivimos en una sociedad que nos pide autocontrol. Existen discusiones a lo largo del mes que resolverías a golpes y que finalmente se acaban dialogando, que me parece bien”, argumenta Luis Muiño (Madrid, 1967), psicoterapeuta y divulgador. Se trataría de hundir y reprimir partes del ser humano contrarias a las reglas sociales que permiten la convivencia, según diría Sigmund Freud en El malestar de la cultura. “En terapia hay personas que me dicen que tenían ganas de matar a su jefe o a su mujer y tienen miedo al descubrirlo”.
Otro claro ejemplo de la preocupación por ese lado oscuro se encuentra en la serie de la pequeña pantalla Dexter protagonizada por un impecable Michael C. Hall. “Este es un caso llevado al límite. Es la apología de un mundo moderno que nos pide que canalicemos las cosas y seamos funcionales. Lo demás sirve”.
El triunfo de las máquinas
La velocidad a la que la tecnología se ha desarrollado supone otra de las grandes inquietudes relfejadas en la gran pantalla. El director de cine Stanley Kubrick insinuó ya en 1968 algunos peligros que las nuevas tecnologías podían traer en 2001: Una odisea en el espacio y que, casi 20 años más tarde, recogió James Cameron con Terminator (1984). El planteamiento aquí era claro: máquinas venidas del futuro más fuertes que el ser humano y que escapaban del control humano. “Este tipo de miedo tuvo mucho que ver con que los ordenadores lo coparon todo, se creía que iban a regir la vida humana. [Sigmund] Freud explica en una teoría que lo que está en los límites de dos cosas diferentes nos da miedo. Lo que está entre lo muerto y lo vivo (como un vampiro o un zombi) o entre lo animado e inanimado (como el muñeco de Chuky), por ejemplo”. La tecnofobia reflejada en el filme protagonizado por Arnold Schwarzenegger mostraba la falta de tranquilidad especialmente potenciada en los años 90, previos al temido efecto 2000. El juego cinematográfico esconde aquí el temor a un fallo que nos dejara sin la tecnología de la que tanto dependemos o que volviera a los aparatos en contra de las personas. Todo esto representado por un robot en la frontera entre lo humano y tecnológico. “Las máquinas tienen funciones parecidas a las nuestras y por eso están en el límite con nosotros. ¿Les controlamos o nos controlan ellas? ¿Son inteligentes o no? Un robot, ¿es un ser humano o no?”.
La fuerza de la naturaleza
Plagas, inundaciones, tornados, meteoritos y demás catástrofes naturales plasman desde hace décadas un peligro explícito de la humanidad que ha atemorizado repetidamente al espectador. “El ser humano no es depredador, es víctima. El miedo a que nos coman está ahí de alguna manera pero hay que acercarse a la naturaleza para sentirlo. Tiburón juega muy bien con eso. Es inmenso, más fuerte que tú e incontrolable”. Este temor primitivo recala es un elemento sencillo con el que jugar para el cine, ya que la mayor parte de la población mundial -más aún los consumidores de cine- viven en ciudades, donde, en buena medida, esos peligros están alejados. “El proyecto de la bruja de Blair en 1999 lo rescata. Un grupo de jóvenes rubanitas con linternas a las tres de la mañana en un bosque da miedo. Es la única manera de sentirlo, pero hay que meterse en la naturaleza”.
El fin del mundo
La alarma que provocan los peligros de la naturaleza y la tecnología esconden, a su vez, el recelo ante una hipotética destrucción del planeta. El miedo al fin del mundo que llega a través de fenómenos naturales o la acción del hombre ponen sobre la mesa el debate medioambiental y la responsabilidad de la actividad del ser humano. Ese temor es recogido por películas como La carretera (2009) de John Hillcoat, donde la idea de fondo principal es la expiación del hombre por su comportamiento destructivo. “Hay una clara culpabilidad. Algo hemos hecho mal y se nos va a caer una catástrofe encima. Si te internas en la naturaleza, un lobo te puede comer pero no depende de ti”, razona Muiño.
Más recientemente Bestias del sur salvaje (2012) es otro de esos ejemplos de la culpabilidad del ser humano en la destrucción del planeta, de la que siempre el responsable es otro, pero no nosotros. “La idea es que la gente es idiota, hacen las cosas mal. Pero siempre son los demás los que meten la pata”.
La incivilizada muchedumbre
En los años veinte del siglo pasado la Gran Guerra y el auge de los totalitarismos retumbaban aún en la memoria. Autores como José Ortega y Gasset expusieron que la unión de muchos individuos o masa era una amenaza real a la vuelta de la esquina, que el tiempo le dio la razón. Este miedo se encuentra en las salas de cine, entre otros casos, a través de la figura del zombi: un individuo alienado que se mueve en manada y que carece de límites, presente en películas como 28 días después (2002). “Es el pánico a la deshumanización, el fin de la empatía, las emociones y los límites morales. Son personas que hacen algo que como individuos no harían pero en masa sí”, apunta Muiño. Pero ese temor también se refleja en otros filmes como La jauría humana (1966), en la que el espectador vive de cerca la presión de una comunidad.
La angustia del aislamiento
“El ser humano no está hecho evolutivamente para estar solo. Es un animal de grupo”. Débil en solitario y fuerte en conjunto -la masa-, la humanidad siente pavor a la soledad. Películas como El resplandor(1980), protagonizada por el oscarizado Jack Nicholson, desvelan tanto el temor al lado oscuro que llevamos dentro, como los estragos mentales que produce una temporada en soledad. “Cognitivamente no puedes estar mucho tiempo así. Lo que pasas solo, se acentúa”.
Psicológicamente la soledad puede minar a una persona hasta llevarla a la depresión o la psicosis en la que se inventan mundos paralelos. “Si alguien enfrente les ayuda a volver a la realidad, las cosas no se disparan. El miedo al aislamiento es el miedo a la locura”, que es, en realidad, un tipo de malestar y sufrimiento. La angustia del aislamiento queda retratado, asimismo, en la compleja película Cube (1997). Un grupo de personas es víctima de la desesperación que les produce estar encerrados sin saber por qué ni como escapar de un cubo, lo que lleva a un cóctel de sentimientos explosivo.
La pérdida de un ser querido
Ligado a la soledad, el fallecimiento de un ser querido está muy presente en la vida de cualquier persona. Pasada la tristeza inicial, la desaparición de un familiar o amigo encubre, en realidad, la cercanía de la temible muerte. “El temor es especialmente fuerte en la relación padre-hijos, porque si muere es algo que no te vas a perdonar nunca. Antiguamente uno asumía mucho mejor que los hijos pudieran morir antes. Hoy, eso es tremendo”.
La industria cinematográfica ha tratado este tema en incontables ocasiones donde cabe destacar la tragicomedia de La vida es bella(1997) de Roberto Benini o En la habitación (2001). En el caso del director austríaco Michael Haneke, argumenta Muiño, ese temor se refuerza con la incertidumbre reinante en la vida moderna que el sociólogo polaco Zygmunt Bauman denominó “miedo líquido”. “Ahora el miedo es más psíquico que físico. Ha habido una evolución positiva. Ya quisiera yo ver a los escépticos viviendo hace 100 años”, se jacta Muiño.
Un muro contra el y lo diferente
El ser humano no está cómodo con los cambios y los teme. La explicación puede encontrarse tras la pérdida de control sobre su propia vida y la de su entorno. Por eso, lo extraño ha sido utilizado en algunas ocasiones por el cine para plasmar un recelo por lo diferente, a veces, en una referencia explícita al extranjero. “El cine de terror de los 50 era racista. Hablan del miedo al que no es igual que tú y provocaba un miedo visceral rápido que se convierte en racismo o no según tu forma de pensar”, espeta el psicoterapeuta.
Por eso, filmes como Abyss (1989) o El ladrón de cuerpos (1945) representan esa desconfianza hacia el extranjero, en ocasiones, en forma de extraterrestre. “Al ver otras personas que nos van a venir a cambiar se genera el miedo. También hay filmes que juegan con la mutación genética como Rec, que trata sobre lo que nos puede pasar con virus extraños. Son cambios que no has elegido y que no te dicen adonde te va a llevar”.
Visto y no visto
La falta de información y la angustia que provoca el no saber qué ocurre es una constante humana con la que ahora se nos bombardea en forma de confianza en los mercados. La industria cinematográfica ha jugado con el temor de lo que no vemos, la incertidumbre, presente en las tramas de conspiración política –Enemigo público o El informe pelícano– o, por ejemplo, La semilla del diablo (1968).
“Es el miedo a lo que no se ve. La falta de información, lo oculto. En La semilla del diablo pasan cosas y no se cuenta y eso inquieta. Si te quitan información es como quitarte el control de tu vida”. Esta alarma que le salta al ser humano tiene que ver, en el fondo, con la pulsión de vivir y conservación que la información ayuda a perpetrar.
El peligro que entraña el rumor
Algunas películas surgen o contienen guiños hacia leyendas urbanas y rumores. Su propagación y desarrollo pueden ser tan rápidos como peligrosos. “En El fin del mundo en 35 mm, se ve cómo crece el miedo a partir de una leyenda urbana y cómo influye en la gente”. Este tipo de miedo juega, de alguna manera, con una información que puede advertir de un peligro que, al no estar confirmado genera incertidumbre y ansiedad. “Te puede pasar algo pero como no te presento a quien no sabrás qué”. Bajo esta premisa se mueven películas como El proyecto de la bruja de Blair, de la que dice Muiño, se difundió en su estreno el rumor de que era un caso real.