“Los funcionarios públicos no pueden…gobernar a impulsos de una voluntad caprichosa, sino con sujeción a las leyes. No pueden improvisar fortunas, ni entregarse al ocio y a la disipación, sino consagrarse asiduamente al trabajo, disponiéndose a vivir, en la honrada medianía que proporciona la retribución que la ley les señala [..] La respetabilidad del gobernante le viene… de un recto proceder y no de trajes ni de aparatos…propios sólo para los reyes de teatro”
Benito Juárez
Mi abuelo y mi padre fueron gobernadores. No lo digo para jactarme, pues ningún mérito tuve yo en sus respectivas carreras políticas; sólo lo menciono porque esa circunstancia, aunada a mi profesión de consultora en comunicación y branding político, me ha permitido conocer, desde una perspectiva muy cercana, a muchas familias “políticas” y a hijos de políticos.
En nuestro país lamentablemente siempre ha existido la cultura del influyentismo y la prepotencia, una herencia que tiene, al parecer, componentes tanto prehispánicos como coloniales, y que no se difuminó, sino más bien se exacerbó con el México independiente. Pero creo que en esto, como en muchos aspectos de nuestra historia-como el machismo o la violencia intrafamiliar- en México nos merecemos cambiar para mejorar. ¿O no?
Muchos políticos educan a sus hijos con la mentalidad de que pertenecen a una casta dorada; con una mentalidad quasi-aristocrática los hacen sentirse superiores al resto de los ciudadanos, asumiendo tener una posición de poder les da todos los privilegios y los exime de todas las obligaciones. Por eso, para ellos y sus familias:
– ¿Usar los servicios del ISSSTE? Ni de broma. Que el Estado nos dé Seguro de Gastos Médicos privados, y VIP, por favor.
– ¿Mis hijos en escuelas públicas? Eso es para… “pobres”.
– ¿Esperar una mesa en un restaurante? Ni de broma, si mi papi puede cerrar este changarro con un tronar de dedos.
– ¿Viajar en clase turista? Eso es para “nacos”.
– ¿Pagar las consecuencias de llegar tarde al aeropuerto? ¿Pues qué no saben que somos “representantes populares” y merecemos que detengan el avión?
Creo que el hecho de que hoy día haya mayor exposición de privilegios inadecuados y comportamientos prepotentes, y discriminatorios, por parte de los políticos y sus familias es un buen avance. Era más fácil ser prepotente cuando no había ningún tipo de consecuencia. Así fuera hacer uso discrecional o incluso ilícito del presupuesto, usar aviones para viajes particulares, hoy cuando menos existe un “castigo social” y daño hacia su branding personal al verse expuestos en este tipo de comportamientos.
Las TICS y en particular las redes sociales han empoderado a los ciudadanos y facilitan las exhibiciones públicas de sus actos de prepotencia, discriminación, etc.
Pero los políticos bien podrían reflexionar acerca de esto y hacer un propósito de enmienda, y ojalá la hicieran por un alto propósito moral, ya que los ciudadanos depositan en ellos muchas responsabilidades y esperanzas. Pero si no, que lo hagan simplemente porque es pragmático: les conviene saber lo que viven los ciudadanos comunes y corrientes. Padecer lo que padecen éstos los vuelve más humanos y más atractivos. Si no es por altura de miras, al menos que quiten su prepotencia y eduquen mejor a sus hijos porque les será en benéfico en sus carreras políticas.
Debo decir, por último, que me enorgullece haber sido educada para no creerme ninguna de las falsas promesas del poder. Mi madre siempre nos mantuvo con los pies en la tierra, atentos a que disfrutar de una condición especial por el cargo de tu padre no te hace acreedor a tratos de excepción. Como lo hace casi cualquier madre nos hacía ayudar en casa, pedir las cosas por favor, dar las gracias siempre, tener un trato educado hacia cualquier persona, sin importar su condición, en fin. Lo que se supone es “normal”, aunque habitáramos en una casa de gobierno.
Mi padre era profundamente juarista y en muchos sentidos se identificó con su paisano: fue abogado, masón, servidor público y firme creyente de que el poder debe ejercerse para servir y no para servirse de él. Mi padre falleció el año pasado y de herencia lo que recibí de él fue la educación que me procuró el orgullo de poder llevar su apellido con la frente en alto, y, sobre todo su amor incondicional y fortaleza de carácter, que me dieron solidez y seguridad en la vida. Ni mansiones, ni herencias, ni departamentos en París, pues quien vive del servicio público, si sólo vive de eso, difícilmente puede costearse tales lujos. Y qué bueno. Benito Juárez en eso les dejó una gran lección a los políticos mexicanos. Ojalá muchos más le hicieran caso.
* Ana Vázquez Colmenares es consultora en comunicación y branding político.
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