Nota del editor: Allen Barra escribe para el Wall Street Journal y The Daily Beast. Se graduó de la preparatoria Mountain Brook y de la Universidad de Alabama en Birmingham.
(CNN)— Tuve que vivir por todo el país antes de darme cuenta de que los estadounidenses en todos lados viven a diario con algún tipo de miedo.
Los que viven a la orilla de ríos crecieron con historias de inundaciones. Los de la costa oeste hacen bromas sobre terremotos para anestesiarse a sí mismos de su omnipotente realidad. Los que viven en California y en el suroeste pueden esperar sequías y horribles incendios forestales una o dos veces por década, y cualquiera que pasó su vida entera en el Golfo de México debe sentir como que ha vivido a través de las plagas del Antiguo Testamento. En el sur y en el medio oeste, por supuesto, son los tornados.
Viví inundaciones en Pennsylvania y el terremoto de San Francisco de 1989, y puedo decir que los tornados son los más inquietantes y aterradores de todos los desastres naturales. Cuando llueve torrencialmente, puedes esperar una inundación. En muchos casos, al menos, se puede predecir la dirección que tomará un incendio forestal. Tan traumático como los terremotos, no experimentas la agonía de estar sentado esperando por ellos.
Pero con los tornados, hay un tiempo de espera horrible, que va de varias horas a meros minutos, cuando sabes que vienen, seguidos por la angustia de no saber qué dirección tomará, por lo tanto no puedes huir de él.
Los tornados nos enseñan humildad. Para toda nuestra tecnología científica, no hay forma de proteger a los que quedan atrapados en su paso. Son asesinos sin consciencia, fríamente democráticos sobre dónde y cómo golpean.
La edad de la información en tiempo real agregó un nuevo y más aterrorizante elemento: puedes ver el desastre formándose y luego verlo destruyendo. La tarde del miércoles en CNN vi impotente desde la seguridad de mi sala en Nueva Jersey como un tornado de categoría F5, a 1440 kilómetros de distancia, se acercaba a vecindarios donde crecí y donde vive mi familia y mis amigos.
Mientras miraba, barrió Tuscaloosa cerca del campus de la Universidad de Alabama. “Dios mío, si se desvía un kilómetro o menos, se llevará los dormitorios”. Entonces, 15 minutos después, apareció, como se esperaba, en Birmingham. Intenté telefonear a varios de mis familiares, incluida mi hermana Cheryl, para decirle lo que estaba viendo en la televisión y lo que ella podría ver si abría la puerta de su casa. No pude contactar a nadie. Todos los servicios telefónicos fueron suspendidos.
¿Y qué le pude haber dicho de todos modos? ¿Salte? ¿Ir a dónde? El último lugar en donde quieres estar durante un tornado es al aire libre, al menos que estés dentro de un tanque de guerra.
Cuando crecía, el sentido común es que busques refugio en un sótano. Al menos sabías donde se encontraría tu familia. Pero la mayoría de las nuevas casas no tiene sótanos. Es más barato construir sobre losas de concreto; y como las fotos de la devastación lo revelan, en muchas casas de los vecindarios de Alabama, lo único que quedó fueron losas de concreto.
Cuando el tiempo pasó, corrimos con suerte. Nuestras familias y amigos no resultaron heridos. ¿O si? Entre más hablas con la gente para saber si están bien, más mensajes envías a otras personas de las que te vas acordando.
¿Alguien ha visto o escuchado algo de George MacAdams en Sheffield? ¿Y sobre Ken y Tyler en el museo Paul Bear Bryant? ¿O de Patricia Simon en Mountain Brook, o Brian y Mary Shaw en Homewood?. Aún cuando no hubo reportes de tornados golpeando donde viven, cómo saber si no estaban en el lugar que fue arrasado. Aún no me regresan todos los mensajes que envié, los correos y las llamadas. (Mientras escribo, Tricia verificó y todos están bien).
Mi hermana Lorrie y su esposo Richard acababan de regresar de un viaje a Carolina del Norte —vaya suerte— y recorrieron la ciudad para localizar a la mama de Richard. Aunque no estaría más segura en su casa que en la de su hijo, al menos estaba con la familia.
Crecer en un país de tornados me enseñó que no hay mucho que hacer si te encuentras bajo el paso de un tornado. Pero este reciente desastre me enseñó otra cosa: no se gana nada viéndolo mientras ocurre. La próxima vez apagaré la televisión y, luego de saber que todos están bien, veré las repeticiones.
Las opiniones expresadas en este artículo son solo las de Allen Barra.
Con información de: CNN