Mariana de Pablos
Montado de pie sobre su carreta de madera, jalada por un caballo gris que con gran elegancia porta el dorado escudo de México, va un hombre con sombrero de charro vestido de blanco. De entre sus ropas destaca el gran moño tricolor, pero eso no es todo lo que llama la atención, sino más bien su habilidad para sostener, con una mano, las riendas del animal y, con la otra, la punta de la asta de la bandera de México, que con grandeza ondea en al aire.
La expectación por la llegada del Día de la Independencia se siente en el aire. No hace falta que sea 15 de septiembre para que el espíritu patrio de todo mexicano y mexicana salga a la luz y se dé inicio a los festejos correspondientes, pues desde días antes resuenan en el aire los “cuetes” prohibidos y la música folclórica más conocida. Mientras que las casas, vehículos, mercados, escuelas y oficinas se tiñen de verde, blanco y rojo con sus tradicionales moños, guirnaldas y banderines.
Por todas partes hay un elemento alusivo a las fechas. Sin embargo, quienes realmente anuncian la llegada del mes patrio son los vendedores ambulantes de artesanías y artículos alusivos a la cultura mexicana. Junto a sus banderas de diferentes tamaños, coloridos trajes típicos, brillantes adornos y accesorios tricolor inundan las calles, avenidas, plazas y carreteras de todos los estados de la República mexicana.
Desde el primero de septiembre y hasta el día 16, cuando desaparecen, hay siempre un carrito de artesanías patrias a la vista. Tan solo en la Plaza de Armas, en el Centro Histórico de la ciudad, hay cinco. Esta zona, que a las seis de la tarde descansa entre sombras y luces doradas, niños riendo y adultos paseando, se ilumina y adquiere un tono diferente al ser vista desde del contraste que hacen el verde brillante y el rojo oscuro con el habitual marrón de la catedral y del adoquín.
En uno de estos puestos, justo de frente a la entrada del templo, está Juan José, un hombre de mediana edad, brazos fuertes y tez oscura que descansa sobre una cubeta de pintura vacía. Desde su asiento, sin dejar de atar, una por una, las banderas a sus respectivas astas, cuenta que tan solo en el centro hay más de 30 puestos, pero que en toda la ciudad, calcula, se rebasan los 100.
Sin embargo, no todos son iguales. Juan José platica que hay dos tipos de vendedores durante estas fechas: quienes ya tienen un giro habitual, como lo es en su caso y en el del resto de los puestos en esta zona, los globos, pero que emprenden el viaje a otros puntos del país para adquirir la mercancía y luego regresar a revenderla en su lugar de residencia.
Y, por el otro lado, también es común que personas de distintos estados del país se trasladen a otros para llevar a cabo sus ventas. Por ejemplo, cuenta Juan José, “aquí en San Luis Potosí me ha tocado conocer a gente de Chiapas, Estado de México y Ciudad de México”.
En el caso de San Luis Potosí, es más común encontrarse con el primer tipo de vendedores. Desde otro carrito de artesanías, Miguel y Fernando, que a estas horas de la tarde ya comienzan a retirar las sombrillas protectoras del sol de mediodía, señalan que año tras año, comerciantes de todo el país se trasladan a la Ciudad de México a comprar los diversos artículos que cuelgan de sus puestos.
Es ahí a donde llega la mayor parte de la mercancía que, principalmente, es fabricada en el Estado de México. De ahí que, durante estas fechas, vendedores provenientes de este punto del país se desplieguen a lo largo y ancho del territorio mexicano.
Como explica Fernando: “No solo aquí hay vendedores de por allá. En toda la República, a donde vayas, vas a encontrar aunque sea uno del Estado de México”.
Por otro lado, tan solo un par de metros más adelante, están Piedad, una mujer de larga trenza y gorra, y un joven moreno, encorvado y somnoliento sobre un banco. Mientras ella organiza meticulosamente las piezas de joyería de fantasía y él termina de comer algo de un plato de unicel, cuentan que las ventas no han sido tan exitosas como hubieran deseado.
Se les nota decepcionados y cansados. Están en la plaza desde las 10 de la mañana y tienen planeado irse a las 10 de la noche, como todos los demás.
“Está tranquilo ahorita. Lo trajimos desde el primero del mes, pero sigue tranquilo. Esperemos que por ahí del 12 o 13 [de septiembre], mejore”.
Si bien el panorama no pinta bien, hay esperanza, pues la experiencia les ha permitido comprobar que los días previos al Grito de Independencia es cuando incrementan las ventas.
A ello habría que añadir, además, que ya están familiarizados con la dinámica del negocio. Saben que habrá mercancía sin vender, la cual en muchos casos, representa hasta el 40 por ciento de lo comprado. No obstante, esta se guarda para el año que entra y representa ganancias.
“El primer año de venta sacas solo lo que inviertes, la ganancia es hasta el siguiente año. Siempre es así porque cada año hay una pequeña utilidad que te va quedando de lo que no vendiste el año anterior”.
Lo importante aquí es “que salga lo más que se pueda”, como dice Miguel. Sin embargo, ello no es motivo para que, entre vendedores, existan conflictos o alguna clase de discrepancia.
Entre el puesto de Piedad y el de Fernando y Miguel hay otros dos que, por la poca distancia entre ellos y la cantidad de vendedores que los componen, parecen uno solo. El animado grupo que los rodea está integrado por un hombre entretenido sacándole filo a la punta del asta de una bandera; dos mujeres jóvenes sentadas sobre el suelo, riendo y tratando de recordar “como se llamaba el del pelo blanco… ah, sí, Miguel Hidalgo…”; y otras dos mujeres adultas.
Ambas caminan de un puesto a otro evaluando los artículos de cada una y dándose consejos sobre el precio ideal de cada objeto. “Estás tonta…”, se escucha a lo lejos que le dice una a la otra, “…esto dalo más caro. Mínimo a 60, ¿cómo que a 35? Sí te lo compran más caro. A ver, ¿a ti cuanto te costó?”.
Si bien es cierto que son más de 10 vendedores que comparten un mismo espacio y venden prácticamente los mismos objetos, no hay ningún tipo de antagonismo entre ellos. Como asevera Juan José: “Hay pa’ todos y el que es envidioso no va a vender y ya”.
El ambiente en el centro de la capital se mantiene especialmente alegre durante estas fechas. La presencia constante de múltiples y variados artículos emblemáticos de la nación no solo contribuye a motivar el espíritu de fiesta y celebración; sino también a recordar a las personas que existen detrás de estos objetos.
Son ellos, los comerciantes, quienes con la llegada del mes de septiembre, se dan a la tarea de contagiar en cada rincón de México un ánimo patriótico. De forma tal que, a tan solo cinco días del esperado Grito, ya tienen a todo el estado de San Luis Potosí, por no decir al país, pintado con color orgullo mexicano.