Magdalena Solís: la falsa diosa que convirtió un pueblo en templo de sangre

La pesadilla comenzó en la comunidad de Yerbabuena, un pequeño poblado escondido en las sierras de Tamaulipas, donde la pobreza y el aislamiento eran parte de la vida diaria. Sus habitantes, sin acceso a educación ni recursos, se volvieron el blanco perfecto para una estafa que con el tiempo se convertiría en un culto sangriento.

Dos hombres, Santos y Cayetano Hernández, llegaron al lugar diciendo que eran profetas de dioses incas exiliados. Prometieron riqueza, poder espiritual y salvación, ganándose la confianza del pueblo. Lo que empezó como una mentira espiritual, pronto se convirtió en un ritual de terror.

Para reforzar el engaño, trajeron desde Monterrey a una joven prostituta llamada Magdalena Solís y a su hermano Eleazar. Magdalena fue presentada como la diosa Coatlicue reencarnada, una figura sagrada que supuestamente traería bendiciones al pueblo. Al principio todo eran drogas, orgías rituales y colectas disfrazadas de tributos.

Sin embargo, Magdalena terminó creyéndose el papel. Cambió completamente. Dejó de actuar y se convirtió en la líder absoluta, nombrándose a sí misma como la Gran Sacerdotisa de la Sangre. Ordenó sacrificios humanos, diciendo que necesitaba beber sangre para mantener su poder divino.

En rituales que se realizaban en cuevas, los seguidores del culto golpeaban, desangraban y mutilaban a quienes eran acusados de no tener fe suficiente. Magdalena bebía la sangre mezclada con drogas y sangre de animales. Estaba convencida de que eso la hacía inmortal. Incluso disfrutaba de la violencia. Perfiles criminales posteriores revelaron que tenía una fuerte atracción por el sufrimiento y una fijación sexual con la sangre.

La tragedia pudo seguir por mucho más tiempo si no fuera por un joven de 14 años, Sebastián Guerrero. Él vio con sus propios ojos uno de los asesinatos. Corrió más de 25 kilómetros hasta una estación de policía para contar lo que había presenciado. Nadie le creyó al principio, excepto un oficial llamado Luis Martínez, quien decidió acompañarlo de vuelta al lugar. Ambos desaparecieron.

Días después, el 31 de mayo de 1963, las autoridades —incluyendo Ejército, Marina y Guardia Nacional— entraron en Yerbabuena. Lo que encontraron fue espantoso: cuerpos mutilados, herramientas de tortura y una comunidad entera controlada por el miedo. Sebastián y el policía fueron hallados sin vida en una cueva.

Magdalena y su hermano fueron detenidos. Santos murió en un tiroteo y Cayetano fue asesinado por uno de sus propios fieles, quien creyó que beber su sangre lo protegería. Aunque se les comprobó solo la participación en dos asesinatos, se cree que hubo al menos quince víctimas. Ella fue sentenciada a 50 años de prisión, al igual que Eleazar. Otros miembros del culto recibieron condenas de 30 años.

Durante el juicio, muchos de los aldeanos se negaron a hablar por miedo. Nadie sabe exactamente cuándo murió Magdalena en la cárcel, pero su historia quedó grabada en el archivo criminal de México como una de las asesinas seriales más perturbadoras, marcada por motivos religiosos y sexuales.

Lo que pasó en Yerbabuena fue más que una estafa. Fue una muestra de cómo el fanatismo y la desesperanza pueden transformar a una joven marginada en una figura de culto, adorada y temida como una diosa, pero que en realidad sembró el terror y la muerte.

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