Manish boy

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Cuando tenía 16 años, normalmente estaba tirado en mi cama. Miraba al techo permanentemente. La escuela me importaba mas o menos, umh… Pues mas o menos nada.
Encima de mi tenia un gran póster de Jimi Hendrix con su stratocaster blanca y portaba con gran clase un sombrero gitano.
En mi ruinosa tornamesa me la pasaba escuchando un disco de Muddy Waters e imaginándome siendo un “manish boy” cuando tuviera 21.

Ya he establecido aquí que el rock es como el hijo enloquecido del blues. Y es su hijo favorito. Pues conserva en sus genes el reclamo y la furia. Esto mas allá de lo musical.
El rock como un elemento reinvindicativo de la juventud dejo de serlo oficialmente hace mucho tiempo. Eso sucedió en algún punto de los setentas, cuando el punk murió mientras Sid Vicious se le paso la mano con la heroína. Claro que siguieron grupos como the clash intentando mandar todo al carajo, pero ya gritándole a nadie.

Esto paso junto con la transición de décadas. Los 80’s se estrenaban con el boom económico gringo -estamos de acuerdo que todo lo que les pasa a ellos, nos repercute a los demás- el crecimiento del negocio musical de la mano de MTV junto con el monstruoso consumo de cocaína.

El dinero manda. Y el rock se convirtió en un elemento de consumo masivo a la manera como se consume una hamburguesa de McDonalds. Se convirtió en comida chatarra.
El buen metal ingles paso a segundo plano dándole paso a grupos de chicle como Poison, Mötley Crüe y payasos así. Vamos, no esta mal, pero eso no es rock. Es simple pop con pose peligrosa y ridícula.

Cuando era un chamaquito, realmente me resultaba muy frustrante pensar en ser un músico y tenerme que poner unos leotardos de spandex como los de mi hermana, y luego salir a aporrear la guitarra. O tener que ir a una estética para que un afeminado me hiciera un peinado alto de salón y luego salir a tocar. Hasta para un escuincle medio lelo como yo, eso era totalmente inaceptable.

La buena fortuna de tener hermanos mayores y un par de amigos desquiciados me hicieron ver que había una gran opción. Negarme a un poco a tener una vida social normal con los mocosos de mi edad, y finalmente decantarme en el glorioso pasado del rock. Y si que funciono. Quizás no tenía mucho que ver lo que decían Jagger o Lennon en los 60’s con mi realidad del horrible tercer mundo en los aun mas horribles 80’s. Pero la testosterona y la rabia juvenil, si que no tienen fronteras culturales ni de ningún tipo.

Saber que Jagger sedujo a una novicia y la saco prácticamente del convento, o que Lennon se pitorreo de la realeza inglesa en su cara durante un concierto, pues era suficiente para mi mente adolescente. Me mantuvo lejos de músicos sabor a chicle. Enseguida llego Muddy Waters, Howlin Wolf y Robert Johnson. Los cuales me enseñaron a tocar guitarra y a darme cuenta que la fuerza del rock provenía de ellos y que no tenía que ver con músicos pintados de mimos. Ya después vino Hendrix, Led Zeppelin, Motorhead, Deep Purple.

No puedes pensar en el rock como algo primordialmente comerciable. No empezó así. Se pudiese tornar así por circunstancias mas bien ajenas. Pero su origen no es ese. Su origen es la fuerza bruta, el sexo, el enojo y la frustración. Es lo lúdico. Es lo obscuro que todos tenemos dentro. Aun cuando se fuese un adolescente escuálido y con problemas de acné, siempre te hará sentirte un manish boy.

El Rock es eso, un roca. Es áspero, es duro. Es pesado. No puede haber rock suave, el pop no es rock. No existe el rock pop. Como no hay un “blues pop”. Es un contrasentido. El happy punk es lo mismo que un elefante con alas. Es un León vegetariano. Es ridículo y estúpido.

Fernando Charo.
@fernandocharo

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