Los conciertos de corridos tumbados se han vuelto un campo de batalla entre gobiernos, artistas y ciudadanos. En Texcoco, la Feria del Caballo terminó en caos cuando el cantante Luis R. Conríquez se negó a interpretar narcocorridos por temor a sanciones del Gobierno del Estado de México. El público, enojado, destrozó el auditorio. El artista ya había advertido que dejaría de cantar ese tipo de temas. Luego del incidente, aseguró que hará cambios en sus letras, aunque lamentó que su estilo, basado en historias populares, esté en peligro.
El debate sobre este género musical no es nuevo, pero ha alcanzado un nuevo nivel luego del caso de Los Alegres del Barranco. La banda proyectó imágenes de Nemesio Oseguera, alias “El Mencho”, durante un concierto en la Universidad de Guadalajara mientras interpretaban un corrido en su honor. Esto ocurrió justo cuando la región aún estaba conmocionada por el hallazgo de un rancho usado por su grupo criminal para secuestrar y asesinar. La reacción fue inmediata: Estados Unidos les retiró el visado, mientras en México varios estados prohibieron sus presentaciones.
Las autoridades en Jalisco, Nayarit, Guanajuato, Sinaloa, Chihuahua, Quintana Roo y el propio Estado de México han implementado restricciones contra la música que haga apología del narco. José Manuel Valenzuela, investigador del Colegio de la Frontera Norte, cree que el gobierno debería regular, no prohibir. Propone que, por ejemplo, no se permita a estos grupos tocar en espacios públicos como universidades, pero no impedir que la música exista. La clave, según él, está en educar a los jóvenes desde una perspectiva crítica.
La propuesta de la presidenta Claudia Sheinbaum va justo en esa línea. Su iniciativa México canta y encanta busca impulsar canciones sin violencia para alejar a la juventud de las drogas. Pero algunos ven esto como una forma de censura. Diego García, editor del libro El corrido es también parte del paisaje, asegura que esta intervención estatal es preocupante: “El corrido muchas veces cuenta lo que pasa en los márgenes, en donde no hay Estado. Si se quiere controlar esa narrativa, se pierde su esencia”.
La discusión también está presente en la academia. La investigadora Ainhoa Vásquez, autora del libro Narcocultura, advierte que los narcocorridos ya no son solo relatos. Ahora, muchos presentan a los capos como héroes valientes y símbolos de rebeldía. Para quienes viven la violencia del narco, escuchar esas canciones ya no es algo lejano, sino algo que toca fibras sensibles. Vásquez afirma que la rabia social es mayor porque las canciones ya no son vistas como ficción.
Peso Pluma y Junior H, dos de los artistas más populares del momento, han sentido esta presión. En el Festival Coachella 2025, Junior H no interpretó ni un solo corrido tumbado, a pesar de haber compartido escenario con Peso Pluma. Tampoco cantaron El azul, una colaboración dedicada a un lugarteniente del Chapo Guzmán. La decisión fue criticada por los fans. Otros como Grupo Firme han dejado claro que en su nuevo disco, Evolución, no habrá más corridos tumbados, y han declarado que las historias de capos que antes cantaban eran ficticias.
En medio de todo esto, la influencia del regional mexicano sigue creciendo. En 2023, incluso Barack Obama incluyó una canción de Peso Pluma en su lista de éxitos del verano. Sin embargo, la glorificación del narcotráfico en algunas letras ha provocado que ese entusiasmo político internacional desaparezca. La discusión ética sobre lo que se canta no ha hecho más que crecer.
José Manuel Valenzuela, que lleva más de 20 años investigando este fenómeno, recuerda que los narcocorridos han existido desde los años 30, aunque fue con la llamada guerra contra el narco de Felipe Calderón cuando tomaron un tono más violento y explícito. Para él, la censura siempre ha fallado. “El Estado no puede decidir lo que una persona puede escuchar, pero la tentación autoritaria está ahí”, afirma.
Valenzuela agrega que este tipo de música ya no es exclusiva de jóvenes pobres. Hoy también llega a clases medias y altas, e incluso se escucha en países donde no se habla español. Por eso, plantea que el fenómeno debe ser comprendido, no silenciado. “Prohibir los corridos no evitaría otra Revolución ni mejoraría las relaciones de pareja si quitamos a Paquita la del Barrio”, dice con ironía. “Los corridos están en la historia de México y seguirán ahí, en las calles, en internet y en el oído del pueblo”.
Mientras tanto, artistas como Conríquez intentan navegar esta crisis cuidando su carrera y sin traicionar a su público. En sus palabras: “Esta es una situación compleja. Lo que yo canto son historias del pueblo. No es fácil dejarlas atrás”.