La estatua del expresidente Benito Juárez tiene la mano en alto, a la altura del pecho.
Y según cuenta el chiste local, está diciendo: “Hasta aquí crece la marihuana en Badiraguato”.
Cuna de los mayores narcotraficantes de México, de este municipio en el noroeste del estado de Sinaloa salió Joaquín “El Chapo” Guzmán.
A un mes de su fuga de la cárcel más segura del país, las autoridades de Estados Unidos creen que el líder del cartel de Sinaloa se encuentra escondido en algún punto de su intrincado paisajemontañoso.
En estas sierras se siembra marihuana y amapola desde hace más de 100 años, aquí nació el negocio de la droga en México y sigue siendo una de las principales zonas de producción.
Frente a la estatua de Juárez, Simona Villalba, de 37 años, atiende un pequeño restaurante.
“Para mí es lo máximo el Chapo, la verdad, es de aquí, de Badiraguato, de aquí han salido varios narcos relevantes… porque son bien hombres”, le dice a BBC Mundo mientras corta un tomate y pica una cebolla.
“Filántropos”
Corre por estas tierras el mito de la veta filantrópica de los capos, que realizan obras para la comunidad, pero nadie aquí puede decir con propiedad qué han hecho en concreto.
Su ayuda parece canalizarse a través de otras vías.
“Me alegra por la gente de arriba, la gente de la sierra es lo que siembran, amapola, marihuana. No hay trabajo fijo, y a falta de trabajo la gente se dedica a sembrar, ¿qué van a hacer?”, asegura Villalba.
En el patio de su vivienda hay un pequeño altar en honor a su padre fallecido a fines de julio.
Juan Manuel Villalba Beltrán, cuenta su hija Simona, fue durante algún tiempo cocinero del “Narco de narcos”, Rafael Caro Quintero, fundador del cartel de Guadalajara y hombre de Badiraguato.
Aquí el mundo del narco está omnipresente, y cada quien tiene alguna historia para contar.
Villalba conoció a la madre del Chapo cuando trabajaba para el Instituto Nacional de Estadística y Geografía y debió entrevistarla para un censo: “Una señora amable, tiene muchas matas, una señora agradable. No le pregunté por el hijo, para qué me enredo, hice la encuesta nada más”.
El hijo de María Consuelo Loera Pérez podrá ser uno de los mayores narcotraficantes en el mundo y un hombre multimillonario, pero ella —una mujer de fe que a fundó una iglesia— trabaja para alejar a la gente de las drogas.
Todavía vive en La Tuna, una pequeña y remota localidad de poco más de 100 habitantes a seis horas de viaje de la capital del estado, Culiacán.
Un pueblo cuyo más ilustre personaje rescató del olvido. Allí nació el Chapo hace 58 años, y aunque haya amasado una fortuna de miles de millones de dólares, su pueblo natal vive sumido en la pobreza.
El mismo día que BBC Mundo visitó Badiraguato, el programa gubernamental de inclusión social Prospera estaba en La Tuna repartiendo ayuda.
“Está para los récords Guinness”
Quien también conoce a doña Consuelo es el alcalde de Badiraguato.
“Es una ciudadana más, como cualquier otra”, señala Mario Valenzuela, de 38 años.
A Valenzuela no le desagradan las cámaras y habla con soltura del narcotráfico.
“Creo que el Chapo no está por Badiraguato, va a volver algún día, todos volvemos al lugar de origen, tiene su familia acá, su casa, es naturaleza humana regresar”, le dice a BBC Mundo durante una entrevista en su oficina.
Si a Guzmán Loera lo están buscando por estos lares, el operativo no es visible.
Valenzuela asegura que desde su fuga el 11 de julio no ha recibido ni una sola llamada de autoridades federales o estatales.
A su municipio, explica, no le incide que el Chapo esté preso o prófugo pero reconoce que en la población hubo un sentimiento de tristeza cuando fue capturado el año pasado y que ahora en algunos sectores la figura del capo genera un “sentimiento de propiedad”.
“Es un mito porque es un personaje que pocos ven, sí existe”, apunta, “es un hombre en su negocio súper inteligente y súper famoso, está para los récords Guinness, pero no es un orgullo”.
De las palabras del alcalde se desprende respeto hacia el Chapo. Hace hincapié en que no arregla con violencia sus problemas con las autoridades y que los otros carteles “son mucho más violentos”.
Valenzuela asegura que el hombre que hizo famoso a su cartel por el uso de submarinos y túneles para traficar droga (y evadirse de las autoridades), no ha hecho obras en su tierra natal.
“El más chingón”
Pero para muchos en la plaza principal de Badiraguato, el Chapo es sinónimo de silencio.
La mera mención del capo incomoda. Miran hacia otro lado. O sueltan un “no lo he visto, no sé nada”. Y se marchan con una mirada desconfiada.
Se dice que cuando Guzmán escapó de la cárcel por primera vez en 2001 organizó una fiesta en un rancho de Badiraguato.
La noche del 11 de julio, cuando se supo de su segunda fuga, también hubo celebración en Culiacán.
“Un festejo íntimo”, aclara el periodista Javier Valdez, “esta ciudad se regodea del narco, hay sectores orgullosos que te hablan del narco como lo más chingón (lo mejor), del ídolo, del dios, del semidiós, hay mucho de eso”.
Recuerda una conversación entre dos empaquetadores de un supermercado que escuchó en la ciudad la mañana siguiente al escape: “Ya va a haber dinero, ya salió el Chapo”.
Valdez lleva más de una década cubriendo el tema del narcotráfico para el semanario Río Doce y asegura que la sociedad sinaloense ha convivido tanto con el narco que lo terminó cobijando.
“Es una forma de vida, todos los caminos conducen al narco en Sinaloa, sobre todo en Culiacán, tú no puedes decidir no convivir con ellos”, le dice a BBC Mundo.
Y las autoridades no pueden ganar la batalla, asegura, porque la gente se identifica “con el capo, que lo protege, entre comillas, que le da empleo, le da dinero, pero además con el capo que reta al gobierno, que se burla del gobierno, que se fuga de la cárcel”.
“Es una versión moderna del Robin Hood, que se insubordina, que evade los operativos, la gente se identifica con eso, porque la gente no tiene gobierno, ni iglesia, ni organizaciones”.
La ayuda del narco quizá no sea tan visible como antes, cuando los policías hacían fila para recibir el aguinaldo a fin de año cortesía del cartel de Sinaloa.
Pero sí, apunta el periodista, líderes del cartel de Sinaloa como el Chapo o Ismael “El Mayo” Zambada han tenido gestos que dejan huella en parte de la sociedad financiando la construcción de una iglesia, un viaje de estudios o una operación quirúrgica.
“Son los últimos capos con arraigo, con sentido de pertenencia, con presencia en el tejido social, con convivencia social, los otros de esta organización y de otras no tienen esas características”, añade.
El Santo Malverde
El negocio del narco crece bajo el abrigo de las autoridades, asegura Valdez, y esa cercanía, coincidencia o no, queda escenificada en la ubicación del palacio de gobierno frente a una capilla en honor a un bandido.
El culto a Jesús Malverde, un personaje sinaloense fallecido a principios del siglo XX cuya propia existencia está en duda, está vivo.
Fuera de la capilla que al considerado “santo de los narcos” se le erigió en Culiacán, Rodolfo, quien prefiere no dar su apellido, dice que cuando muera el Chapo habrá que homenajearlo.
“Vale la pena hacerlo hacerle un monumento o una capilla igual que al ‘viejón’ porque él también ayuda a mucha gente a cambio de nada, es una persona generosa”.
Aunque aclara que Malverde no era un “narcosanto” sino un bandido generoso: “Robaba al rico para darle al pobre, el Chapo no roba, ya tiene, nomás reparte”.
Rodolfo, empleado de la capilla, trabajó para el líder del cartel de Sinaloa, en terrenos que se decían eran de Guzmán Loera, en la siembra de tomate, producto emblema del estado, y cargando camiones, y aclara que nunca delinquió. Todo lícito, dice.
Habla Rodolfo y, desde detrás de un mar de souvenires alusivos a Malverde, una vendedora grita que va a haber más dinero con la salida del Chapo.
“Cuando está ese señor afuera, le da trabajo a la gente”, asegura.
Prefiere no identificarse y asegura que conoció de casualidad al líder del cartel de Sinaloa en una fiesta hace unos años.
“Un señor, un señor muy sencillo, muy humilde, muy buena onda. Me gustaría volver a verlo. Me alegré muchísimo cuando se escapó”, le dice a BBC Mundo.
Cementerio de lujo
Muchos aquí parecen tener una historia que de alguna forma los vincula con el narco.
Y quienes en vida sí estuvieron en ese mundo, se encargan de mostrarlo también una vez muertos.
En el Panteón Jardines de Humaya, en una de las orillas de la capital estatal, los narcos abatidos se llevan la ostentación a sus tumbas, que en realidad se parecen más a pequeñas mansiones que a sitios para enterrar cadáveres.
Los albañiles son una constante. Un grupo de ellos ha levantado cinco tumbas en el último año.
“No preguntamos para no enredarnos. Mejor no saber de quién son. Si fueran de narcos, ellos también tienen derecho a descansar en paz”, señala un obrero.
Las más ostentosas no tienen nombre. Tumbas de epitafios ausentes, pero de hasta tres pisos, con aire acondicionado y sistema de alarma.
Dentro de una de ellas se ve la foto del fallecido. Vaqueros, camiseta negra, campera de cuero negra, gorra negra, y un AK-47 (o “cuerno de chivo”) colgado al hombro.
Junto al portarretrato un oso de peluche blanco con la palabra “amor”, pequeñas botellas de whisky y vodka y una pila de vasos de plástico desechables.
Flores, muchas flores, sobre un reluciente mármol blanco. Y un globo: “Tu recuerdo perdura por siempre en nuestros corazones”.
Souvenires
A 10km de allí, en el mercado Garmendia, uno de los más antiguos de México, se venden souvenires del Chapo.
Por 50 pesos (US$3) se consiguen las gorras de uno de los principales delincuentes en el mundo, cuyo negocio coloca desde hace años a su estado entre los más violentos de un país violento.
Negras y con su retrato en dorado, una de ellas lleva su imagen bordada acompañada de tres inscripciones: “billionaire” (multimillonario), “reo 3.578” (su número en el penal del Altiplano) y “#701” (el puesto en la lista de las personas más ricas del mundo de la revista Forbes en 2009, primera vez que apareció en la clasificación).
“He vendido pocas, unas 10 o 15”, asegura Isaías Rodríguez, de 46 años. Se las ofrecieron apenas unos días después de la fuga.
“Como comerciante me parece bien porque tengo cosas que vender”, aclara, “como persona, para mí está mal, no me pondría una gorra del Chapo, ni mis hijos, no les voy a inculcar que se pongan ese tipo de cosas”.
Con información de: BBC