No sería la Selección Mexicana si no es con épica. Con estrés. Con agonía. Con insania. Con controversia, que también la hubo. Con tormenta, con rayos y relampagos. Con frío y calor. ‘El Tri’ clasificó a la Copa América 2024, pero antes se asomó al abismo. Otra vez. Un derechazo de Edson Álvarez enloqueció a 70,000 aficionados en el Estadio Azteca y salvó, de paso, muchos puestos de trabajo. Un proyecto entero, quizá.101 minutos y 500 ml de lluvia después, México había reducido el déficit adquirido en Honduras, finalmente. Una noche delirante. Entretanto y después hubo pulsión de muerte, asco, homofobia estruendosa, algo de mala suerte, pólvora mojada, penaltis rebobinados, y quizá un empujoncito, cortesía Concacaf. Porque no sería la Seleccion Mexicana…
El Azteca, eso sí, festejó como una clasificación mundialista lo que antes era un automatismo. Entrar a la Copa América no exigía cuotas previas. Cosas del fútbol moderno. Muy cándida comenzó la Selección Mexicana. Una de esas noches espléndidas que cada vez son menos comunes en el Coloso de Santa Úrsula. El vigor imponente de un estadio en combustión, ávido y hambriento. La esperanza ’incondicional’. Entonces. Tanto faltaba por ocurrir. La escapada de Antuna y el remate de Sánchez, al poste derecho de Menjivar, sofocó el grito que tanto ha tardado en esperar. Un grito de dos años, acaso tres. Lozano lo tiene todo, menos los reflejos para reaccionar con prontitud inhumana. Sánchez intentó colgar el balón donde Menjivar tiende la ropa y, de a poco, México arrimó a Honduras en su trinchera. Todo, mientras la megafonía del Azteca hacia lo imposible, tambores y castañuelas mediante, para apagar cualquier intento de homofobia.
Edson bailó zapateado con Edwin Rodríguez y el referee, el viejo conocido Barton, ajustició al mediocentro del West Ham. Que esto es Concacaf, por si se olvidaba. Concacaf es bronca, sombría, quizá cruel. Es comer un plato de clavos. Varios. Recordatorio de ello fue el disparo lejano de Álvarez, atajado por Malagón con diligencia. Después de la presentación catracha, México perdió momentum. Rueda instaló a Rivas, Vega, Rodríguez y Rosales entre los circuitos de Edson y Chávez. ‘La H’ asomó la cabeza: el Azteca ya no era esa inabordable sucursal del infierno en plena montaña. Y no. Porque ‘Choco’ Lozano, una gacela, retó a una carrera de 100 metros planos a Montes, y venció. Venció por mucho. ‘El Cachorro’ apenas mordió el polvo. Ocurrió que Flores se pasó de frenada. Acto seguido, Rosales volvió a exigir a Malagón. El carnaval había derivado en aquelarre. Ese penetrante y sulfúrico tufillo a ‘Aztecazo’.
Y ocurrió lo que otrora era una normalidad y ahora parece un milagro, porque así corren los tiempos. Cuando el viento de noviembre comenzaba a soplar gélido y condenatorio, cuando la noche ennegrecía, como tanto ocurrió durante las épocas de Martino, Luis Chávez acarició la pelota con ese guante de seda que usa en la zurdita elegante y rosarina. El balón se escondió en una madriguera a la que Menjivar no podría acceder ni con excabadora. El tufillo se disipó. Lozano, con mejores perspectivas que enviar su disparo a la Calzada de Tlalpan, dilapidó una oportunidad de oro para encarar la segunda mitad con menos prisas. No sería la Selección Mexicana.
’Chucky’ devoró a Maldonado y Chávez remató al bulto de vuelta de los camerinos. Después, ‘Jimmy’ agasajó al público, 70,000 asistentes técnicos más, y clavó a César Huerta en la parcela derecha. Chávez y su zurda artística no soportaron el ajetreo y abandonaron, lástima. Y bajo un nuevo diluvio épico, los que suelen acompañar estas noches de nervio y estrés en Santa Úrsula, en plena hora de complacencias, ’Choco’ pescó un envío furtivo y Malagón, brazos extendidos al cielo, atajó el susto y la catástrofe. Un trueno resonaría para musicalizar la obra. La tormenta no amenazaba, ya estaba aquí. Entonces, Quiñones, ya activado, desplegó las hachas para robar la pelota a Maldonado. Tanta fuerza le agotó el arte: de cara a Menjivar, casi rendido, apuntó al rincón derecho, pero golpeó la valla publicitaria. La sensibilidad del artista, la que ya dispone, le había abandonado. La tormenta…
Y la lluvia empezó a caer como una suave cortina. Como copos de nieve. Y el partido comenzó a morir. A morir entre el frío que corre antes de asomarse al abismo. A morir como los esmeros de la FMF para desaparecer al ‘grito homofóbico’, como el naciente proceso de Lozano, como las esperanzas renovadas a un año (casi exacto) de la desesperanza. La noche ya era un esperpento. Y la metralla se le empezó a acumular a Menjivar como las gotas de agua en su rostro. Giménez, Quiñones, Montes. Una tras otra. Una tras otra. La pelota se escurría hacia la línea de fondo o retrocedía bajo el travesaño, con las puertas del sosiego, que no de la gloria, de par en par. Porque esto no solía pasar: la inscripción a la Copa América era un trámite y ahora es una sesion de tortura. Una seguidilla de fallos tragicómicos, desesperados, aderezados, para colmo, con seis gritos homofóbicos en 150 decibelios, audibles hasta en San Pedro Sula.
Barton destapó su mexicanofilia; perdonó las continuas transgresiones al protocolo anti-discriminación de la FMF. Un juez más bonachón, dadivoso y pasota que Arturo Zaldívar. También obvió la tormenta eléctrica y confirió nueve minutos más de vida al ’Tri’. No faltarán denuncias en Tegucipalpa. Y algo de razón tendrán. Y así, entre la histeria, la tormenta tersa, y la tragedia en ciernes, una más, Edson dejó ir toda su pierna derecha en un último y desquiciado rezo. Ya habían pasado más de 100 minutos, pero qué más da. El Azteca rugió como en antaño, como nunca debió dejar de hacerlo. Un gol que marca memorias, por más artificial que sea la ocasión. El hermoso caos. El alma que vuelve al cuerpo. Las gargantas enrojecidas. La dulce agonía.
Prórroga y penaltis
El Azteca se liberó del agobio, del estrés. El tiempo extra discurrió en esa tranquilidad expectante. Honduras se refugió, mientras México maduró su cosecha y bajó las pulsaciones. Ya no corría el terror. Hasta que Huerta rompió lanzas y Maldonado le cercenó las piernas con motosierra. ’El Tri’, sin embargo, desperdició seis minutos con nueve catrachos a merced. No sería la Selección Mexicana, claro está. En la tanda yerró Honduras por partida doble, igual que Huerta, pero Barton estaba de dulce. Hasta que anote ‘El Chino’. Los catrachos, incrédulos, no dieron crédito. Menjivar se había anticipado al doble intento de Huerta, ilegalmente, bajo la óptica del juez. A la tercera no se entregó Huerta, encantado con el prematuro regalo navideño. El final se veía venir desde el gol de Edson. La Copa América servirá para corregir tantas cosas y exhibir otras. Porque este delirio quizá no acabe aquí.
AS