Monstruos, padres y niños raros salían de la cabeza de Carrington

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EL UNIVERSAL. “El señor Bigote Bigote que tiene dos caras – come moscas, baila-. Aquí está su guajolote. Y aquí está su niña que come arañas -está enferma.”, dice Leonora en uno de los cuentos de este libro que ha sido publicado por el Fondo de Cultura Económica, uno en formato para niños en su colección Los especiales de A la orilla del viento, y una versión de lujo, edición facsimilar de la libreta original. ¿Son cuentos terroríficos? Weisz asegura que no. “Los humanos somos terroríficos, creo que de alguna manera creo que lo que mi madre quería era encontrarse con el humano en sus distintas manifestaciones y también perder la idea de que hay un cuerpo inalterable; afortunadamente en la imaginación todos los cuerpos son alterables, incluso la verdadera historia de nuestros cuerpos es que están en continuo estado de alteración, no creo que a muchos nos guste que nos corten la cabeza, pero creo que nuestro cuerpo siempre está modificándose, reimaginándose; esto era como tener un encuentro con un ser imaginario que respondía a una cierta realidad corporal”. Y es que en los cuentos de esa Leonora contadora hay historias de monstruos, niñas que comen arañas y padres que comen moscas, de mujeres blancas que se visten de negro entero, indios verdes, niños antipáticos que duermen con intimidantes cocodrilos y niños a quienes de tanto mover se les vuela la cabeza o a otros infantes que se las cortan y luego se las pegan con chicle pero en la mano, el pie o el trasero. Tal vez estas historias que Carrignton escribió e ilustró en una libreta hayan sido producto de su mitología celta que habitó toda su obra. Gabriel Weisz, su hijo, dice que el problema de las mitologías es que siempre tenemos idea de que hay un pasado mitológico que es lo que nos va a inspirar. “En el fondo nos enseña a mitologizar; tenemos nuestros propios mitos, propios porque ni siquiera vienen de un pasado prehispánico, en el caso de los mexicanos o un pasado celta en el de irlandeses o ingleses; aquí la cuestión mitológica se pulverizó para convertirse en algo muy personal. Si el cuento tiene un mito es resultado de una pulverización completa del mito”, afirma al hojear las nueve historias con ilustraciones a color y en blanco y negro. —¿Era muy habitual que ella les contara historias? —Sí, era una manera de establecer comunicación con ella en una dimensión que no era cotidiana, o era otro tipo de cotidianidad si se quiere, ahí había la posibilidad de reimaginar cosas que tal vez habían ocurrido en la realidad pero que adquirían otro significado en el cuento, un significado a veces humorístico, a veces trágico pero que estaba en movimiento continuo, era como un cuadro que se volvía a pintar. Lo bello de todo es que Leonora Carrington nunca ampliaba o modificaba esas historias, más bien contaba otras porque afortunadamente tenía una imaginación muy activa, eran especie de juegos para sus hijos que luego pasaron a sus nietos: Pablo, Daniel y Agatha. Cuando ella ya estaba muy enferma, sus nietos le recontaban su versión de estos cuentos y ella los disfrutó, era como si alguien más se los reescribiera y recontara. http://www.eluniversal.com.mx/cultura/71767.html]]>

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