Astrolabio
El dramático e inenarrable secuestro y asesinato de una jovencita menor de edad a manos de tres bachilleres conmovió profundamente a San Luis Potosí, y llamó la atención sobre un detalle que, fuera del contexto de esta historia, suena totalmente cotidiano para cientos de miles de potosinos: este episodio abominable comenzó en Facebook.
Algunas posturas alarmistas desgarraron sus vestiduras y casi concitaron al linchamiento popular de las computadoras en la plaza pública. Otras, en la antípoda de la indiferencia, eximieron de cualquier responsabilidad a esta herramienta tecnológica y fueron más proclives a afirmar que en todo caso los sujetos eran los responsables, y no los mecanismos delictivos que eligieron. Opino que en los extremos, ambas posturas son imprecisas.
Es cierto que el exceso de libertad en las redes sociales ha tornado su uso a una forma imprudente y abusiva, y si no lo creen, recuerden como en la “libertad del lodazal” hasta el gobierno utilizó en Twitter cuentas anónimas para difamar impunemente a tuiteros críticos. Pero el caso de Facebook es aún más preocupante, casi todo mundo utiliza esa red social con tal negligencia que en la comisión de algunos delitos, son las propias víctimas las principales cómplices de sus victimarios. Hace poco, un amigo versado en el tema de los delitos cibernéticos me invitaba a hacer un ejercicio que le comparto: compre un pliego de papel bond y a manera de exposición en clase escriba ahí su nombre; sus datos, personales y biográficos; dónde se ubica su lugar de trabajo; las escuelas donde ha estudiado; retratos de sus hijos; de sus padres, de sus hermanos, de su pareja; coloque imágenes de sus vehículos o del interior de su casa; documente fotográficamente sus hábitos y horarios; exprese sus estados de ánimo e identifique a sus principales amigos; refiera los lugares en que vacaciona, compra, come y visita; y permítase alguna fotografía o comentario íntimo. Bien, una vez que el mural esté saturado de información colóquelo en el frente de su casa, métase y cierre la puerta. Eso es justamente lo que muchas personas hacen cuando utilizan Facebook, propician una violación abierta de su intimidad, y en estos tiempos de canallas que vivimos, información es poder… y dinero, sobre todo para los delincuentes.
Por otra parte, efectivamente las redes sociales son un instrumento cuya utilidad depende mayormente del uso que les da la persona que las emplea, sin embargo, también existen muchos sujetos que las utilizan abiertamente para cometer conductas ilícitas relacionadas con el uso de la tecnología como el robo o suplantación de identidad, el fraude cibernético, el hackeo de páginas y cuentas, el ciberbullying, el sexting, la pornografía infantil o el cibergrooming; además de muchos otros que las utilizan como herramienta y no como fin para cometer delitos de diversa índole como secuestro, pederastia, trata de personas, robo a casa habitación, extorsión, amenazas u homicidio. Ello demuestra que si bien los adultos pueden tener mayor malicia para detectar una conducta de este tipo (aun muchos adultos son víctimas de esta delincuencia), es necesario tomar conciencia de que en el caso de los menores de edad, es vital implementar medidas mayores de seguridad y autocuidado, pero si consideramos que muchas y muchos jovencitos se vuelven adictos a la navegación “on line” justamente para eludir la estancia en casa o la comunicación familiar, ya podemos ir imaginando que nunca hablarán padres e hijos de estos riesgos en el supuesto de que siquiera los adviertan.
Si usted me hace el favor de leerme desde su computadora, y es padre o madre de familia, o tiene parentesco con menores de edad que usan asiduamente y sin ninguna restricción el internet, piense que al igual que usted está detrás de ese monitor reflexionando conmigo sobre los riesgos de la tecnología, muchos otros individuos la están utilizando para destrozar vidas a cambio de ganarse varios fajos de billetes o para saciar una perversión grotesca. A sólo un clic de distancia, están inocentes e inquietos, todas y todos nuestros infantes y adolescentes. Y no, la culpa no es de las “sociedades de la información”, es esta incapacidad de comunicarnos con quienes amamos sobre lo verdaderamente importante. Es esta carrera frenética e imbécil que a toda prisa, nos hace vivir para comprar y comprar para vivir, y por ende, ver a las personas como cosas de las que siempre se puede extraer alguna ganancia.
En el mercado del escándalo, el vodevil mundano, la extinción de la vida privada y la exposición circense de las miserias humanas, el acto más revolucionario es la discreción.
La vida sin Face es posible.
Oswaldo Ríos
Twitter: @OSWALDOR10S