Donald Sutherland, actor canadiense con más de 60 años de carrera, conocido por sus papeles en Doce del patíbulo, Klute, Casanova, JFK, Novecento y, más recientemente, por su papel del presidente Snow en la saga de Los juegos del hambre, ha fallecido este 20 de junio. Así lo ha anunciado en redes sociales su hijo, el también conocido intérprete Kiefer Sutherland. “Con el corazón encogido, os comunico que mi padre, Donald Sutherland, ha fallecido. Personalmente creo que uno de los actores más importantes de la historia del cine. Nunca se amilanó por un papel, fuera bueno, malo o feo. Amaba lo que hacía y hacía lo que amaba, y nunca se puede pedir más que eso. Una vida bien vivida”. El actor tenía 88 años.
Entre otras condecoraciones a lo largo de su fructífera carrera, con alrededor de 200 títulos, Sutherland recibió un Oscar de Honor en 2018 por su trayectoria (aunque nunca fue nominado al máximo premio del cine); también, en 2019, recogió el premio Donostia a toda su carrera en el Festival de Cine de San Sebastián. Se alzó con el Globo de Oro en dos ocasiones de las nueve en las que estuvo nominado: en 1996 gracias a su papel en la miniserie Ciudadano X, con la que también ganó un premio Emmy gracias a su papel del coromel Mikhail Fetisov, y en 2003 por la serie Camino a la guerra. Estuvo nominado al Bafta, al Critics Choice e, incluso, al Razzie, por Encerrado, en 1990. En 2016 fue jurado del festival de cine de Cannes y tiene una estrella en el Paseo de la Fama desde el año 2011.
En los inicios de su carrera, en su adolescencia, Sutherland trabajó para una radio local en su Canadá natal y tras estudiar en las universidades de Victoria y de Toronto (iba para ingeniero, pero lo compaginó con Arte Dramático) arrancó su trayectoria artística, que le hizo recalar en la prestigiosa escuela de Música y Arte Dramático de Londres. Eso le hizo lograr pequeños papeles en series británicas de los años sesenta y convertirse en un rostro cada vez más común en el Reino Unido, gracias a sus apariciones en libretos clásicos llevados a la pequeña pantalla, a un episodio de Los Vengadores y sobre todo a un pequeño papel de un par de capítulos en la entonces tremendamente popular serie El Santo. Algo que le hizo dar el salto a un papel más grande y que le convirtió en un rostro clásico: el de Vernon Pinkley en Doce del patíbulo, el filme bélico dirigido por Robert Aldrich en 1967 y donde compartió escenas con grandes nombres del momento como John Cassavetes, Charles Bronson o Lee Marvin.
Durante toda su carrera, Sutherland interpretó a protagonistas y secundarios, en cine y televisión, pero también en el teatro, donde dio sus primeros pasos en la universidad (entre otros papeles con el de Esteban en La Tempestad, de Shakespeare) y siempre se sintió muy atraído por las tablas. “Es un teatro, con brazos que te abrazan, te consuelan, te empujan, te aplauden. Da a luz a gente que hace teatro. Los nutre. Les guía. Les libera y llevan el manto de ese teatro el resto de sus vidas”, declaraba el actor acerca de su pasión por el mismo, como recoge la HartHouse de la Universidad de Toronto, donde empezó su carrera y que decidió crear un premio con su honor para honrar a los mejores intérpretes.
Sutherland nunca pensó en la retirada. De hecho, sus últimos papeles le dotaron de una popularidad global ante un público muy distinto, gracias a su papel del taimado presidente Snow en la saga de películas de Los juegos del hambre, una taquillera distopía protagonizada por Jennifer Lawrence.
También desde el principio de su carrera fue un gran activista; tanto, que llegó a estar vigilado por la inteligencia estadounidense a principios de los años setenta, como se conoció en 2017 gracias a unos documentos desclasificados. En una entrevista con este periódico en 2019, cuando acudió al Festival de San Sebastián para recoger su premio Donostia y presentar la película Una obra maestra (dirigida por Giuseppe Capotondi), habló no solo de cine, sino también de clima y medio ambiente y de sus preocupaciones por el futuro del planeta. “Tengo hijos y nietos y les vamos a dejar un mundo en el que no van a poder vivir. Han desaparecido 2,5 millones de especies de pájaros y los chinos se han visto obligados a polinizar las plantas con individuos ante la escasez de insectos. ¿Es este el mundo que queremos? Lo que está haciendo las Naciones Unidas con el cambio climático es una mierda”.
Su vida privada fue tan agitada como las de las estrellas del viejo Hollywood. Su primera esposa fue Lois May Hardwick, a la que conoció cuando eran estudiantes universitarios, y con quien se casó en 1959 y hasta mediados de los 60. El mismo año en el que se divorció, en 1966, volvió a casarse con Shirley Douglas, hija de un célebre político canadiense. El matrimonio apenas duró cuatro años, pero juntos tuvieron dos hijos, gemelos, Rachel y el conocido Kiefer, ahora de 57 años, que desde joven siguió los pasos de su padre, aunque desde que empezó su carrera estuvo distanciado de él. Sus padres se divorciaron cuando él tenía cinco años, Kiefer se quedó con su madre en Toronto y Donald, tras un romance de dos años con Jane Fonda, se volvió a casar. Padre e hijo trabajaron juntos en alguna ocasión. El joven debutó en Hola, Mr. Dugan, que su padre protagonizaba, en 1983, y volvieron a coincidir en Tiempo de matar, en 1996, pero fue hasta el western Forsaken, en 2015, cuando compartieron más planos juntos, y donde finalmente interpretaron a padre e hijo. “Bueno, decir que nunca hubo conflicto entre nosotros a lo largo de nuestra relación sería simplemente falso”, concedía Kiefer, conocido por su papel de Jack Bauer en la serie de acción 24, en una entrevista en 2016 con The Globe and Mail. “Nos dio una buena base, totalmente”.
Sutherland encontró la estabilidad en su tercera esposa, la actriz franco-canadiense Francine Racette, a quien conoció rodando Alien Thunder y con quien contrajo matrimonio en 1972. Tuvieron tres hijos, Rossif, Angus Redford y Roeg; todos llamados así por distintos directores con los que trabajó el actor. En una entrevista en 2005 con The Guardian, Sutherland reconocía que a lo largo de su vida había cometido algunos traspiés, en lo personal y lo profesional. “Todo ha sido mi culpa. Fui muy tonto. Pero si no hubiera cometido esos errores, no habría conocido a la maravillosa mujer con la que me casé hace más de 30 años, así que supongo que los errores son aceptables”.