La ex primera ministra británica conservadora Margaret Thatcher, en el poder entre 1979 y 1990, ha fallecido este lunes a los 87 años de un ataque de apoplejía, informó su portavoz, Lord Bell.
“Con gran tristeza, Mark y Carol Thatcher han anunciado que su madre, la Baronesa Thatcher, ha fallecido pacíficamente esta mañana tras un infarto cerebral”, ha declarado el portavoz, citado por SkyNews.
La llamada ‘dama de hierro’, la única mujer que llegó al puesto de primera ministra en el Reino Unido y se enfrentó a Argentina en la guerra de las Malvinas en 1982, estuvo en el poder entre 1979 y 1990. Nacida el 13 de octubre de 1925 en Grantham (norte de Inglaterra), la política tory procedía de una familia de modestos recursos.
Thatcher ganó los comicios de 1979 en momentos en que el Partido Laborista estaba debilitado y el país parecía paralizado por las huelgas y la crisis económica.
Su llegada al poder supuso una completa transformación del Reino Unido al apoyar la privatización de industrias estatales y el transporte público (trenes y autobuses); la reforma de los sindicatos, a los que prácticamente despojó de poder, la reducción de los impuestos y del gasto público y la flexibilidad laboral.
Por qué era tan Dama de Hierro
Londres revela documentos oficiales que confirman el carácter tiránico de Margaret Thatcher, su racismo latente y su cinismo
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Por algo la llamaban La Dama de Hierro. La fuerte personalidad de la ex primera ministra británica Margaret Thatcher queda perfectamente reflejada en los primeros documentos secretos tras su llegada al poder, recientemente divulgados por los Archivos Nacionales del Reino Unido al cumplirse los 30 años de su clasificación. Las minutas sobre sus discusiones presupuestarias con el ministro del Tesoro y canciller del Exchequer de la época, Geoffrey Howe, sus primeras cumbres internacionales, sus ácidos comentarios por lo que considera excesiva prudencia de los funcionarios de Whitehall y sus primeros choques con los políticos continentales de aquellos años, confirman su fuerte carácter y determinación.
Trazan también un perfil menos gratificante sobre el racismo que impregnaba buena parte de su personalidad, confirman su fobia hacia los sindicatos y el papel del Estado en la sociedad, y revelan hasta qué punto el patriotismo y el nacionalismo dominaban su pensamiento político.
Hija de un tendero de Grantham (Lincolnshire, centro de Inglaterra), Thatcher se hizo con el liderazgo del Partido Conservador en 1975, ha sido la primera -y hasta ahora única mujer- elegida como primer ministro por los votantes británicos y estuvo en Downing Street desde el 4 de mayo de 1979 hasta el 22 de noviembre de 1990. En ese largo periodo en el poder introdujo profundas reformas económicas basadas siempre en el librecambismo y transformó la vida política británica. Aunque votada por sus conciudadanos como el primer ministro británico más relevante de la historia, por delante de Winston Churchill, fue también una figura que siempre eligió la confrontación antes que el pacto, y que aplicó hasta las últimas consecuencias la base fundamental del pensamiento tory: cada uno es responsable de sí mismo y el Estado no está para ayudar a los individuos.
Con 84 años cumplidos en octubre, viuda, casi abandonada por sus dos hijos, Thatcher vive semirecluida en su apartamento de Belgravia, en el centro de Londres. Los médicos le aconsejaron en 2002 que renunciara a hablar en público, después de una serie de pequeñas embolias. Su hija Carol confirmó en 2008 que Thatcher empieza a sufrir demencia y que ha perdido la memoria a corto plazo.
En junio de 2009, Thatcher se rompió un brazo en una caída en su casa y pasó tres semanas ingresada en un hospital. En noviembre, el ministro de Transportes de Canadá, John Baird, estuvo a punto de provocar un conflicto diplomático al difundir involuntariamente la errónea noticia de que la ex primera ministra había fallecido. Gran admirador de la política británica, Baird había puesto el nombre Thatcher a su gato y cuando éste falleció envió a sus amigos un escueto mensaje: “Thatcher ha muerto”. El mensaje llegó a oídos del primer ministro canadiense, Stephen Harper, que asistía a una cena de gala y que sólo se salvó del bochorno de anunciar a los comensales la triste noticia porque sus ayudantes le pidieron que esperara a que pudieran confirmar la muerte en Londres.
Margaret Thatcher nunca quiso que su condición de mujer tuviera relevancia política, como refleja el pánico que causó en Downing Street la información de que el Gobierno de Japón se disponía a desplegar un pequeño ejército de 20 mujeres karatecas para protegerla durante la cumbre que los jefes de Estado o de Gobierno de las grandes potencias económicas iban a celebrar en Tokio a finales de mayo de 1979, apenas unas semanas después de su llegada al poder.
Las noticias de prensa sobre esos planes fueron confirmadas por los japoneses y los británicos se vieron obligados a explicar cortesmente al Gobierno nipón que, aunque apreciaba ese gesto, “la señora Thatcher va a acudir a la cumbre como primer ministro y no como una mujer per se y está segura de que no necesita a esas damas; la reacción de la prensa en particular sería inaceptable”.
Las minutas de su primer encuentro con el entonces presidente francés y a la sazón presidente de turno de la entonces Comunidad Europea, Valéry Giscard d’Estaing, el 5 de junio en el palacio del Elíseo, reflejan a una Thatcher ardientemente europeísta en aquellos momentos. Pero revelan también que ya estaba alumbrando la semilla de su posterior eurofobia y dan cuenta de su determinación, ya entonces, justo un mes después de ganar las elecciones, de reducir la contribución británica a las arcas europeas.
Las minutas de aquel encuentro señalan que la primera ministra le explicó a Giscard que iba a haber “un cambio en la política británica hacia Europa”, tras la abierta hostilidad del anterior Gobierno laborista hacia la integración europea. “La primera ministra dijo que era la líder de un partido comprometido con su filosofía hacia Europa, dedicado a la idea de la Comunidad Europea y determinado a seguir una política de genuina cooperación. En esa cooperación descansa el mejor interés tanto para Europa como para el Reino Unido. Hay obviamente problemas particulares en los que el Reino Unido tendrá que luchar por sus intereses pero eso se tendrá que hacer en el marco de un comprometido europeísmo”, constata la nota.
El más importante de esos problemas era el hecho de que el Reino Unido, que entonces representaba el 15,25% de la riqueza comunitaria, aportaba el 18% del dinero del presupuesto europeo. Y quería rebajar esa contribución para reducir los impuestos en Gran Bretaña. Giscard se mostró muy receptivo a esos argumentos y propuso que hubiera un debate sobre el asunto en la inminente cumbre europea que se iba a celebrar en Estrasburgo, y que en ese debate la Comisión Europea “estableciera los hechos y analizara la situación”. “Los hechos ya han quedado establecidos: la Comisión no ha de aportar hechos, sino ideas”, le respondió la Dama de Hierro. Cuatro años después, Thatcher consiguió el famoso “cheque británico” que todavía hoy permite al Reino Unido reducir sustancialmente su contribución a las arcas europeas.
La brusquedad y el fuerte carácter de la primera ministra se refleja en las anotaciones al margen y los subrayados con los que pespunteaba con un grueso rotulador azul los papeles de trabajo que llegaban a su mesa. “No es lo bastante duro”, anotó en los márgenes de la primera propuesta de recortes presupuestarios que le hizo llegar el canciller del Exchequer. “La primera ministra está convencida de que hay un despilfarro enorme en la mayoría de los ministerios”, subraya una nota de un funcionario.
Sobre la propuesta de reforma de la función pública que le hizo llegar el responsable de la época, lord Soames, escribe: “Demasiado vaga”, y decide que esa propuesta ni siquiera se ponga en circulación en el seno del Gobierno porque quiere que los recortes aumenten hasta el 5% del gasto en lugar del 3% que propone Soames. En su opinión se debería despedir a 66.000 de los 566.000 funcionarios administrativos y congelar durante seis meses las contrataciones de nuevos funcionarios. “Contenido totalmente insuficiente”, opina de una propuesta de su responsable de empleo. “No”, escribe a menudo en los márgenes, subrayado varias veces para que no pase desapercibido. O “demasiado poco”. O “eso no va a funcionar”.
Su carácter impetuoso sale a relucir en varios episodios relacionados con Irlanda del Norte. Las notas de una conversación que mantuvo el 23 de agosto de 1979 con el ministro británico para Irlanda del Norte, Humphrey Atkins, reflejan su indignación por la política de neutralidad adoptada por Estados Unidos en el conflicto del Ulster. Thatcher le prohíbe a su ministro que se reúna con el gobernador de Nueva York, Hugo Carey, porque éste ha anunciado que piensa visitar la República de Irlanda. Y enfatiza que no cree que el entonces presidente estadounidense, Jimmy Carter, esté dispuesto a discutir con ella “la política de Estados Unidos hacia su población negra, por ejemplo”.
Su enfado tiene un doble trasfondo: por un lado, cree que el Gobierno de Irlanda está protegiendo implícitamente el terrorismo del IRA y desprecia los argumentos de su ministro de que quiere convencer a Dublín de que el terrorismo republicano perjudica por igual a ambos países. Thatcher le replica que “no se lo cree, que no hay evidencias de hostilidad entre la República de Irlanda por un lado y el IRA por el otro” y argumenta que la única forma de presionar a Irlanda es la imposición de sanciones contra los irlandeses residentes en el Reino Unido. Thatcher se llegó a plantear incluso desposeerles del tradicional derecho de voto en las elecciones británicas, algo que nunca llegó a ocurrir.
Detrás del enfado con Estados Unidos se escondía no sólo la neutralidad del Gobierno, sino el envío de fondos privados a los republicanos a través de la potente colonia irlandesa de América y la negativa de Carter a vender al Reino Unido más armas destinadas al polémico Royal Ulster Constabulary (RUC), la policía de Irlanda del Norte, alineada siempre del lado protestante en el conflicto norirlandés. “Los americanos deberían darse cuenta de que mientras sigan financiando al terrorismo serán responsables de la muerte de ciudadanos de Estados Unidos
[como ocurrió en un atentado en el hotel Hilton en Belfast] y también de los demás”, se queja Thatcher.
Un documento relata una conversación con Carter en la Casa Blanca en diciembre de 1979 en la que intentaba convencerle para que vendiera armas al RUC. Según las notas oficiales, “ella misma manejó las dos pistolas que habitualmente utilizaba el RUC y no tenía ninguna duda de que la americana Ruger era mucho mejor”.
También el racismo latente en el carácter de Thatcher queda de manifiesto en los papeles ahora desclasificados. Aunque acabó aceptando la acogida en el Reino Unido de 10.000 vietnamitas que huían del régimen comunista, los famosos boat people, los documentos reflejan que se opuso fieramente a ello y que sólo la intervención del ministro del Interior, William Whitelaw, y del jefe del Foreign Office, lord Carrington, le hizo cambiar de opinión.
Thatcher argumentaba que habría “disturbios en la calle” si los vietnamitas recibían viviendas de protección oficial en detrimento de la población blanca y admitió que “pondría muchas menos objeciones si se tratara de refugiados de Rodesia, polacos o húngaros porque sería mucho más fácil asimilarlos en la sociedad británica”.
Cuando Whitehall le explicó que había recibido montones de cartas de simpatizantes conservadores favorables a la llegada de los vietnamitas, Thatcher le respondió que los que le habían escrito esas cartas “deberían ser invitados a aceptar un refugiado en su casa”. Y llegó a proponer al primer ministro de Australia la compra conjunta de una isla en Indonesia o Filipinas para radicar allí a los vietnamitas. La idea fue desechada por la fuerte oposición del primer ministro de Singapur, Lee Kuan Yew, que temía que eso podría acabar creando un Estado que le hiciera la competencia a la competitiva economía de su propia isla-Estado.
Otro documento da cuenta de su cinismo. Una carta de julio de 1978, cuando aún era líder de la oposición, revela que Thatcher se oponía a los planes para publicar una historia de la inteligencia militar durante la II Guerra Mundial que venía a reconocer la existencia del MI5 y el MI6, los servicios secretos británicos. “Dos maestros en leyes, que ahora son jueces, me enseñaron una regla muy buena: nunca admitas nada a menos que no tengas más remedio que hacerlo; y aún así, sólo si tienes razones específicas para ello y dentro de unos límites definidos”. Hasta 1994, el Reino Unido no reconoció la existencia de sus servicios secretos.
http://internacional.elpais.com/internacional/2013/04/08/actualidad/1365422190_056320.html
http://elpais.com/diario/2010/01/10/domingo/1263095190_850215.html