Música para hacer el amor

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Y sí: como sucede en otros aspectos de la vida, hay momentos para sembrar… y otros, para cosechar. Y cuando los besos, las caricias y las palabras picantes musitadas al oído —y quizá, ¿por qué no?, una que otra estocada alcohólica para distraer la moral y enaltecer al espíritu— han hecho su trabajo, y la situación es propicia para llevar las manos a otros terrenos en los que la penumbra es una aliada, y las telas y los encajes se tornan estorbosos, a menudo sucede que nos vemos interrumpidos por una pregunta, que en realidad es una confirmación de lo que está por suceder pronto:

—Oye, ¿y si pones algo de musiquita?

La señorita —o el señor, porque quién sabe quién sea el anfitrión de quién— quiere música para ponerse “en elmood. Y entonces, viene la pregunta: ¿qué diablos pongo? Porque, me parece, una de las funciones de la música cuando los seres humanos estamos en disposición de aparearnos los unos con las otras —o las unas con las otras, y los unos con los otros, porque siempre he dicho que en este blog no se discrimina a nadie—, es la de proveer relajación a través del oído para que el resto del cuerpo se enfoque en las actividades propias de su sexo; también, es necesario decirlo, a mucha gente le resultan chocantes los ruidos y las expresiones espontáneas que surgen en los momentos de intensidad carnal, de modo que la música ofrece una suerte de colchón auditivo en el que se amortigua el salvajismo y el instinto de esos gritos y gemidos tan básicos. Hay gente muy pudorosa y recatada, ya lo sabe; además, así como que no se enteran tanto los vecinos.

Luego entonces, ¿qué poner? Porque resulta difícil escapar de los clichés que nos deja como secuela el haber visto porno setentero y ochentero en la juventud —ya sabe: chu-chu wawaa, chu-chu wawaaa, yeah baby!—, o de las asociaciones mentales que habitan en nuestro cerebro gracias a las producciones ochenteras y noventeras de soft-porno —ya sabe: esas películas infames que pasaban a la medianoche en los canales de paga, y que consistían en ochenta minutos de aburrimiento y diez de senos brevemente expuestos entre cortinajes que son azotados por el viento, ridículos cantos gregorianos bailables del tipo Enigma y luces de neón—, o de las aberraciones que popularizaron películas del tipo “calenturiento romanticoso” como 9 ½ semanas —¿de verdad “You Can Leave Your Hat On” les resulta sexy?— oGhost —¿y de verdad era sensual embadurnarse de arcilla al ritmo de la cursísima “Unchained Melody”?

Pero como lo que sobra en el mundo son opciones, y como en los terrenos cuadriláteros de la cama —igual que en otros muchos terrenos de la vida— hay que ser creativos y evitar las salidas fáciles, a continuación le propongo unas cuantas piezas, intérpretes y estilos que son distintos y fuera de la norma, para que “haga de esa noche, una ocasión inolvidable”:

 

GYMNOPÉDIE #3, DE ERIK SATIE

Si la ocasión amerita delicadeza —por ejemplo, si él o ella son muy jóvenes, primerizos o tímidos—, esta maravilla al piano resulta ideal. Es relajante y placentera, pero a la vez sensual e invitante, como si los dedos que se posan en las teclas lo hicieran sobre una piel erizada y sensible, o como si cada sonido fuera el de una pieza de ropa la que cae al piso, entre miradas furtivas o, de plano, los ojos cerrados. Si usted lleva prisa o es de esa gente impaciente que va a lo que va, le recomiendo que, por esta ocasión, se contenga y aproveche la cama de algodón y de ensueño que le tejen estos sonidos para permitirse disfrutar conscientemente de la presencia del otro o la otra. En pocas palabras: cierre los ojos, abra el cuerpo y déjese llevar por Satie… y por la persona que tiene a un lado. Que para eso está.

 

“DUO DES FLEURS” (LAKMÉ), DE LÉO DELIBES

Si a usted le gustaba el cine en los años ochenta y era de gustos peculiares, quizá recuerde la película The Hunger, que en México conocimos como El ansia, del malogrado Tony Scott. En esta fallida cinta sobre vampiros, hay una escena lésbica entre Susan Sarandon y la doble de cuerpo de Catherine Deneuve —porque a mí que no me vengan con que la distinguida señora, a sus años, estaba así—, que es musicalizada con este hermoso dueto para dos sopranos, el cual forma parte de la ópera Lakmé. Y aunque es una pieza que, se dice, canta al amor que florece entre dos mujeres, creo que tiene los méritos suficientes para figurar como marco de una escena casera de pasión y romance. Inténtelo: a ver qué sale.

 

“MY FAVORITE THINGS”, DE JOHN COLTRANE

El gran titán del jazz, su saxofón y su obra maestra. Quizá resulte demasiado intensa y compleja para algunos gustos, pero el meloso leitmotif que toca el saxofón soprano de Coltrane a mí me suena a una invitación a dar ese tipo de besos que lo dejan a uno mareado por el choque de endorfinas en el cerebro, y el beat que marca el piano de McCoy Tyner señala la cadencia con la que deben sincronizarse las caderas, toda vez que nos hemos librado de los trapos con los que estamos adiestrados socialmente a cubrir nuestra vergüenza. La estructura de este prodigio musical es bastante pareja, así que usted podrá concentrarse plenamente en lo que está haciendo —porque, es justo admitirlo, luego uno está tan nervioso o reprimido que es fácil que el cerebro se vaya de pinta con la música en lugar de estar en lo de la piel—, e incluso le brinda una suerte de clímax por ahí del minuto diez. Y si usted es un poco como yo, quizá le convenga imaginar que está tocando el sax, con todas sus notas y sus volúmenes, mientras satisface sus fijaciones orales. Música y sexo: my favorite things.

 

“CHAMELEON” DE HERBIE HANCOCK

Para poner esta canción a la hora de los empeños sexuales, y no recibir una sonora bofetada seguida de un “Idiota, ¿por quién me tomas?”, es necesario tener cierto camino recorrido con la pareja en cuestión, mucha confianza y —esto es un requisito indispensable— cierto bagaje cultural en el ámbito del porno vintage: sus teclados psicodélicos y su cadenciosísimo ritmo funk remiten de inmediato a los días de aquellos filmes sucios llenos de sudor, cadenas de oro y abundante vello púbico; y ya después, la cosa se pone mejor, mucho más sórdida, calentándose poco a poco hasta alcanzar potencias y golpeteos como de perforadora hidráulica. Esta obra maestra, en esencia, tiene una estructura que se ajusta al plot básico de una escena XXX —foreplay, blow-job, in-out, cumshot—, y le advierto: dura casi dieciséis minutos, así que si el gatillo es de esos que se disparan solos, le recomiendo que invierta suficiente tiempo en los preámbulos. Cosa de no quedarse a la mitad.

 

“SEX” DE THE NECKS

Una composición con ese nombre, y que dura la friolera de cincuenta y seis minutos, no puede sino estar diseñada específicamente para cumplir sin prisas con el cliché de llegar al departamento, “poner musiquita”, descorchar la botella de vino, servir dos copas, brindar y empezar a beberlas lentamente, saboreando el golpe de los taninos y la deliciosa relajación que poco a poco la dosis alcohólica empieza a ejercer en el cerebro, brindar hasta el fondo de la primera copa, servir la segunda, calentar la conversación, remojar los labios en el vino y, si usted los juzga conveniente, lanzarse a matar antes de servir la tercera copa. Que ya habrá bastante sed para dar cuenta de ella… y también suficiente música como para perder la noción del tiempo. Que de eso se trata.

Y como el tema me pone generoso —y si usted no es mucho de clasismos y jazzismos, o siente que con mi selección usted o su pareja van a empezar a cabecear, pero más bien de sueño—, le puedo dar las siguientes recomendaciones: la belleza exótica de Sade y sus composiciones sexosas como “Smooth Operator” o “The Sweetest Taboo”; el eleganteBrian Ferry, ya sea como solista —“Slave to Love”, “Kiss and Tell”— o como parte de Roxy Music —sin más, programe el álbum Avalon y listo—; también puede recurrir a un poco debossa-nova —invoque a Antonio Carlos Jobim, a Elis Regina, a Joao o a Astrud Gilberto, o hasta a Caetano Veloso—, a un poco de Frank Sinatra y otros crooners, o a la clase de Henry Mancini; o, si sus gustos se decantan más hacia el Oriente Medio —ya sabe: la fantasía de la odalisca; suspiro profundo—, le propongo a Ofra Haza, o bien, a la paquistaní Azam Alí, que es prodigiosa sola o con sus proyectos Vas y Niyaz; y si le apetece algo más electrónico, pruebe con Delerium, pero no con su etapa dark sino con el álbum Karma, con el que le darán ganas de poner focos rojos en su cuarto.

O bien, déjese de andar con los angelitos y vaya directamente con Dios: ponga a Pink Floyd. Y si a su pareja le gusta, ni lo piense: cásese con él o ella. Le garantizo una vida de inteligencia, pasión… y locura.

Pero, como siempre digo, eso ya es otro cantar…

 

Fuente: Excelsior

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