Niñas y niños del Centro Histórico aprovechan fuentes como la de la plaza de Aranzazú para mitigar los embates del calor, pero sin considerar el riesgo de infecciones por la alta contaminación que puede haber en el agua, ya que ahí se deposita basura, bebidas y hasta ingresan las mascotas de algunos dueños residentes de los alrededores.
Generalmente, se trata de las hijas e hijos de los artesanos que ofertan sus mercancías en el pasaje peatonal de avenida Universidad, conocido también como Callejón de San Francisco y que se pasan el día jugando entre la fuente de San Francisco y la de Aranzazú.
Lejos de la supervisión de sus padres, las y los pequeños se sienten libres de ingresar a las fuentes como si de albercas se tratara.
En la amplia fuente del jardín Vicente Guerrero o de San Francisco, gran cantidad de basura de mano que los visitantes dejan por ahí “olvidada” termina flotando en el espejo de agua, mientras que en la más pequeña, la de Aranzazú, se han visto perros ingresando de lleno al agua ante la complacencia de sus dueños que incluso los animan a que lo hagan una y otra vez.
Pulso