Previo a la visita a México de Lula da Silva y José Graziano, quienes vienen a compartir su experiencia sobre las políticas sociales brasileñas y sus notables avances en materia de alimentación
A final del mes de abril vendrán a México los impulsores del exitoso programa brasileño Hambre Cero (“Fome Zero”): el ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva y su ex ministro y actual Director de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) José Graziano. Intercambiarán experiencias con el gobierno mexicano que acaba de lanzar su cruzada contra el hambre. ¿Cuáles son los secretos del éxito brasileño y cuáles los desafíos no resueltos? En un minúsculo cubículo en el centro de Río de Janeiro, uno de los cerebros detrás del celebrado programa, el director del Instituto Brasileño de Análisis Social y Económico (IBASE) y ex presidente del Consejo de la Seguridad Alimentaria, Francisco Menezes detalla las características del programa.
Contrariamente a la publicidad, Hambre Cero no fue un invento estrictamente brasileño. Los programas de transferencia condicionada ya se venían aplicando desde mediados de los años noventa en América Latina, impulsados por el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Uno de los primeros discípulos fue curiosamente México, donde el programa Oportunidades se empezó a aplicar desde 1997 bajo la presidencia de Ernesto Zedillo y fue reforzado con la llegada al poder de Vicente Fox en el año 2000. Ambos presidentes estaban muy cerca de los economistas “pobrólogos” del BID que trabajaban entonces bajo tutela del uruguayo Enrique Iglesias, quien buscaba caminos para repetir la exitosa integración social de su proprio país.
Igual que más tarde lo hizo Hambre Cero en Brasil, Oportunidades fue en México un instrumento importante para la reelección del partido gobernante. Pero mientras en México se limitó a eso y después perdió impulso, en Brasil se convirtió en una estrategia a largo plazo y en una marca nacional. Un logro en el que Menezes tiene su parte, aunque a este hombre amable y modesto, de abundante pelo blanco, no le gusta presumirlo. Él ha sido el artífice principal de la ley de soberanía alimentaria, una dura batalla contra el lobby de los grandes terratenientes y empresas agroexportadoras. Aunque a sus 60 años ya no está en primera línea de batalla, sigue concibiendo nuevas estrategias para los desafíos por venir, uno de los cuáles es bien conocido en México: la obesidad. Menezes trabaja en su minicubículo de IBASE, en un edificio del corazón de Rio de Janeiro, donde nos recibió.
¿NOS PUEDE CONTAR CÓMO CONCIBIERON HAMBRE CERO?
Desde hace tiempo nosotros trabajábamos el tema de la pobreza. Nos habíamos dado cuenta que el gran problema del hambre era la falta de poder adquisitivo que impedía que 45 millones de personas se alimentaran adecuadamente. El programa consistía en que las madres de familia recibían unos 50 reales mensuales (alrededor de 300 pesos) si mandaban a sus hijos a la escuela, donde recibían además una alimentación balanceada. Integramos más de 30 millones de niños a ese programa. Para muchos, fue la única comida balanceada y completa durante todo el día.
¿FUE FÁCIL CONVENCER AL GOBIERNO DE ESA INVERSIÓN SOCIAL?
Lula llegó al poder con esa promesa. Sin embargo, hubo problemas; por ejemplo en 2004, cuando hubo una inflación mayor y los montos del programa no fueron ajustados. El impacto se podía medir directamente en los niños. Y también cuando en 2006 quisimos ampliar la comida escolar a la enseñanza media —pues cubría nada más la escuela básica—, para incorporar a otros 18 millones de estudiantes. Al principio, el Presidente dudaba. Eso significaba un gran gasto para su gobierno. Pero cuando le contamos historias reales de familias pobres cuyos hijos no podían seguir estudiando para conseguir comida, se conmovió y lo aceptó.
SIN EMBARGO, HAMBRE CERO FUE REEMPLAZADO RÁPIDAMENTE POR EL PROGRAMA BOLSA-FAMILIA…
Hambre Cero era muy limitado porque trataba solo un aspecto de la lucha contra la pobreza. Así que fusionamos todos los programas de ayuda social, algunos de los cuáles ya venían del gobierno anterior de Fernando Henrique Cardoso, que se llamó Bolsa-Familia. También fundamos el Consejo para la Seguridad Alimentaria, en el cual la sociedad civil jugó un rol importante. En mi opinión, esa fue una estrategia muy acertada. Así logramos formar un contrapeso contra loslobbies tradicionales del agronegocio. En el Consejo bajo mi presidencia logramos pasar una ley de soberanía alimentaria. Entre otras medidas, obligaba a que 30 por ciento de los alimentos escolares debía provenir de la agricultura familiar. De tal manera que el Estado influyó no solo en la demanda, sino también en la oferta; y así pudimos apoyar a los pequeños campesinos.
TAMBIÉN LOGRARON REDUCIR EL TRABAJO INFANTIL GRACIAS A LOS PROGRAMAS SOCIALES; PERO AL PRINCIPIO HUBO RESISTENCIA Y CRÍTICAS. SE DECÍA QUE EL PROGRAMA ERA ASISTENCIALISTA E INEFICIENTE, QUE HABÍA CORRUPCIÓN Y ABUSOS.
Para arrancar con rapidez descentralizamos el programa. Eso creó muchos problemas, porque es verdad que había corrupción y desvío de fondos a escala regional y local. Gracias a la participación de muchos simpatizantes de base pudimos avanzar rápidamente en la creación de un catastro único. Cruzando datos pudimos eliminar la mayoría de abusos. Otra crítica fue que los beneficiarios compraban televisores y ropa con la ayuda. Pero pienso que eso fue un debate muy ideologizado. Se cuestionaba la capacidad de los pobres de decidir en qué gastar el dinero. Comprar un celular, por ejemplo, puede ser una buena inversión en regiones apartadas para poder comunicarse con un médico en caso de urgencia. En general, las familias sabían elegir muy bien sus prioridades, y 80 por ciento de la ayuda se gastó en alimentos.
PERO SIGUE HABIENDO HAMBRE Y POBREZA EN BRASIL.
Sacamos a más de 30 millones de la pobreza, pero aún tenemos 16 millones de brasileños que ganan menos de 70 reales mensuales. Son casos complejos ya que son personas a las que difícilmente les llegan los beneficios de las instituciones. Viven muy marginados, en una gran inestabilidad, muchos sin domicilio fijo, sin documentos, no son conscientes de sus derechos. Hay diferentes grupos; por ejemplo los indígenas, los sin techo, los que fueron expulsados de sus tierras. A ellos se enfoca principalmente el nuevo programa Brasil Sin Miseria de la presidenta Dilma Rousseff.
PERO NO TODOS LOS 16 MILLONES DE POBRES ENTRAN EN ESA CATEGORÍA.
No todos, es cierto, y eso es uno de los grandes desafíos futuros. Hemos encontrado que para definir la marginación, el ingreso no es el indicador adecuado. Muchos integrantes de la nueva clase media ya no son pobres, pero viven en condiciones muy precarias. Hay que tomar en cuenta el acceso al agua potable y al saneamiento básico, el manejo de la basura, el acceso a la salud, al mercado formal de trabajo. Para una madre soltera, el obstáculo a una mayor integración puede ser algo tan simple como encontrar un lugar cercano donde dejar a sus hijos cuando va a trabajar. Allí todavía hay un déficit del Estado, en ese ofrecer inclusión productiva y acceso a la infraestructura básica. Urge por ejemplo reformar el sistema de salud y educación.
¿NO ES UN POCO CONTRADICTORIO QUE TODAVÍA HAYA HAMBRE EN BRASIL, UN PAÍS QUE ES UNO DE LOS GRANDES AGROEXPORTADORES DEL MUNDO? HAY ENORMES MONOCULTIVOS DE SOJA TRANSGÉNICA O DE CAÑA Y NARANJA MIENTRAS LOS PEQUEÑOS AGRICULTORES VIVEN EN LA MISERIA.
Sí, lo es. Y hay muchas contradicciones todavía en la política pública al respecto. El Estado incluso financia y subvenciona ese tipo de agronegocio, como por ejemplo en El Cerrado (la sabana de la meseta central brasileña). Es muy paradójico y es resultado de compromisos con grupos conservadores y de grandes terratenientes quienes son parte de la coalición de gobierno.
EL HAMBRE HA CEDIDO, PERO UNO DE LOS GRANDES PROBLEMAS ACTUALES DE SALUD EN PAÍSES COMO BRASIL Y MÉXICO ES EL SOBREPESO Y LA COMIDA CHATARRA. ¿CÓMO SE CAYÓ EN MENOS DE UNA DÉCADA DE UN EXTREMO AL OTRO?
El sobrepeso era antes un problema de la clase media-alta. Ahora se convirtió en problema de la clase media-baja. Observamos en 2008, cuando hubo un aumento importante en el precio de los alimentos, que las familias no bajaban la cantidad de alimentos y calorías que ingerían; pero que compraban alimentos más baratos y de menor calidad, con más grasa y azúcares. Mi hipótesis es que hay una especie de marcador en el cerebro y que los humanos que han sufrido hambre tratan de evitar a cualquier precio volver a vivir esa experiencia traumática, buscando como sea una sensación de saciedad. Aparte de eso, está el problema de que las frutas y verduras son más caras en Brasil que la comida chatarra. Y la publicidad tiene un gran impacto. Muchas madres exigen de las escuelas y jardines públicos que den a sus hijos galletas y refrescos como merienda, en lugar de fruta y leche, porque para ellas es una cosa afectiva y de estatus. Por eso estamos trabajando ahora en una ley sobre la publicidad alimentaria. Pero es enorme la resistencia de las grandes empresas y de los medios, que viven de los anuncios para esos productos.
AHORA BRASIL EXPORTA EL PROGRAMA HAMBRE CERO AL MUNDO. ¿CUÁLES SON LAS EXPERIENCIAS DE ESE FENÓMENO?
Son muy desiguales. En Guatemala por ejemplo copiaron el programa y la ley, casi textualmente. En África tenemos muchos problemas de implementación, porque los gobiernos allá no entienden el rol de la sociedad civil. Es un gran cambio cultural para ellos.
Con información de:http://www.milenio.com/cdb/doc/noticias2011/fbf9a679a7076e5568354577e0405077