Es una pregunta recurrente para quienes expresamos nuestras opiniones en formatos como este, pero tangible en la vida de mujeres comunicadoras, reporteras y medios de liderazgo feminista, cabe recuperar ese balance que dejó el mes de mayo, a propósito del Día Mundial de la Libertad de Prensa, pensar en México como un país sumamente peligroso para ejercer el periodismo, apenas por debajo de lugares en donde sí se reconoce la existencia de conflictos armados, con territorios completamente fuera de control de esa seguridad tan prometida que se espera de cualquier gobierno.
Así, el riesgo que asume la prensa cada día tiene como finalidad proveer de información adecuada al ciudadano común, nos viene mejor que su posición sea del lado de la verdad, de representar y proteger los derechos fundamentales a través de su trabajo.
En lo tocante a lo que denuncian los medios feministas, las periódicas, debemos considerar que las consecuencias de un Estado fallido las padecen las mujeres con mayor intensidad, no es casual que más del 70 por ciento del país tenga Alertas de Violencia de Género vigentes y que se cosifique a todas y cada una de nosotras, 64 millones de potenciales víctimas de crímenes derivados de la inseguridad, desde la violencia política hasta la trata, desde el acoso, a la violación, al feminicidio, al arrebato de nuestra existencia jurídica y política en manos de varones dentro y fuera de la ley.
Ninguna mujer escribe, se expresa, defiende o trabaja en los medios desde un sitio que no sea la pronunciada vulnerabilidad causada por la misoginia y la discriminación sexual de este lugar donde vivimos. Quien no lo sepa peca de ingenua.
Desde luego, al trasladarse la labor periodística a internet, así lo han hecho las diversas caras de la censura y la represión, especialmente si el trabajo consiste en exhibir la ignorancia y el dolo de los tomadores de decisiones en lo que respecta a los derechos de las mujeres.
Este año se denunció el hackeo al medio feminista Sem México que dirige Sara Lovera, una crisis que pudo atenderse a tiempo no obstante un recordatorio: nuestra posición es observada desde el día uno.
En un estudio de la Unesco para abordar estas formas de violencia reconoce entre las prácticas denunciadas el envío de mensajes de amenazas o daño a la reputación de las mujeres, la exposición de su privacidad, el hackeo de cuentas personales y de las páginas de estos medios de comunicación, el ataque directo de hombres de poder representantes o gobernantes, el acoso y la intimidación sexual.
Esto ¿nos pone a pensar? Claramente. Cuando recibimos llamadas amenazantes, cuando somos censuradas allí donde escribimos, cuando se nos deja de nombrar y solo somos “la persona que habla de feminicidio”, e inclusive al expulsarnos de espacios académicos o limitarnos en las condiciones en que somos entrevistadas, se hace visible al elefante en la sala: Lo que una denuncia cotidianamente le viene mal a más de uno.
El patriarcado de múltiples rostros, se sustenta en que las mujeres cuyas labores cotidianas implican trabajo mal pagado y no remunerado, no abandonen las esclavitudes de la violencia y los roles de género para construir ciudadanía, que no hagan conciencia de la valía de sus decisiones políticas y de ser sujetas de derechos que ninguna goza de manera plena. Todo lo que despierte a esa mayoría de la población perjudica.
Si nosotras conversásemos para responder a la pregunta de si tenemos o no algo que perder, todas de seguro diremos que sí. Somos por razón de sexo, un blanco fácil en México y la posibilidad de volvernos una cifra de violencia o de muerte no impresionaría a nadie. Por ejemplo, yo, mujer, jefa de familia, expuesta desde niña al contexto político y público de una ciudad que me ha visto crecer a fuerza de escribir, hay registros de mi patrimonio, de la dirección de mi casa, de mi profesión, de mi voz y hasta de mi ADN y se sabe de los sitios donde hago la vida.
Al haber también atravesado por la violencia física, sexual, verbal y psicológica, como 1 de cada 7 mujeres en México, sé que es ser víctima, un conocimiento de esas dimensiones no se cura, pero con determinada fuerza de trayectoria, puede contribuir a la evitación de que se perpetúe. Aunque en más de una ocasión he experimentado las consecuencias de hablar, en el peor de los escenarios, pienso, si me mataran por escribir o me desaparecieran, con tanto registro a lo mejor me encontrarían con mayor facilidad y habría un movimiento feminista que seguiría denunciando.
Encontramos la respuesta entonces, no es que no me de miedo, sino que el miedo es el agua en la pecera. A más ver.
Claudia Espinosa Almaguer