Un amplio estudio, publicado en The American Journal of Medicine, ha hallado que las personas que no se han vacunado contra la COVID-19 tienen un mayor riesgo de verse implicadas en un accidente de tráfico.
El investigador principal, el Dr. Donald A. Redelmeier, profesor de medicina de la Universidad de Toronto y médico del Centro de Ciencias de la Salud Sunnybrook, dijo, en resumen, que los investigadores “teorizaron que los adultos que descuidan las recomendaciones sanitarias también pueden descuidar las directrices básicas de seguridad vial”.
El estudio
Para su estudio, durante el verano de 2021, los investigadores canadienses examinaron los registros encriptados del Gobierno de más de 11 millones de adultos, el 16 % de los cuales no había recibido la vacuna COVID.
Descubrieron, después de contrastar los datos de los servicios de urgencias de Ontario (Canadá) en los que un accidente de tráfico provocó una hospitalización –además de controlar una serie de factores como la edad y las afecciones médicas–, que las personas no vacunadas tenían un 72 % más de probabilidades de verse implicadas en un accidente de tráfico grave que las vacunadas.
Según los investigadores, este riesgo es similar al de las personas con apnea del sueño, aunque solo la mitad del de las personas que abusan del alcohol.
“El aumento de los riesgos de tráfico entre los adultos no vacunados se extendió a diversos subgrupos (mayores y más jóvenes; conductores y peatones; ricos y pobres) y fue igual a un aumento del 48 % después del ajuste por edad, sexo, ubicación del hogar, situación socioeconómica y diagnósticos médicos”, se lee en el comunicado.
“El aumento de los riesgos de tráfico se extendió por todo el espectro de gravedad de los accidentes y pareció similar para Pfizer, Moderna u otras vacunas”.
Sin efecto directo sobre el riesgo de accidente de tráfico
Aunque la correlación parezca extraña, ya que “la simple activación inmunitaria contra un coronavirus no tiene ningún efecto directo sobre el riesgo de accidente de tráfico”, el equipo señala que estudios anteriores han relacionado la psicología de las personas, como personalidades agresivas, con los accidentes de tráfico. Por lo que el presente estudio no sería tan extraño, después de todo.
Bajo esta premisa, Redelmeier afirmó que la vacunación con COVID-19 es un “indicador objetivo, disponible, importante, autentificado y oportuno del comportamiento humano”.
En otras palabras, saltarse la vacuna COVID no significa que alguien vaya a sufrir un accidente de tráfico. En cambio, los autores –quienes resaltan también las limitaciones del estudio– teorizan que las personas que se resisten a las recomendaciones de salud pública también podrían “descuidar las pautas básicas de seguridad vial”.
“Estos datos sugieren que la indecisión ante la vacuna COVID-19 se asocia a un aumento significativo de los riesgos de sufrir un accidente de tráfico; sin embargo, esto no significa que la vacunación contra la COVID-19 prevenga directamente los accidentes”, afirmó Redelmeier.
“En cambio, muestra cómo los adultos que no siguen los consejos de salud pública también pueden descuidar las normas de circulación. Los malentendidos sobre los riesgos cotidianos pueden hacer que las personas se pongan a sí mismas y a los demás en grave peligro”.
Correlaciones a los resultados
Redelmeier dijo que los autores “no quieren que las personas no vacunadas se sientan perseguidas” y “no están sugiriendo que dejen de conducir”.
Del mismo modo, señalan que no pueden afirmar que exista causalidad, ya que el estudio no analizó las causas de la indecisión a la hora de vacunarse o de la conducción arriesgada. Sin embargo, sugieren algunas posibles explicaciones para la correlación.
“Una posibilidad está relacionada con la desconfianza en el gobierno o la creencia en la libertad, que contribuyen tanto a las preferencias de vacunación como al aumento de los riesgos de tráfico”, escriben en el estudio. “Otra explicación podría ser las ideas erróneas sobre los riesgos cotidianos, la fe en la protección natural, la antipatía hacia la regulación, la pobreza crónica, la exposición a la desinformación, la insuficiencia de recursos u otras creencias personales”.
“Entre los factores alternativos podrían figurar la identidad política, las experiencias negativas del pasado, los escasos conocimientos sanitarios o las redes sociales que suscitan recelos en torno a las directrices de salud pública”, agregan.
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