La gente está fastidiada con la política tradicional, por lo que buscan opciones menos tradicionales con las que puedan identificarse
Donald Trump es único. Le encanta que lo sepas. Aunque la mayoría de los candidatos a la presidencia ocultan su riqueza y fingen ser normales, El Donald tuitea fotos suyas de fiesta con los Clinton. Al parecer nos dice que compra y vende políticos, que es “verdaderamente rico” y que millones de hispanos votarán por él porque muchos de ellos han perdido el alma trabajando en su casino. Romper las reglas tiene su atractivo.
Claro que en este momento, solo es atractivo para un segmento demográfico de las bases republicanas relativamente limitado. Sin embargo, el proceso de elecciones primarias amplifica su voz y les da importancia política.
Es más, Trump aprovecha las tendencias políticas que van más allá de él… más allá de Estados Unidos, de hecho. Hasta ahora, su éxito refleja una profunda insatisfacción tanto con las prioridades como con el proceso de la política contemporánea. Se está gestando una revuelta que desafía los ideales anticuados… como el compromiso y la razón.
Piensen en cómo han cambiado las cosas en mi país, Reino Unido. Las elecciones solían favorecer al Partido Conservador de centroderecha y al Partido Laborista de centroizquierda. Sin embargo, en los pasados cinco años, nuestro sistema se volvió multipartidista repentinamente. Los escoceses votan en su mayoría por los nacionalistas separatistas, que también son socialistas. Los Verdes ambientalistas tienen voz en el Parlamento. Hay un movimiento al estilo de Trump, llamado Partido Independencia de Reino Unido, que pide la independencia de la Unión Europea y controles a la inmigración. Además, el Partido Laborista está buscando un nuevo líder que bien podría ser Jeremy Corbyn, un candidato de extrema izquierda con mal genio que quiere nacionalizar el sector energético y desmantelar nuestras defensas nucleares.
Los británicos están tan sorprendidos con la popularidad de Corbyn como el mundo lo está con la de Trump. Así como los republicanos probablemente tendrán que moverse al centro para ganar en 2016, el Partido Laborista no se hace ningún favor al coquetear con el socialismo.
Unos cuantos temas unen a Trump con lo que está pasando en Reino Unido. Uno es el culto al aficionado. Desde hace demasiado tiempo, parece que nuestra política ha estado dominada por personas que parecían réplicas uno de otro: hombres blancos sonrientes con trajes impecables, un cabello grandioso, dientes grandes y una biografía limitada a la política. Los hombres huecos de T. S. Elliot.
Así que los británicos ahora recurren a personas que parecen ser más ordinarias, menos trabajadas. Los nacionalistas escoceses siguen a una mujer proletaria que recientemente asombró a todos en el programa The Daily Show. El líder del Partido Independencia de Reino Unido (UKIP, por sus siglas en inglés) es un tipo afable que rompe las reglas: fuma. Jeremy Corbyn no usa corbata.
Lo genial de la tendencia amateur es que los medios saltan a la menor señal de un error, pero el público no los condena, cosa inusual en la política. Al contrario, son la reafirmación de lo normal. Si Bush o Walker dijeran que Rosie O’Donnell es un “cerdo”, sus índices de aprobación caerían. Pero la popularidad de El Donald solo crece con los insultos.
Un segundo principio unificador es el auge del voto dividido. Solía haber un entendimiento general entre los partidos en forma de coaliciones, en las que hay un toma y daca. En Reino Unido, los laboristas se componen de socialistas ideológicos, socialdemócratas, liberales, sindicalistas, activistas por los derechos humanos, feministas, etc. En Estados Unidos, los republicanos han recibido a los liberales de Nueva Inglaterra, a los tradicionalistas del Sur, a los conservadores que defienden los impuestos bajos, a los conservadores religiosos, a los neoconservadores, etc.
Antes se creía que si un líder podía unir y expandir esa coalición, entonces podía lograr una mayoría en el país y gobernar según un programa de consenso nacional amplio.
Pero es cada vez más frecuente que los activistas de los partidos no tengan interés en eso. Ahora se prefiere definir el núcleo ideológico de un partido y redefinir a su dirigencia hasta la pureza.
Vimos que este movimiento cobró impulso durante la insurgencia del Tea Party de 2010-2012 y está volviendo a pasar a través de Trump. Apoyar a Trump no solo implica que se permita la expresión de una postura conservadora respecto a la inmigración. Implica la fractura de la dirigencia del partido, obligar a los moderados a cerrar filas y crear un Partido Republicano más puro.
Si el resultado es la derrota en las elecciones generales, ¿a quién le importa? No a Trump, quien se ha negado a descartar una candidatura por un tercer partido aunque eso le regale la presidencia a Hillary. Hay que hacer una comparación con la campaña de Jeremy Corbyn, que también prefiere los principios a los intereses del electorado. La derrota no les molesta mucho, solo quieren recuperar su partido.
Finalmente, Trump representa al nacionalismo. Sus temas favoritos son la “criminalidad” de los migrantes mexicanos ilegales y la astucia de los chinos. Sus posturas populistas explotan el otro grito de protesta de nuestra época: “¿Quién me dará prioridad?”. El valor del consenso ha decaído, igual que los partidos que representan a todo el país, así que las necesidades del elector como individuo y su comunidad se han priorizado.
El nacionalismo escocés es de izquierda y multicultural (a diferencia de Trump), pero sigue estando ensimismado y obsesionado con la perversidad de los forasteros (en su caso, los ingleses). Aunque la insurgencia social de Jeremy Corbyn es muy proinmigrante, también se opone a la OTAN y se aleja de las realidades de la globalización. Corbyn propone dar prioridad al proletariado, aunque entiende sus necesidades económicas de forma diferente a Trump. Claro que todas estas comparaciones vienen con salvedades. Reino Unido y Estados Unidos son muy diferentes en muchos aspectos: entre más rico declara ser Trump, más corriente les parece a los ingleses. Además, ninguno de estos temas es privativo de nuestra época: Trump se parece a Barry Goldwater y a H. Ross Perot.
Aunque la ira hacia las élites es un rasgo permanente (e incluso saludable) en las democracias, en 2015 priva una clase de ira muy particular.
Parece que la economía no busca beneficiar a todos y que los políticos solo trabajan para sí, sentir que se exacerba por la reducción en la disponibilidad de créditos y los errores de Barack Obama en la presidencia. La reciente falta de líderes fuertes de centro crea un vacío que el radicalismo llena. Bush, Walker, Christie e incluso Clinton son tan culpables del éxito de Trump como El Donald mismo.
Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Timothy Stanley.
Fuente: CNN.