Por Mario Candia
26/05/2025
LOS ANGELES PRESS En México, la verdad no siempre necesita pruebas: basta con que incomode para volverse peligrosa. Esta semana, una entrevista publicada en Los Ángeles Press por la periodista Guadalupe Lizárraga revivió los ecos de la corrupción penitenciaria que supura bajo los muros de los reclusorios capitalinos. El testimonio de Jorge Enrique Terán Carrillo, exfuncionario del sistema penitenciario de la Ciudad de México, es un mapa del infierno, un relato que debería provocar renuncias, escándalos, investigaciones… pero aquí no pasa nada.
LA VERSIÓN DE TERÁN Según Terán, en agosto de 2024, cuando Clara Brugada aún era alcaldesa de Iztapalapa y candidata a la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, recibió una orden directa de Ximena: introducir una camioneta al Reclusorio Norte con “sustancias sospechosas” y luego retirarla cargada de dinero en efectivo. Terán se negó. Dejó las llaves sobre la mesa y se marchó. Su salario de 7 mil pesos no incluía el precio de su alma.
CASTIGO Como castigo, fue transferido al Centro Federal de Readaptación Psicosocial (Ceferepsi) de Morelos, un psiquiátrico de máxima seguridad. Ahí, entre internos con trastornos severos, fue colocado deliberadamente junto al llamado “violador serial de la CDMX”, un sujeto infame cuyas víctimas y crímenes forman parte del horror cotidiano capitalino. La amenaza era clara: hablar cuesta. El silencio es una forma de supervivencia institucionalizada.
AUTOEXILIO Antes de su huida al exilio, Terán también fue testigo de los privilegios grotescos al interior del Reclusorio Norte: habitaciones amuebladas con artículos de lujo para líderes de La Unión Tepito, traslados de mercancía en vehículos oficiales, y una red de complicidad que no distinguía entre criminales y funcionarios. En su versión, las órdenes siempre venían de arriba. A veces de Ximena Guzmán. Otras veces, dice él, “de la presidenta”.
LA EJECUCIÓN El asesinato de Ximena Guzmán y José Muñoz el pasado 20 de mayo, perpetrado en plena Calzada de Tlalpan, ha sido cubierto de hipótesis: venganza del narco, ajuste de cuentas político, crimen de Estado. Pero la Fiscalía capitalina no tiene —o no quiere tener— una línea clara de investigación. Y mientras tanto, el testimonio de Terán sigue flotando como una bomba que nadie quiere detonar.
PERFILES Sin embargo, Ximena Guzmán no era una figura improvisada ni una operadora de ocasión: era una funcionaria de formación sólida, con trayectoria institucional, con una hoja de vida limpia y reconocida. Una socióloga formada en la UAM y en París, con años de trabajo público al lado de Clara Brugada, primero en Iztapalapa y luego en la Jefatura de Gobierno. No hay registros de escándalos, denuncias ni vínculos previos con estructuras delictivas. Ni siquiera un rumor.
DAÑO COLATERAL Un perfil como el de Ximena Guzmán no encaja con la narrativa de la corrupción institucional. Pero tampoco se puede ignorar que los reclusorios capitalinos han sido, históricamente, cuevas de complicidad entre gobiernos y mafias. ¿Acaso cayó en algo que no alcanzó a controlar? ¿Fue un daño colateral de pugnas internas? ¿O el blanco de un mensaje más alto?
EL CORAZÓN DEL PODER Lo dicho por Terán puede ser verdad, mentira o delirio. Pero si lo que cuenta es siquiera parcialmente cierto, estamos ante una maquinaria de corrupción institucional tan profunda como cínica, con hilos que llegan al corazón mismo del poder.
Hasta mañana