17/06/2025
Por Mario Candia
OCTAVIO PAZ No somos hijos de la razón ilustrada ni de la revolución perpetua, sino del silencio y del disimulo. El mexicano, escribió Octavio Paz en El laberinto de la soledad, no se muestra, se encierra. No dice, insinúa. No abraza, golpea. No pide, se resigna. Somos, según Paz, herederos de una historia fragmentada: la del mestizo que no termina de ser español ni indígena; la del hijo del conquistador y de la violada; la del pueblo que finge que nada duele, aunque todo arda por dentro.
75 ANIVERSARIO Hoy, setenta y cinco años después de la publicación de ese ensayo seminal, sigue vigente el diagnóstico de Paz como si fuera un parte médico de urgencia para el alma nacional. Aún nos define la máscara, esa armadura invisible que usamos para no ser tocados, para que no nos vean vulnerables. El mexicano “se encierra en sí mismo”, decía Paz, y esa clausura emocional se refleja en la política, en la violencia, en el miedo al otro, en el resentimiento disfrazado de orgullo.
EL LABERINTO Seguimos siendo el país del “chingón” y el “chingado”, del que somete y del que calla. Del que celebra la muerte con fiestas y calaveras de azúcar, porque teme más a la vida. De una soledad que no es aislamiento, sino forma de ser: una distancia emocional entre el yo y los otros, una patria que se habita con recelo.
DE LA SOLEDAD El México profundo de hoy, el que late en las montañas de Guerrero, en los ejidos de Oaxaca, en los barrios marginales del norte o en el vagón del metro a las 7 de la mañana, no ha dejado de ser ese mismo México que Paz retrató con bisturí poético. Cambiaron los símbolos, pero no las heridas. En lugar del charro y la Malinche, ahora tenemos al influencer con complejo de salvador y a la mujer empoderada pero estigmatizada. Aún se premia la simulación, se castiga la diferencia, se festeja la violencia mientras se condena la ternura.
EL ESPEJO ROTO Y sin embargo, esta crisis identitaria no es una sentencia fatal. Paz lo advertía: reconocerse en la soledad es el primer paso para dejar de temerle. Desenmascararse, desnudarse frente al espejo roto de nuestra historia, es la única vía para inventarnos de nuevo, pero sin negar lo que fuimos.
DEL MÉXICO PROFUNDO Hoy más que nunca necesitamos una pedagogía del ser mexicano que no se base en la nostalgia del pasado ni en la promesa hueca del porvenir, sino en el reconocimiento profundo de nuestras fracturas. Porque sólo quien acepta su soledad puede construir comunidad. Octavio Paz nos dio el diagnóstico. Lo que sigue es la cura. Pero para eso hay que atrevernos a ser, no sólo a parecer. Y eso, en un país que teme tanto al ridículo como al amor, es un acto radical.
Hasta mañana.