POPOL VUH 171

DESTACADOS, OPINIÓN, POPOL VUH

Por Mario Candia

14/07/25

HISTORIA El poder no solo se escribe con decretos o reformas: también se cincela en el mármol de la historia, se graba en el calendario cívico y se impone en la memoria colectiva como verdad inamovible. Porfirio Díaz, ese dictador ilustrado que gobernó a México durante más de tres décadas, entendió perfectamente el valor simbólico del tiempo. Por eso convirtió el centenario de la Independencia en 1910 en una orgía de autoglorificación. Ordenó estatuas, inauguró obras faraónicas y convirtió el Grito del 15 de septiembre en el clímax de su culto personal, coincidiendo —qué casualidad— con el día de su cumpleaños.

CONVENIENCIA Más de un siglo después, Andrés Manuel López Obrador, que se jacta de ser todo lo contrario a Díaz, cayó en el mismo juego. En 2021, su gobierno celebró con bombo y platillo los supuestos 700 años de la fundación de México-Tenochtitlan, aunque la mayoría de los historiadores serios apuntan que fue en 1325, no en 1321. ¿Importó el dato histórico? Para nada. Lo que importaba era que esa conmemoración ocurriera durante su sexenio, no después. Así, el calendario se ajustó a su narrativa oficial, no a la evidencia documental.

MEMORIA López Obrador usó esa efeméride como parte de una trilogía simbólica hecha a su medida: 700 años de la fundación de la gran ciudad mexica, 500 años de la caída de Tenochtitlan en 1521 y 200 años de la consumación de la Independencia en 1821. Tres conmemoraciones que le sirvieron para revestir de mística su llamado proyecto de “regeneración nacional”. No era historia, era escenografía. No era memoria, era propaganda. Y como parte del montaje, incluso invitó a la expresidenta brasileña Dilma Rousseff, como si el simbolismo tuviera que tener credenciales internacionales.

LA GRAN TENOCHTITLAN Pero la historia tiene memoria larga. Este mismo fin de semana, en la plancha del Zócalo, la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Clara Brugada, una de las figuras más cercanas a Morena, encabezó un evento fastuoso para celebrar los 700 años de Tenochtitlan… pero ahora sí, desde la fecha histórica correcta: 1325. Con fuegos artificiales, luces, actores y coreografías, reafirmaron lo que los historiadores sabían desde siempre y lo que el presidente saliente prefirió alterar para encajar en su sexenio. Fue un desmentido elegante, pero demoledor. Lo corrigieron los suyos.

EL PODER No es un fenómeno exclusivamente mexicano. Putin en Rusia ha hecho del 9 de mayo, Día de la Victoria, una fiesta de militarismo y nacionalismo; Xi Jinping en China reescribió el pasado para consolidar su mandato como heredero del “rejuvenecimiento nacional”; Erdoğan en Turquía reinterpretó el centenario de la república para desplazar a Atatürk y reinstalar el islam político; Trump en Estados Unidos transformó las fechas patrias en trincheras ideológicas de su guerra cultural. Todos ellos han manipulado el calendario, no como reflejo del pasado, sino como espejo deformado del poder presente.

EL RELATO Tanto Díaz como AMLO entendieron que quien controla el relato del pasado, controla también la justificación del presente. El primero se proyectó como el heredero de la república ordenada y civilizada; el segundo como el redentor de los pueblos originarios y la justicia histórica. Ambos utilizaron el calendario como trampolín: uno para eternizarse en el poder, otro para consagrar su “transformación” como parte del linaje fundacional de la patria.

SIMULACRO Pero el mito, cuando se fuerza, se convierte en simulacro. Y el calendario del poder, tarde o temprano, deja de coincidir con el del pueblo. Porque la historia puede ser usada, pero no eternamente manipulada. Y a veces, como acaba de suceder, la verdad resurge desde dentro del mismo aparato que antes la distorsionó.

Hasta mañana.

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