Por Mario Candia
15/07/25
ENCUESTAS Las encuestas han dejado de medir la realidad: ahora la sustituyen. Son el maquillaje con el que el régimen cubre sus llagas, la narrativa que pretende hacernos creer que todo marcha bien, cuando todo cruje. Nos dicen que la presidenta tiene una aprobación del 81 %, una de las más altas del mundo. Pero al mismo tiempo, los datos oficiales nos gritan otra cosa.
REALIDAD Según el INEGI, 61.9 % de los mexicanos considera inseguro vivir en su ciudad. En lugares como Villahermosa, Culiacán, Fresnillo, Uruapan e Irapuato, esa percepción supera el 89 %. Es decir, en casi una decena de ciudades importantes 9 de cada 10 ciudadanos viven con miedo. Miedo a la extorsión, al narco, a la impunidad. Pero, ¿eso no le pasa factura a la popularidad?
RECHAZO En salud, apenas 7.2 % de los ciudadanos aprueban la gestión del gobierno federal. En educación, el dato es aún más escandaloso: solo 4.6 % aprueba. Es decir, más del 95 % reprueba el estado de las escuelas públicas. ¿Cómo puede alguien que lidera un país con estos niveles de rechazo institucional ser a la vez tan querida?
CORRUPCIÓN En economía, la inflación sigue fuera del rango del Banco de México. La deuda crece. Pemex acumula pérdidas. Dos Bocas se tragó más de 20 mil millones de dólares y sigue sin operar. Segalmex fue el mayor escándalo de corrupción sexenal —más de 15 mil millones de pesos desaparecidos— y no hay un solo responsable en prisión.
IMPUNIDAD Peor aún los responsables han sido premiados. El arquitecto del INSABI, Juan Ferrer, fue enviado como representante de México ante la UNESCO. Hugo López-Gatell, a quien la pandemia se le convirtió en cementerio, fue postulado a la OMS. Francisco Garduño, señalado por la tragedia de Ciudad Juárez, fue exonerado.
Ignacio Ovalle, el operador del saqueo en Segalmex, no solo no pisó la cárcel: fue reubicado en otra dependencia. El mensaje es claro: aquí la corrupción no se castiga, se recicla. Y mientras tanto, una encuesta lo cubre todo con una sonrisa de aprobación.
LA MENTIRA Las cifras no mienten. Lo que miente es la forma en que se interpretan. Nos quieren hacer creer que el país marcha bien porque una encuesta dice que así lo sentimos. Pero los datos son tozudos: más del 90 % reprueba los servicios de salud y educación, la seguridad es un desastre, la economía tambalea, y sin embargo… la popularidad presidencial se mantiene flotando como globo de feria.
SIMULACIÓN ¿Qué explica esta disonancia? Nada. No hay lógica. Solo propaganda. Solo un aparato de simulación que ha hecho del storytelling estadístico su principal herramienta de control. Estas encuestas no son instrumentos de medición: son mecanismos de domesticación. El nuevo poder no necesita convencer: le basta con publicarse. Que el pueblo sienta que va bien, aunque no tenga medicinas. Que el país se crea seguro, aunque entierre muertos cada día. Que las cifras abracen al líder, aunque la realidad lo niegue.
LA NORMALIZACIÓN DEL ABSURDO Así se gobierna hoy: con números en lugar de políticas, con percepción en lugar de resultados, con popularidad en lugar de justicia. Y así, poco a poco, se normaliza el absurdo: un país colapsado que aplaude a quien lo hunde.
Hasta mañana.