POPOL VUH 192 

Por Mario Candia

12/08/25

LA SOLEDAD Durante siglos, la soledad fue un lujo reservado a poetas y místicos. Hoy, en cambio, se ha convertido en un cuarto oscuro con Wi-Fi, ocupado por adolescentes que ya no saben si se aíslan porque quieren o porque no recuerdan otra forma de vivir. La periodista Carolina García lo apuntó recientemente en El País: no toda soledad adolescente es síntoma de apatía; a veces es refugio, otras, trinchera invisible.

EL ENCIERRO La pandemia de COVID-19 no solo nos encerró entre cuatro paredes; moldeó una generación para la que la interacción física es una opción secundaria, casi incómoda. Los protocolos sanitarios —ese léxico frío que justificó el encierro— tuvieron efectos secundarios que ningún semáforo epidemiológico midió: el aislamiento prolongado reconfiguró la adolescencia. Lo que antes era patio, calle, risa colectiva, se volvió pantalla, auriculares y silencio. Se entrenó a los jóvenes en el arte de estar solos, y ahora nos sorprendemos de que lo practiquen con disciplina de monasterio tibetano.

EL REFUGIO La soledad elegida puede ser refugio: un espacio donde se cultiva la imaginación, donde se afina la música interior. Pero la soledad impuesta, esa que viene acompañada de ansiedad, insomnio y una sensación sorda de vacío, es otra historia. Esa no se busca, se padece. Y el problema es que, tras dos años de distanciamiento social, las fronteras entre ambas quedaron difuminadas.

EL ROCE Muchos adolescentes salieron del confinamiento con un pasaporte a un país invisible: el del aislamiento normalizado. Otros, en cambio, volvieron con miedo a la plaza, a la fiesta, al roce humano, temiendo que el contacto vuelva a ser peligroso. Lo irónico es que la medicina para esta herida —la cercanía, el abrazo, la conversación— sigue siendo la que más les cuesta aceptar.

LA CELDA Las cifras son un diagnóstico sin anestesia: aumentaron los casos de soledad no deseada, depresión y ansiedad en jóvenes, con picos de hasta el 40 % en comparación con la era pre-COVID. Y mientras algunos padres siguen creyendo que “es normal que no salga de su cuarto”, la realidad es que ese cuarto puede ser tanto un laboratorio de ideas como una celda con luz artificial.

LA SUPERVIVENCIA Pero en México la soledad adolescente no ocurre en un vacío: convive con un país que expulsa a sus jóvenes de la escuela por falta de oportunidades, que no garantiza atención psicológica pública oportuna, y que, en muchas regiones, los deja a merced del reclutamiento forzado, la desaparición y el narcotráfico. En esos contextos, aislarse no es solo un síntoma: es un instinto de supervivencia. Y la pregunta incómoda es si como sociedad vamos a seguir llamando “problema individual” a lo que en realidad es una herida colectiva. Porque en esta era de hiperconexión, la soledad más cruel es la que se vive rodeado de notificaciones… y abandonado por el Estado.

Hasta mañana.

Compartir ésta nota:

Facebook
Twitter
LinkedIn
WhatsApp