POPOL VUH 197

Por Mario Candia

19/08/25

CINE MEXICANO Más vale tarde que nunca: el 15 de agosto se conmemoró el Día Nacional del Cine Mexicano, y aunque la fecha ya quedó un poco atrás, nunca es tarde para mirar lo que el cine ha dicho de nosotros mismos. Porque si algo ha hecho esta industria, desde la Época de Oro en los años 40 y 50, es contarnos —con luces de estudio o con la crudeza del realismo— quiénes somos y hacia dónde vamos. Aquellos años de Pedro Infante, Jorge Negrete, Dolores del Río, María Félix, y de directores como Emilio “El Indio” Fernández, Roberto Gavaldón, Julio Bracho e Ismael Rodríguez, convirtieron a México en una potencia cultural: un país que exportaba identidad a través de la pantalla.

EXTRANJEROS El cine nacional también fue refugio y taller para genios extranjeros: Luis Buñuel, que con Los olvidados retrató la miseria urbana con una crudeza tan incómoda que las autoridades intentaron sepultarla; Sergei Eisenstein, que con ¡Que viva México! dejó inconclusa su mirada revolucionaria; y el desbordado Alejandro Jodorowsky, que convirtió cada fotograma en rito psicodélico. Todos hallaron aquí un terreno fértil donde experimentar y denunciar.

PREMIOS Décadas más tarde, tres mexicanos conquistaron Hollywood: Guillermo del Toro, Alfonso Cuarón y Alejandro González Iñárritu. Durante casi un lustro dominaron los Oscar, arrasando en dirección y película con Gravity, Birdman, The Revenant, Roma y TheShape of Water. Mientras aquí se discutía cómo fondear una ópera prima, ellos demostraban que el talento nacido en México podía redefinir la industria global. No solo Hollywood: en Cannes, Amat Escalante y Carlos Reygadas levantaron la Palma de Oro a Mejor Director, confirmando que el cine mexicano puede ser incómodo, vanguardista y radical.

CIMIENTOS Y si hablamos de cimientos, hay tres apellidos imprescindibles. Felipe Cazals, que en Canoa mostró la tragedia de unos estudiantes linchados por una turba azuzada por el cura, y completó un tríptico de denuncia con Las poquianchis y Los motivos de Luz. Jaime Humberto Hermosillo, pionero en la exploración de la intimidad y la ruptura social, nos legó La pasión según Berenice, María de mi corazón y La tarea. Y Arturo Ripstein, explorador incansable de los márgenes y la violencia familiar, nos dejó clásicos como El lugar sin límites, El castillo de la pureza y Tiempo de morir. Tres miradas distintas que sostienen el esqueleto del cine de autor mexicano.

DANZÓN Y entre tantas obras imprescindibles, una joya de sensibilidad femenina: María Novaro con Danzón. Una película que celebra la búsqueda, la independencia y la sororidad desde la pista de baile, y que prueba que el cine mexicano no solo es caudillo y testosterona, sino también delicadeza y resistencia.

MEMORIA El cine mexicano ha sido espejo, denuncia y memoria. Ha creado ídolos, ha incomodado a presidentes y ha conmovido al mundo. La paradoja es que, mientras fuera lo premian, aquí seguimos regateando su importancia en políticas públicas. Pero cada 15 de agosto —aunque lo recordemos tarde— conviene insistir: en sus películas está una parte de nuestra verdad, más honesta que cualquier informe presidencial. La pregunta es si todavía tenemos el valor de mirarnos de frente en la pantalla, o si preferimos seguir consumiendo solo aquello que no nos incomoda.

Hasta mañana.

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