Por Mario Candia
26/08/25
DEPRESIÓN La depresión es un huésped silencioso. Antes, su llegada era casi un espectáculo: el desgano era visible, el cautiverio de la cama hablaba por sí solo, el aislamiento era una sombra imposible de ignorar. Hoy, sin embargo, esa sombra aprendió a disfrazarse. Se oculta tras agendas saturadas, risas en redes sociales, reuniones de trabajo y un “todo bien” repetido como mantra. Lo que antes parecía un aviso evidente hoy se esconde en la llamada depresión sonriente, ese estado en que el dolor emocional convive con una vida aparentemente normal, donde la persona sigue activa, productiva y, por eso mismo, invisible para quienes la rodean.
CAMUFLAJE Las cifras, sin embargo, la delatan: doce de cada cien adultos en México presentan síntomas clínicamente significativos de depresión, según la ENSANUT 2021. Y esos son solo los casos que alcanzamos a medir. Porque la depresión, como toda enfermedad social, es experta en camuflaje: no deja fracturas ni moretones, sino desconexión paulatina con los demás, fatiga que ni el café ni los filtros digitales logran disimular.
CONTAGIO EMOCIONAL A esto se suma un hallazgo inquietante: la posibilidad del contagio emocional. Investigaciones de Elaine Hatfield y colegas explican que imitamos —casi sin darnos cuenta— expresiones, posturas y tonos de quienes nos rodean. Con ello compartimos sus emociones, incluso las más oscuras. Estudios sobre contagious depressionrevelan que convivir con alguien deprimido puede aumentar el riesgo de síntomas similares en otras personas. Una especie de epidemia afectiva que se propaga en silencio, reforzada por entornos laborales tóxicos, redes sociales que magnifican la comparación y una cultura que exige sonreír aunque la vida se desplome por dentro.
¿BIENESTAR? El resultado es devastador: una sociedad que fabrica depresiones colectivas mientras nos ordena ser resilientes, positivos, exitosos. El Estado habla de bienestar; las empresas, de salud mental corporativa; los influencers, de “vibras altas”. Pero en la intimidad del transporte público, en la rutina del aula, en la sobremesa familiar, se acumulan cansancios que no encuentran nombre ni ayuda.
PELIGROSA Y quizá por eso la depresión resulta tan peligrosa: porque puede pasar inadvertida hasta para quien la padece. Porque hemos hecho del fingir alegría un deporte y del pedir ayuda un signo de debilidad. Porque ya no basta mirar a alguien a los ojos para saber que está al borde del abismo.
SILENCIOSA La depresión ya no se delata por un rostro abatido sino por una agenda que no se detiene; ya no se mide con llanto, sino con la erosión silenciosa de nuestras sintonías afectivas. Lo invisible duele igual. Y más si lo ignoramos.
Hasta mañana.