POPOL VUH 222

Por Mario Candia

29/09/25

LAS REDES En el vertedero interminable de —ese lugar donde las palabras se pudren más rápido que la fruta bajo el sol— las gentes descargan cada mañana su rencor como si al arrojarlo se liberaran de un veneno que, sin embargo, vuelve a la garganta como humo de basurero. Allí el bien y el mal dejaron de ser cuestiones de conciencia para convertirse en monedas falsas con las que se compran aplausos y se siembran odios. La verdad, cuando aparece, es linchada por ejércitos invisibles de máquinas mercenarias, como si un enjambre de langostas devorara cada brote de esperanza.

TIK TOK Y sin embargo, al otro lado de la pantalla, un viento tibio de humanidad circula por la burbuja adolescente de TikTok, donde el algoritmo no discute razones sino queacaricia emociones. En esa feria interminable del asombro, surgen de pronto —entre un baile trivial y una risa prefabricada— las imágenes que golpean con la fuerza de lo inesperado: un padre que abraza a su hijo después de años de ausencia, unos estudiantes que sorprenden a sus maestros con flores, un vendedor ambulante que recibe la compra entera de su mercancía como si le devolvieran de golpe todas las horas de sol y de fatiga, un niño que nunca tuvo pastel y sopla, por primera vez, las velas de una fiesta improvisada. Aunque sospechemos que todo estuvo planeado, aunque adivinemos la sombra de la cámara detrás de la ternura, algo en esas escenas nos desarma y nos recuerda que el corazón, cuando se conmueve, no pregunta por el guion.

LA REALIDAD Pero la realidad, esa bestia sin maquillaje, nos golpea con su brutalidad. Porque nunca aparecerán en esas pantallas las madres de los desaparecidos abrazando al hijo que aún buscan con los pies descalzos del alma; nunca veremos a los niños que mueren de hambre en el humo de las guerras soplar las velas de un pastel; nunca aparecerán los adolescentes que fueron arrancados de sus familias para ser devorados por el crimen organizado. Esos reencuentros no existen en la feria de los algoritmos, y esa ausencia nos devuelve, como un espejo quebrado, el vacío más hondo de nuestra condición.

DAR ES DAR Y, sin embargo, basta un gesto para encender una luz en la penumbra. “Dar es dar”, escribió Fito Páez, como si hubiera sabido desde siempre que la esperanza cabe en un verso. Y como en aquella película ingenua y luminosa llamada Cadena de favores, basta con que alguien encienda la chispa para que el fuego se multiplique en el pecho de otros. Porque la solidaridad no está en la pantalla, sino en el paso breve que damos hacia el prójimo, en la moneda que ofrecemos sin esperar gratitud, en la mano que tendemos sin preguntar el nombre.

RESPETO No hace falta que tiemble la tierra ni que el agua se lleve ciudades para despertar al buen mexicano que llevamos dentro. Esa nobleza que el mundo entero ha celebrado en medio de la tragedia también vive en las calles donde el polvo se confunde con la esperanza, en la rutina de todos los días donde alguien espera —sin saberlo— el milagro sencillo de que lo miren, lo escuchen, lo abracen. Porque ayudar no es un accidente ni un relámpago: es una decisión. Y cada día que posponemos esa decisión, dejamos que las redes, con sus algoritmos y sus farsas, sean más humanas que nosotros.

Hasta mañana.

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