POPOL VUH 229

Por Mario Candia

8/10/25

AGENDA WOKE Hay ideas que comienzan como rebelión y terminan como dogma. La agenda woke, nacida de una legítima exigencia de justicia simbólica, corre el riesgo de convertirse en eso que pretendía combatir: una moral de pureza. Lo advierte el ensayista David Rieff, uno de los observadores más lúcidos de la cultura contemporánea: el woke ha dejado de ser un impulso emancipador para volverse una liturgia secular, una nueva forma de ortodoxia.

LA CULPA Rieff no habla desde la nostalgia ni desde el conservadurismo. Habla desde el hartazgo de ver cómo el pensamiento crítico —ese que debía interpelar al poder— se ha transformado en una policía de las palabras. La cultura woke, dice, ya no se pregunta por la justicia sino por la corrección; ya no busca ampliar la libertad, sino administrar la culpa. El resultado es una sociedad donde se teme más a equivocarse que a callar, y donde el disenso dejó de ser virtud para convertirse en sospecha.

EGO El problema no es el anhelo de inclusión, sino su degradación en espectáculo. Las redes sociales, templos del ego contemporáneo, han convertido la empatía en un gesto performativo: el compromiso se mide en hashtags, la virtud en indignación digital. Lo woke se volvió rentable. Las marcas lo venden, las universidades lo institucionalizan, los algoritmos lo propagan. Es una revolución patrocinada, un despertar gestionado desde la comodidad de un iPhone.

CENSURA Pero lo más inquietante es su vocación inquisitorial. En nombre del bien, se cancelan voces, se reescriben obras, se expulsa del debate a quien osa pensar distinto. El puritanismo regresó disfrazado de progreso. Aquello que alguna vez fue un movimiento de apertura cultural, hoy se parece a una religión sin perdón, una cruzada por la virtud que reemplaza a la crítica por la censura.

CONSUMO Rieff lo formula con precisión: el woke no amenaza al capitalismo, lo fortalece. Lo que fue consigna política se volvió identidad de consumo. Cada minoría tiene su mercado, cada diferencia su logotipo. Y así, mientras el sistema celebra la diversidad, mantiene intactas las desigualdades materiales que dieron origen a la protesta. Se cambia el léxico, no las estructuras.

AUTOCRÍTICA No se trata de negar las causas que dieron origen al movimiento —la discriminación, el racismo, la violencia simbólica—, sino de rescatar su sentido original de justicia y pensamiento. Pensar no es repetir consignas, ni callar por miedo al linchamiento moral. La cultura solo avanza cuando tolera la herejía, cuando el error y la duda siguen siendo posibles. El mundo woke quiso despertar al poder, pero terminó soñando con él. Y como toda fe sin autocrítica, corre el riesgo de volverse exactamente eso que juró destruir.

Hasta mañana.

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