POPOL VUH 231

Por Mario Candia

10/10/25

PERIODISMO El periodismo nació con un juramento invisible: el de servir a la verdad incluso cuando incomoda. Esa brújula ética, sostenida por códigos deontológicos desde la UNESCO hasta la SPJ (Society of Professional Journalists), fue durante décadas el faro moral del oficio. Pero en tiempos de “me gusta” y “compartir”, la ética periodística ha sido desplazada por el algoritmo, y el reportero por el influencer. Hoy, la verdad no se busca: se fabrica con filtros y hashtags.

ÉTICA Los viejos códigos hablaban de independencia, rigor y veracidad. Decían, con solemne sencillez, que el periodista debía proteger a la fuente, contrastar versiones, evitar el plagio, resistir la presión del poder y la tentación de la fama. Hoy esas normas parecen reliquias de museo. En la era del “periodista de redes”, lo que importa no es la precisión del dato sino el número de vistas; no la solidez del argumento sino la teatralidad del discurso. La verdad se cotiza en likes.

MAÑANERA Y en México, el fenómeno tiene su santuario: la mañanera. Ese púlpito matutino donde el poder administra las verdades a modo, y donde un puñado de reporteros de redes finge ejercer el periodismo mientras repite consignas o lanza loas al líder. No son periodistas, son devotos digitales. Se presentan con micrófonos de utilería y logos recién hechos, como si la credencial de prensa se imprimiera en Canva y el oficio se aprendiera en TikTok. Lo suyo no es preguntar, sino participar del ritual. La crítica murió entre aplausos.

AUDIENCIAS Esta degradación no es solo culpa del poder. Las audiencias también cambiaron: ya no buscan informarse, sino sentirse confirmadas. La verdad es menos atractiva que el espectáculo, y la ética menos rentable que el cinismo. El público premia al que grita, no al que investiga; al que toma partido, no al que lo cuestiona. En esa jungla digital, el periodista se ha convertido en una especie en peligro de extinción, acosado por el ruido, la indiferencia y el algoritmo.

LA VERDAD Tal vez el problema no sea que haya demasiados influencers, sino que queden tan pocos periodistas dispuestos a perder por decir la verdad. La prensa libre no necesita ser viral, necesita ser veraz. Porque mientras el influencer busca ser tendencia, el periodista —ese obstinado testigo del tiempo— sigue buscando la verdad, aunque eso lo condene al olvido digital.

Hasta el lunes.

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