Por Mario Candia
20/10/25
EL ODIO El odio ha encontrado su siglo de oro. Se propaga con la velocidad de un tuit, con la violencia de un meme y con la persistencia de un algoritmo que lo alimenta. Antes se necesitaban ejércitos o púlpitos para propagarlo; hoy basta un dedo sobre la pantalla. En el mercado de la atención, el odio se ha convertido en el producto más rentable, en la emoción más viral, en la mercancía perfecta para un sistema que monetiza nuestros peores impulsos.
EL ALGORITMO La escritora española Irene Vallejo, autora del celebrado El infinito en un junco, lo advierte con lucidez en su artículo publicado en El País, titulado “Los dientes del odio”. Es un texto que duele y al mismo tiempo ilumina. Vallejo escribe que el insulto ha resultado “más adictivo, más orgiástico, más contagioso” que el deseo, y que la furia es el gran negocio de nuestro tiempo. “El insulto —dice— excita al algoritmo, y los nuevos magnates hacen caja con nuestros conflictos. La furia está bien financiada.” Es la ecuación más precisa del siglo XXI: tu enojo es su ganancia, tu indignación es su estadística, tu grito es su divisa.
LAS REDES Las redes sociales, nacidas para conectar al mundo, terminaron transformadas en un coliseo donde los gladiadores compiten por visibilidad. El adversario no se derrota: se exhibe, se lincha, se cancela. El algoritmo —ese invisible titiritero— nos susurra que la ira es una forma de participación, que indignarse equivale a pensar, que odiar es pertenecer. Pero lo único que multiplica es el vacío.
EL PODER El odio, como toda droga, produce una breve sensación de poder. Insultar a alguien en redes es una forma de existir por un segundo. Lo que no se dice en casa, se grita en X, en TikTok o en Facebook. Y en ese instante, la rabia ajena se convierte en espectáculo, en combustible para la rueda infinita del algoritmo que todo lo devora.
LA REBELIÓN Vallejo propone una rebelión sencilla pero radical: escuchar. Escuchar en vez de reaccionar, dialogar en vez de destruir. “Urge —dice— usar las palabras no como arma, sino como puente.” En tiempos donde la conversación pública parece un campo minado, escuchar es casi un acto revolucionario. Porque escuchar implica reconocer la humanidad del otro, y eso —en medio del ruido digital— se ha vuelto subversivo.
EL ANTÍDOTO No se trata de idealizar el silencio, sino de recuperar la sensatez. La palabra no nació para herir, sino para comprender. Si las redes han hecho del odio un hábito, el antídoto será el lenguaje civilizado, la empatía y la inteligencia emocional.Porque, como recuerda Irene Vallejo, no podemos permitirnos tener más odios que ideas. En esa frase se resume toda una ética contemporánea: o domesticamos el odio, o el odio terminará domesticándonos a nosotros.
Hasta mañana.