POPOL VUH 239

Por Mario Candia

22/10/25

UASLP San Luis Potosí amanece con las puertas del conocimiento violentadas por el hartazgo. Lo que comenzó como un grito de justicia por una joven agredida sexualmente en la Facultad de Derecho de la UASLP se ha convertido en un terremoto moral que sacude los cimientos de la institución más respetada del estado. Los estudiantes —esos que durante décadas fueron acusados de apatía— hoy derriban puertas, bloquean avenidas y exigen no solo sanciones, sino transformaciones. Han entendido que el silencio también es complicidad.

INDIGNACIÓN La universidad respondió tarde y con torpeza. El rector Alejandro Zermeño Guerra apareció, no como líder, sino como notario de los hechos consumados: reconoció el daño, aceptó el pliego petitorio, anunció expulsiones, pero llegó desbordado por la indignación que ya no admite comunicados tibios. Cuando una comunidad estudiantil exige justicia, no basta con aceptar demandas: se requiere asumir la culpa institucional de haber tolerado por años una cultura que minimiza, encubre y posterga.

HISTORIA Por eso el portazo al Edificio Central es mucho más que una protesta. Es la metáfora exacta de una generación que no pide permiso para entrar en la historia. Las paredes del saber, esas que debían resguardar la conciencia crítica, hoy resuenan con consignas: “la impunidad también tiene credencial universitaria”. Y la UASLP, en vez de escucharlos, intenta desacreditarlos con la vieja táctica del miedo: denunciar “intromisión ajena” y suponer infiltrados en cada pancarta. Como si el enojo de los jóvenes no fuera razón suficiente para incendiar la inercia.

SISTEMA La presidenta del Congreso local, Sara Rocha Medina, ha pedido la renuncia del rector, acusándolo de incapacidad para garantizar la integridad de las y los universitarios. Tiene razón en el diagnóstico, aunque no necesariamente en la receta. Porque los problemas de la UASLP no se resolverán con un simple relevo de nombre o de oficina: lo que se pudre no es la cabeza, sino el sistema que ha normalizado la impunidad académica, el acoso jerárquico y el blindaje de las élites universitarias.

CARROÑEROS Pero también hay que advertirlo: en medio de la indignación legítima surgirán los carroñeros políticos, los oportunistas que ven en cada crisis una puerta abierta para su conveniencia. Los mismos que nunca defendieron la educación pública ahora se presentan como salvadores del orden. La protesta estudiantil no necesita padrinos ni banderas partidistas; su fuerza proviene precisamente de su independencia, de su pureza frente al cálculo electoral y la manipulación mediática.

ESCUCHAR La autonomía, principio sagrado de las universidades públicas, no puede seguir siendo el refugio de la indiferencia. Si la UASLP no se reforma, si no rompe el pacto del silencio que la hace cómplice, será la sociedad la que termine haciéndolo por ella. El portazo de los estudiantes no fue un acto de vandalismo. Fue un acto de alumbramiento. Detrás de ese estruendo no hay destrucción, hay un nuevo comienzo: el de una universidad que, si tiene el valor de escucharlos, podría renacer más justa, más libre y, sobre todo, más humana.

Hasta mañana.

Compartir ésta nota:

Facebook
Twitter
LinkedIn
WhatsApp