Por Mario Candia
28/10/25
DESPROPÓSITO El gobernador de nuestro estado, con bombos y platillos, invita a la ciudadanía a “vivir la experiencia” de un recorrido por una especie de casa del terror en el Centro de las Artes de San Luis Potosí, un espacio que nació para la creación artística, no para sustos de feria. Esta invitación oficial transforma el recinto en atracción de circo: terror, gritos, miedo, todo anunciado por la máxima representación del poder. Y así, lo que debería ser foro de sensibilidad cultural se convierte en guarida de espectáculo trivial.
CULTURA La cultura no es un entretenimiento pasajero: es la columna vertebral del alma y de la comunidad. Nos enseña a interpretar el mundo, a afinar el oído para el otro, a ejercitar la empatía y a formar ciudadanos críticos capaces de exigir cuentas al poder. Sin esa gimnasia del espíritu, la democracia —ya de por sí frágil— se oxida. ¿Exageramos? En absoluto. Convertir un espacio destinado a la creación en un túnel de gritos revela una confusión más profunda: la de creer que la cultura es un simple pasatiempo, cuando en realidad es la arquitectura cívica de una sociedad pensante. Es la que cuida el matiz, ensaya la empatía y ejercita la memoria colectiva. El lector de poesía afina su oído para el otro; el espectador de teatro aprende a ponerse en el lugar ajeno; quien visita una exposición entrena el sentido crítico que mantiene viva la conciencia pública. Sin ese ejercicio cotidiano de sensibilidad, la democracia termina por atrofiarse.
CLIENTELISMO Mientras tanto, en la capital, la institucionalidad cultural es tratada como mueble que se cambia de sitio. Bajo la gestión de Daniel García Álvarez de la Llera existía al menos un proyecto: un tejido comunitario, una dirección con perfil, ideas. Pero todo ese legado se fue directo al basurero cuando la administración decidió nombrar a un profesor, ex diputado y exlíder priista del estado, sin trayectoria comprobada en gestión cultural, como titular de la Dirección de Cultura Municipal de San Luis Potosí. La elección es en sí misma un comentario contundente: relevar conocimiento por afinidad política, cultura por conservadurismo clientelar.
DERECHO El problema no es celebrar el Día de Muertos ni dialogar con el gusto popular; el problema es confundir política cultural con mercadotecnia de temporada. Cuando los museos se vuelven bodegas de ocurrencias y la animación “cultural” se parece a un tianguis con escenario, el Estado renuncia a su papel de mediador entre creación y ciudadanía. La cultura no es un accesorio para la foto: es un derecho y, además, una inversión de altísimo retorno social. Ciudades que cuidan sus orquestas, sus bibliotecas, sus centros de arte, obtienen menos violencia simbólica, más cohesión barrial, más atractivo económico y, sobre todo, mejores ciudadanos.
COLECTIVOS Pero la ironía final la protagonizan los que no esperan al Estado para existir: colectivos independientes, espacios emergentes, editoriales artesanales que, con un mínimo de recursos y una gran dosis de terquedad, mantienen viva la llama. Ellos demuestran que el hambre de sentido sigue ahí. Lo que falta es que las instituciones paren de competir con ellos en estridencia y comiencen, de una vez por todas, a acompañarlos con formación, recursos y visión.
TERROR Invitar a “vivir una experiencia de terror” en el Centro de las Artes sería soportable si fuera metáfora, si al menos fuera parte de un proyecto serio. Pero no lo es: es la literalización del desprecio por la cultura. El antídoto no está en gritos de feria, sino en políticas culturales con sentido: museos como escuelas de sensibilidad, dirección con perfil técnico, programación con curaduría. Cultura, al fin, como la luz que se deja prendida para no extraviarnos.
Hasta mañana.
POPOL VUH 243

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