Por Mario Candia
31/1025
EL ÉXITO El éxito se ha vuelto una especie de religión moderna. Tiene sus templos —las redes sociales— y sus profetas —los gurús de autoayuda— que repiten el mismo credo: quien fracasa es porque no se esforzó lo suficiente. Pero como recuerda el artículo de El País “¿Cuánto hay de suerte en el éxito?”, detrás de cada historia de triunfo hay menos mérito del que se presume y mucha más suerte de la que se admite.
VENTAJA Francesc Miralles, su autor, dice que el éxito no depende solo del talento o del trabajo duro, sino también de estar en el lugar correcto y en el momento adecuado. La suerte, explica, no es un golpe ciego del destino: es un terreno preparado donde algunos siempre corren con ventaja.
MERITO Quienes presumen de haberse hecho a sí mismos suelen olvidar las condiciones que los ayudaron: el entorno familiar, las conexiones, la herencia o la simple casualidad de haber nacido en el sitio correcto. El discurso meritocrático —ese que dice que cualquiera puede lograrlo si se esfuerza— sirve más para justificar la desigualdad que para combatirla.
PREVILEGIO En México ese mito se repite todos los días. Se celebra al empresario que “empezó desde cero”, al político que “viene del pueblo” o al influencer que “se ganó su lugar”. Pero nadie menciona los contactos, el apellido o el dinero que allanaron el camino. Aquí la suerte tiene otro nombre: privilegio.
OPORTUNIDAD Miralles habla de tres ingredientes del éxito: práctica, oportunidad y azar. Lo curioso es que la oportunidad rara vez es un accidente. En este país, quien controla el poder o el dinero también reparte las oportunidades. La suerte, entonces, no es democrática: cae siempre sobre los mismos.
SUERTE Hablar de suerte no es restarle valor al esfuerzo, sino reconocer que no todos partimos desde el mismo punto. Hay quienes corren cuesta arriba y otros en pista plana. Por eso el discurso del éxito individual suele ser una forma elegante de culpar al que no llegó.
SENTIDO COMÚN Tal vez sea hora de mirar el éxito con menos idolatría y más sentido común. Reconocer que la suerte influye no nos hace cínicos, sino más conscientes. Porque mientras unos se creen dueños de su destino, otros apenas intentan sobrevivir a la mala suerte de haber nacido donde los dados ya estaban cargados.
Hasta el lunes.