POPOL VUH 247

Por Mario Candia

3/11/25

DIA DE MUERTOS En Uruapan, las velas no alumbraron el recuerdo: alumbraron el crimen. A plena vista, entre ofrendas y celulares en alto, Carlos Manzo cayó como caen las instituciones cuando el Estado se reduce a cascarón. No es un “caso aislado”; es la radiografía brutal de un país donde la liturgia pública compite con la liturgia del plomo y la democracia se vuelve un altar de paso para ejecutores con logística de guerra.

TERRITORIOS Manzo se había vendido —y quizá se sabía— como la excepción: el alcalde que patrullaba, que hablaba claro, que desafiaba la gramática del pacto tácito con los cárteles. El “no transo” en un territorio donde lo normal es transar o callar. Su narrativa, con chaleco y cámara en mano, rompía la estética del funcionario gris y coqueteaba con la épica del sheriff. Pero la épica, sin Estado detrás, es un espejismo caro: el héroe solitario sirve más al mito que a la gente.

EJECUCIÓN Ayer lo ejecutaron en un evento público de Día de Muertos, después de inaugurar el festival de las velas. Hubo detenidos, sí; hubo un agresor abatido, también. ¿Y luego? Luego el eterno comunicado, el operativo exprés, la promesa de justicia que ya sabemos declinación: se conjuga en futuro y se archiva en pasado. Mientras tanto, el municipio que exporta fruta al planeta exporta señales de un orden paralelo: ahí donde la autoridad se mueve con permiso, la ciudadanía aprende a vivir con miedo como quien aprende a manejar estándar.

FRACASO No romantizo a Manzo. Su “mano dura” iba del pragmatismo al voluntarismo. Enfrentar al crimen con conferencias y patrullajes es como operar un tumor con cuchillo de cocina: puede haber suerte, pero lo normal es desangrarse. Sin inteligencia, sin coordinación real, sin Ministerio Público robusto, sin control interno de policías, sin jueces que aguanten la presión, cualquier alcalde es carne de estadística. Y que no vengan con que la culpa es del “municipio que no hizo protocolos”; la seguridad es función indelegable del Estado, y ese Estado —federal y estatal— lleva años delegando su fracaso en alcaldes con presupuesto raquítico.

VIOLENCIA La muerte de Manzo desnuda otra impostura: la de la “no politización” de la violencia. Pedir que no se politice un asesinato político es pedir silencio. La discusión no es si el alcalde fue valiente o temerario; es por qué un municipio mexicano sigue siendo zona de guerra en pleno siglo XXI. Por qué seguimos confundiendo detenciones inmediatas con justicia estructural. Por qué seguimos creyendo que un sombrero firme sustituye a un sistema funcional.

INDECENCIA Anoche, en Uruapan, la muerte se sentó en primera fila y no pagó boleto. Si algo debería encenderse tras las velas es la obligación —no el tuit— de recomponer la cadena completa: inteligencia, ministerios públicos, policías, jueces, finanzas del crimen y control territorial. Porque si el Estado no ocupa el territorio, el territorio ocupa al Estado. Y entonces, tarde o temprano, otro alcalde será nota, otra plaza será altar y otro comunicado nos pedirá paciencia. Con los muertos, la paciencia es una indecencia.

Hasta mañana.

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