Por Mario Candia
7/11/25
ENDIREH Setenta de cada cien mexicanas han sufrido algún tipo de violencia. Lo dice el INEGI, no la oposición. La Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH 2021) dibuja un país donde la violencia contra las mujeres es la norma: 39.9 % la ha padecido en su relación de pareja, 45.6 % en el ámbito comunitario y casi una de cada diez en el trabajo. Detrás de esas cifras frías hay millones de historias invisibles que no llegan al Ministerio Público ni a las conferencias matutinas.
CLASIFICACIONES El gobierno presume avances. Asegura que los feminicidios van a la baja, que hay menos asesinatos de mujeres y que la violencia “se está conteniendo”. Pero la realidad contradice el guion. En 2024 se registraron 810 feminicidios oficialmente, un descenso apenas marginal respecto a 2023, mientras más de 3 000 mujeres fueron asesinadas bajo otras clasificaciones: homicidio doloso, culposo, “hechos por aclarar”. El delito se maquilla; la impunidad se disfraza de progreso.
VIOLENCIA Más de 27 000 mujeres siguen desaparecidas en México, según el registro oficial. Detrás de cada nombre hay una familia que busca sola, un expediente que duerme y un Estado que no busca. A ello se suma la violencia vicaria, esa forma de crueldad en la que los agresores usan a los hijos como arma de castigo. La Red Nacional de Refugios reporta que entre 2023 y 2024 las denuncias por esta causa aumentaron 25 %. Pero el gobierno, ocupado en la retórica del éxito, no legisla ni garantiza acompañamiento real.
SILENCIO El contraste es brutal. Cuando un hombre manoseó a la presidenta en pleno Centro Histórico, el país oficial se indignó. Ministros, secretarias y funcionarias repitieron la consigna: “Si tocan a una, nos tocan a todas.” Pero esa solidaridad súbita no se extiende a las mujeres que no tienen cargo ni nombre. Nadie escuchó esas voces cuando Irma Hernández Cruz, maestra jubilada y taxista de 62 años, fue secuestrada y asesinada en Veracruz. Tampoco cuando Leidy y Alexa, niñas de 11 y 9 años, murieron en el fuego cruzado de Badiraguato, Sinaloa. Ellas no tuvieron voceras de Estado ni pronunciamientos solidarios; solo silencio.
PRESUPUESTO En noviembre, el mes violeta, el gobierno pinta edificios y publica eslóganes. Habla de igualdad, pero destina apenas 0.6 % del presupuesto federal a atender la violencia de género, la mayoría absorbido por programas sin enfoque preventivo. La indignación se institucionaliza, se vuelve performativa. Y mientras el poder se aplaude a sí mismo, los refugios se saturan, las fiscalías se desentienden y las mujeres siguen cayendo.
TERRITORIO Esa es la verdadera violencia: la del discurso que se disfraza de empatía y la del feminismo domesticado que sirve al poder más que a las víctimas. La agresión a la presidenta, más allá de su gravedad, evidenció el espejo torcido de un país que solo se conmueve cuando la herida toca al poder. Porque en México, el cuerpo de una mujer sigue siendo territorio de impunidad, y la consigna “Si tocan a una, nos tocan a todas” seguirá siendo una frase vacía mientras la justicia tenga rango, la empatía protocolo y la indignación, color oficial.
Hasta el lunes.


