POPOL VUH 254

Por Mario Candia

12/11/25

VILLANOS Ernesto Zedillo ha vuelto al centro del debate político, pero no como expresidente en retiro ni como académico discreto en Yale, sino como el nuevo villano favorito del obradorismo. Bastó una entrevista con Nexos para que se desatara la furia digital de los fieles al régimen: “en México murió la democracia; se está creando un Estado policial”, dijo, y el eco fue inmediato. Las huestes de la 4T corrieron a señalarlo como el símbolo de todo lo que dicen combatir: el neoliberalismo, la tecnocracia, la traición al pueblo. Pero lo cierto es que Zedillo encarna justo lo que este gobierno más teme: la memoria de una transición democrática que funcionó.

CONTROL El expresidente, con su tono austero y su rigor de economista, se atrevió a pronunciar lo que muchos callan: el régimen actual no sólo erosiona las instituciones, sino que busca domesticar la crítica. No hay ironía más grande que un gobierno que presume de “cuarta transformación” mientras reinstala la lógica del control, la censura y la vigilancia. En el México de la 4T, disentir se ha vuelto sospechoso; opinar distinto, un acto de valentía.

DIAGNÓSTICO Por eso Zedillo incomoda. Su diagnóstico duele porque proviene de quien alguna vez cedió poder para crear contrapesos. Fue él quien impulsó la autonomía del IFE, la competencia electoral real, los primeros signos de alternancia. Y es ahora, desde el exilio académico, cuando advierte que esas conquistas se están desmantelando en nombre del pueblo. Su voz suena a herejía porque contradice el dogma de Palacio: la idea de que sólo hay un México legítimo, el que aplaude.

LINTERNA El artículo publicado en El Mundo, titulado Luces para la Constitución, complementa esa visión: recuerda que una nación sólo se sostiene cuando su Carta Magna ilumina a todos, no cuando se convierte en linterna de bolsillo del poder. En México, esa luz se apaga poco a poco entre reformas judiciales, militarización y propaganda. La 4T ha confundido al Estado con su partido y al pueblo con su clientela.

ESPEJO Zedillo, con toda su carga histórica, funciona ahora como espejo incómodo. Representa la racionalidad frente a la fe, la autocrítica frente al aplauso. Por eso lo demonizan. No es casualidad: el populismo necesita villanos para sostener su relato épico. Lo hizo antes con los jueces, con la prensa, con la clase media; hoy le toca al tecnócrata que les recuerda que el poder sin límites siempre termina devorándose a sí mismo.

ALERTA Quizá Zedillo no busque redimirse —ya pagó su cuota en la historia—, pero sus palabras actúan como alarma moral: la democracia mexicana está en cuidados intensivos. Y mientras el oficialismo lo insulta, él se consolida como la voz incómoda que advierte, con serenidad quirúrgica, que el país camina hacia la oscuridad bajo el aplauso de quienes creen vivir una transformación.

Hasta mañana.

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