POPOL VUH 274

Por Mario Candia

11/12/25

ECOCIDIO México es un país acostumbrado a mirar hacia otro lado mientras la devastación ocurre a plena luz del día. El Tren Maya es quizá el mejor ejemplo contemporáneo de esa ceguera deliberada: una obra que nació envuelta en la retórica de la “prosperidad del Sureste”, pero que en realidad ha dejado un rastro de destrucción ambiental que tardará generaciones en repararse, si es que alguna vez se repara. El gobierno lo vendió como un acto de justicia histórica; terminó siendo una sentencia de muerte para ecosistemas completos.

CAPRICHO Porque no hablamos de daños menores ni de impactos colaterales. Hablamos del mayor ecocidio registrado en el país en tiempos recientes: la selva talada por decenas de miles de hectáreas, los cenotes perforados, los ríos subterráneos fracturados, la fauna desplazada, los jaguares atropellados, las cavernas rellenadas con cemento como si fueran simples huecos en un terreno baldío. Todo esto para cumplir un capricho político disfrazado de proyecto de Estado.

TRAGEDIA La tragedia ambiental del Tren Maya tiene un agravante aún más inquietante: la militarización de la obra y de la narrativa. Los militares no solo construyeron tramos enteros; también se volvieron guardianes celosos de la opacidad. Las solicitudes de información se responden con secretismo por razones de “seguridad nacional”. Los estudios de impacto ambiental se maquillaron o se aprobaron sobre las rodillas. Y quienes se atrevieron a documentar cavernas fracturadas, dolinas abiertas o pilotes hundidos en roca kárstica fueron acusados de traición a la patria y enemigos del progreso.

SILENCIO La selva no vota, pero muere. Y muere en silencio mientras el discurso oficial insiste en que el Tren será el motor del desarrollo y la reconciliación del Sureste. ¿Cuál desarrollo? ¿Cuál reconciliación? Hoy, a un año de su inauguración, proliferan reportes desobrecostos, tramos inestables, deslizamientos, fallas estructurales y daños irreversibles al acuífero. Cualquier país serio estaría exigiendo responsabilidades; aquí, el gobierno celebra cada tramo como si fuera la construcción de una nueva civilización.

DEVASTACIÓN El colmo es la narrativa moralista que acompaña la devastación: el gobierno acusa a críticos, ambientalistas y expertos de ser “ecologistas de escritorio”, mientras se reserva a sí mismo el derecho de dinamitar cuevas milenarias. Ahora sabemos, gracias a informes independientes y a investigaciones recientes, que hubo excesos, improvisaciones, uso de explosivos sin estudios previos y violaciones sistemáticas a normas ambientales. Todo ello bajo la supervisión y complicidad de las Fuerzas Armadas. El ecocidio tiene uniforme.

IRREVERSIBLE Mientras tanto, la selva continúa sangrando. El daño al sistema hídrico de la península es irreversible en varios puntos. La fragmentación del hábitat del jaguar y otras especies es un hecho consumado. Y la huella ecológica de la obra contradice cada uno de los postulados de sustentabilidad que el gobierno presume.

PROPAGANDA El Tren Maya no es el tren del futuro. Es el monumento ferroviario de un país que confundió la propaganda con el progreso y que sacrificó uno de los ecosistemas más frágiles del planeta en nombre de una ambición política. La selva algún día contará la historia. Y no será una historia amable.

Hasta mañana.

Compartir ésta nota:

Facebook
Twitter
LinkedIn
WhatsApp